jueves, agosto 31, 2006

[Red de Catequistas] NUEVOS DEBATES SOBRE EL ABORTO

NUEVOS DEBATES SOBRE EL ABORTO

En los últimos meses ha resurgido en varios ámbitos una campaña crispada y hasta agresiva en favor de la justificación ética del aborto y de su consiguiente despenalización jurídica. Como consecuencia de esta campaña ha tenido lugar un debate extenso y sugerente, en especial a través de las páginas de Los Andes, en el que se han esgrimido numerosos argumentos a favor y en contra de la aceptabilidad ética y jurídica del aborto directo provocado. Del análisis de este debate, surge con claridad que los argumentos utilizados en esta oportunidad en defensa de las propuestas abortistas no son en realidad sino la reiteración de los esgrimidos hace ya más de veinticinco siglos con ese mismo propósito, pero adquieren algunos nuevos matices y una presentación renovada. En lo que sigue, se analizará brevemente sólo uno de estos argumentos – el que aparece como central - con el fin de aportar alguna luz en el debate racional acerca de una cuestión de tanta trascendencia como la mencionada.

Este argumento, que se ha denominado de la degradación ontológica, ha sido el más utilizado a lo largo de la historia cada vez que se quería terminar con la vida de un ser o de un conjunto de seres humanos. Su estructura argumentativa en la siguiente: “todo ser humano tiene derecho a la vida; x no es propiamente un ser humano; luego, x no tiene derecho a la vida (y puede por lo tanto ser muerto impunemente)”. El ejemplo más impactante, de entre los más recientes, es el de su utilización en Alemania por los nazis, quienes declararon, sobre la base de argumentos pseudo-científicos, que los judíos eran untermenschen, es decir, sub-hombres, con lo cual resultaba posible exterminarlos sin mayores reparos éticos. Este es exactamente el mismo argumento que hoy se utiliza para justificar el aborto: también sobre la base de datos pseudo-científicos se sostiene que el cigoto-mórula-blastocisto no es un individuo de la especie humana, o en todo caso no es persona, sino hasta el momento de la implantación (5/6 días post fecundación), de que resulte imposible la gemelación monocigótica (12/13 días), que aparezca la estría primitiva (14 días), etc. Esto justificaría su muerte por aborto, pues no se trataría propiamente de un viviente humano y carecería consecuentemente de derecho a la vida.

La articulación de este argumento conlleva una larga serie de falacias lógicas, la primera de las cuales es la de no distinguir claramente entre (i) la actividad y las propiedades del sujeto-viviente humano, y (ii) el sujeto mismo que actúa y en el cual se dan esas propiedades. “Ahora bien – escribe Serani Merlo en su libro El viviente humano – en el individuo, sólo las determinaciones accidentales pueden tener existencia intensiva, es decir, son susceptibles de un más y un menos. El individuo puede sufrir cambios en cuanto a sus determinaciones, pero no puede modificarse intensivamente en cuanto al sujeto”. Esto significa que la humanidad – y la personeidad que le es inherente – de un ser humano no se tiene un poco, un poco más, mucho o del todo, sino que se tiene totalmente o no se tiene en absoluto, como sucede con la índole de árbol, que no varía por la cantidad o el color del follaje, por su altura o por la dureza de su tronco; el árbol o lo es o no lo es, y no es menos árbol porque sea pequeño, frágil o de color claro.

Por esto resulta desatinada la distinción efectuada por H. Tristram Engelhardt en The Foundations of Bioethics, entre personas en sentido estricto y vida biológica humana, con la intención declarada de justificar el aborto, aceptado previamente como deseable; en rigor, la personeidad es el modo propio de ser de los seres humanos, su constitutivo sustancial y, consecuentemente, nada que sea humano deja de ser personal y no existen más personas en el mundo que los seres humanos. “La ‘persona’ – afirma Roberto Andorno – es una realidad que supera la actividad neuronal. Su presencia no depende del ejercicio actual de la razón o de la conciencia. La noción de ‘persona’ tiene carácter ontológico y no simplemente fenomenológico. De aquí se concluye que el concepto de persona se aplica a todo ser humano vivo, aún cuando no haya desarrollado todas sus potencialidades (como en el feto, el recién nacido o en el niño), o que las haya perdido irremediablemente”.

Por ello, todos los intentos de “postergar” la llegada de la personalidad o de la humanidad en el hombre, con el fin de justificar su muerte, no tienen ningún asidero racional y constituyen meros giros retóricos de indudable carácter ideológico, además de falacioso, elaborados con el único propósito de eludir las exigencias de la realidad y de la razón para justificar lo que, de otro modo, resulta injustificable. Mal que les pese a los militantes abortistas, un ser es humano, o bien desde que es concebido, o de lo contrario no lo será nunca, ya que ninguno de los fenómenos que se esgrimen para hacer llegar tardíamente la humanidad a un ser perteneciente a la especie humana son accidentales o adventicios y, por lo tanto, no tienen la entidad suficiente como para hacer cambiar la constitución intrínseca del sujeto y hacerlo ingresar a una categoría esencial diversa a la que pertenecía.

De lo contrario, se plantean inevitablemente las siguientes preguntas: si antes de que aparezca la estría primitiva, o se implante en el útero, etc., el blastocisto no es un ser humano: ¿de qué índole de ser se trata?; ¿se tratará de un gato, de una orquídea o de un canto rodado?; ¿pertenecerá a una nueva especie todavía innominada?. Y en el caso de que se responda afirmativamente a estas preguntas: ¿cómo es que el blastocisto “no humano” pasa “milagrosamente” en un determinado momento a pertenecer a la especie humana?; ¿es pensable racionalmente este “paso” de una especie a otra por el mero transcurso de algunos días?; ¿en virtud de qué pase mágico lo que es un simple conjunto de células deviene un ser autónomo de la especie humana? Como estas preguntas quedan sin respuesta razonable, queda evidenciado también a contrario que el ser humano, o bien lo es desde un principio, o de lo contrario no podrá serlo nunca, y que si se está en presencia de un ser humano desde que comienza su gestación, éste será titular del derecho humano a la vida y cualquier intento de eliminarlo resultará un homicidio liso y llano, injustificado tanto desde el punto de vista de la ética como del derecho. Realmente, resulta extraño que una cosa tan razonable – comprensible aún por los intelectuales, como decía Chesterton – sea todavía objeto de debates y no resulte completamente clara y manifiesta para nuestros contemporáneos.

Además, siendo así las cosas, tampoco puede alegarse que se está en presencia de un asunto meramente moral y de conciencia individual y que, por lo tanto, es posible despenalizar su comisión, ya que ella no incumbe al derecho pues no se obliga a nadie a abortar. En realidad, estando en juego la vida de otro sujeto humano – aunque sea en estado embrional o de blastocisto – no se está en presencia de una simple cuestión de conciencia individual – que no debe, por otra parte, confundirse con el capricho subjetivo – sino de respeto al derecho fundamental a la vida de un sujeto humano, derecho que no puede ser violado nunca ni por nadie. De lo contrario, toda la ética de los derechos humanos se vendría abajo y el respeto a la vida desaparecería completamente al quedar en manos sólo de la endeble y voluble opinión individual.

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"Porque sólo cuando se vea el rostro de Cristo y oiga su voz... se convertirá Internet en un espacio auténticamente humano, puesto que si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre... Que el Señor bendiga a todos los que trabajan con este propósito" (Juan Pablo II)