miércoles, mayo 16, 2007

Numero 126 (Especial por la visita del Papa a Brasil)

El Caballero De Nuestra Señora




2º Epoca Año: 7 Numero 126 15 de mayo del año del Señor 2007

«Si Hay Que Decidir Entre Mi Vida Y La Del Niño, No Dudéis; Elegid -Lo Exijo- La Suya. Salvadlo» * Santa Gianna Beretta


Para la V Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe

Señor Jesucristo,
Camino, Verdad y vida,
rostro humano de Dios
y rostro divino del hombre,
enciende en nuestros corazones
el amor al Padre que está en el cielo
y la alegría de ser cristianos.

Ven a nuestro encuentro
y guía nuestros pasos
para seguirte y amarte
en la comunión de tu Iglesia,
celebrando y viviendo
el don de la Eucaristía,
cargando con nuestra cruz,
y urgidos por tu envío.

Danos siempre el fuego
de tu Santo Espíritu,
que ilumine nuestras mentes
y despierte entre nosotros
el deseo de contemplarte,
el amor a los hermanos,
sobre todo a los afligidos,

y el ardor por anunciarte
al inicio de este siglo.

Discípulos y misioneros tuyos,
queremos remar mar adentro,
para que nuestros pueblos
tengan en Ti vida abundante,
y con solidaridad construyan
la fraternidad y la paz.

Señor Jesús, ¡Ven y envíanos!

María, Madre de la Iglesia,
ruega por nosotros.
Amén.


Benedicto XVI






Entrevista Concedida Por El Papa A Los Periodistas Durante El Vuelo Hacia Brasil

--Benedicto XVI: Buenos días, nos encontramos sobre el Sahara y nos dirigimos hacia el "continente de la esperanza". Voy con gran alegría, con tantas esperanzas a este encuentro con América Latina. Tenemos diversos momentos significativos: primero en San Pablo, el encuentro con la juventud; y luego la canonización, siempre en San Pablo, de este primer santo nacido en Brasil, que me parece una expresión importante también de aquello que este viaje significa. Se trata de un santo franciscano, que ha actualizado en Brasil el carisma franciscano y que es conocido como un santo de reconciliación y de paz. Digamos entonces que esto es un signo importante de una personalidad que ha sabido crear paz y así también coherencia social y humana.

Y después otro encuentro importante, en la "Fazenda da Esperança" (n.d.r. la comunidad de recuperación para drogadictos que el Papa visitará el sábado por la mañana), un lugar donde se muestra la fuerza de curación que está en la fe y que ayuda a abrir los horizontes de la vida. Todos estos problemas de droga, etc., nacen justamente de una falta de esperanza en el futuro. Es la fe la que abre el futuro y que de ese modo sabe también sanar. Me parece, por eso, que esta fuerza de curación y de esperanza, que abre un horizonte para el futuro, es muy importante.

Y finalmente, el punto que representa luego la finalidad primaria de este viaje, el encuentro con los Obispos que participan en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Es un encuentro que tiene de por sí – digamos – un contenido específicamente religioso: dar la vida en Cristo y hacerse discípulos de Cristo, sabiendo que todos queremos tener la vida, pero la vida no está completa si no tiene un contenido dentro de sí, y además una dirección hacia la cual caminar. En este sentido responde a la misión religiosa de la Iglesia y abre asimismo la mirada a las condiciones necesarias para las soluciones a los grandes problemas sociales y políticos de América Latina.

La Iglesia como tal no hace política – respetemos la laicidad – pero ofrece las condiciones en las que una sana política, con la consiguiente solución de los problemas sociales, puede madurar. Por lo tanto queremos hacer a los cristianos conscientes del don de la fe, de la alegría de la fe, gracias a la cual es posible conocer a Dios y conocer así también el por qué de nuestra vida. Los cristianos pueden ser de ese modo testigos de Cristo y aprender tanto las virtudes personales necesarias, cuanto las grandes virtudes sociales: el sentido de la legalidad que es decisivo para la formación de la sociedad. Conocemos los problemas de América Latina, pero queremos movilizar justamente aquellas capacidades, aquellas fuerzas morales que existen, las fuerzas religiosas, para responder así a la específica misión de la Iglesia y a nuestra responsabilidad universal por el hombre como tal y por la sociedad como tal.


--Padre Federico Lombardi, director de la Oficina de Información de la Santa Sede: Daría, al inicio, la palabra a «O Globo», que asegura la cobertura de este viaje para la televisión.


--Pregunta: Santidad, ¿la Iglesia puede hacer algo por la violencia, que en Brasil llega a asumir dimensiones inaceptables?


--Benedicto XVI: Quien tiene la fe en Cristo, quien tiene la fe en este Dios que es reconciliación y que con la Cruz ha colocado el signo más fuerte contra la violencia, no es violento y ayuda a los demás a superar la violencia. Por lo tanto la cosa más grande que podemos hacer es la de educar a la fe en Cristo, a aprender el mensaje que fluye de la persona de Cristo. Ser realmente un hombre, una mujer de fe significa automáticamente resistir a la violencia y esto moviliza a las fuerzas contra ella.


--Pregunta: Santidad, en Brasil hay una propuesta de referéndum sobre el tema del aborto; en Ciudad de México hace dos semanas el aborto fue despenalizado. ¿Qué puede hacer la Iglesia para limitar esta tendencia, de modo que no se extienda a otros países latinoamericanos, teniendo presente que en México el Papa ha sido acusado incluso de ingerencia por haber apoyado a los Obispos? ¿Y está de acuerdo con la Iglesia mexicana en que los parlamentarios que aprueben estas leyes que van contra los valores de Dios deben ser excomulgados?

--Benedicto XVI: Está esta gran lucha dentro de la Iglesia por la vida. Ustedes saben que el Papa Juan Pablo II hizo de ella un punto fundamental de todo su pontificado. Escribió una gran Encíclica sobre el Evangelio de la vida. Vamos naturalmente adelante con este mensaje que la vida es un don y la vida no es una amenaza. Me parece que a la raíz de estas legislaciones está por una parte un cierto egoísmo y por otra parte también una duda sobre el valor de la vida, sobre la belleza de la vida y también una duda sobre el futuro. Y la Iglesia responde sobre todo a estas dudas: la vida es hermosa, no es una cosa dudosa, sino es un don y también en condiciones difíciles la vida permanece siempre un don. Entonces, recrear esta conciencia de la belleza del don de la vida. Y luego la otra cosa, la duda sobre el futuro: naturalmente hay tantas amenazas en el mundo, pero la fe nos da la certeza de que Dios es siempre más fuerte y permanece presente en la historia, y por lo tanto podemos, con confianza, también dar la vida a nuevos seres humanos. Con la consciencia que la fe nos da sobre la belleza de la vida y sobre la presencia providencial de Dios en nuestro futuro podemos resistir a estos miedos que están a la raíz de estas legislaciones.


Pregunta (televisión brasilera): Santidad, nosotros notamos que en sus discursos se hace referencia al relativismo de Europa, a la pobreza de África, pero falta un poco América Latina ¿quizás porque no es una preocupación o usted dedicará, quizás, en el futuro alguna palabra más específica?


--Benedicto XVI: No, yo amo mucho América Latina, he realizado muchas visitas a América Latina y tengo tantos amigos y sé cuánto son grandes los problemas, y por otra parte cuánto es grande la riqueza de este continente. Vemos en este período como son "dominantes" los problemas de Oriente Medio, de Tierra Santa, de Irak, etc. Hay por lo tanto, en un cierto sentido, una inmediata prioridad que se debe tener en cuenta. Y también los sufrimientos de África son muy grandes, como sabemos. Pero no es que me preocupen menos los problemas de América Latina, porque no amo menos América Latina, el gran – es más, el más grande – continente católico y por lo tanto también la más grande responsabilidad para un Papa. Por eso estoy feliz que haya llegado el momento para mí de ir a América Latina, de confirmar el compromiso tomado por Pablo VI y por Juan Pablo II y de continuar en la misma línea. El Papa desea naturalmente que, además de ser el continente católico sea también un continente ejemplar, donde se resuelvan en modo adecuado los problemas humanos, que son grandes. Y se trabaja junto con los episcopados, los sacerdotes, los religiosos y los laicos, para que este gran continente católico sea también un continente de vida y realmente de esperanza. Ésta es para mí una prioridad de primer orden.


--Pregunta: Santidad, en su discurso de llegada usted dice que se trata de formar cristianos dando indicaciones morales, luego ellos deciden libre y conscientemente. ¿Usted comparte la excomunión dada a los diputados de Ciudad de México sobre la cuestión del aborto?


--Benedicto XVI: La excomunión no es una cosa arbitraria, sino que está prevista en el Código [n.d.r. de Derecho Canónico]. Por lo tanto está simplemente en el Derecho Canónico que el asesinato de un niño inocente es incompatible con ir a la comunión en la que se recibe el Cuerpo de Cristo. No se ha inventado nada nuevo, sorprendente o arbitrario. Se ha solamente recordado públicamente cuanto está previsto por el Derecho de la Iglesia, por un Derecho que está basado sobre la doctrina y sobre la fe de la Iglesia, sobre nuestro aprecio por la vida y por la individualidad humana, desde el primer momento.


--Pregunta en alemán


--Benedicto XVI: Respondo en italiano: Me ha preguntado si me siento suficientemente apoyado por los alemanes y si tengo también un poco de nostalgia de Alemania. Sí, me siento suficientemente apoyado; es normal que en un país mixto (protestante y católico), los bautizados no estén todos de acuerdo con el Papa; esto es del todo normal. Pero me parece que hay sin embargo un gran apoyo, también de personas que pertenecen a la parte no católica de Alemania. Por lo tanto, sí, el apoyo está y me ayuda. Amo mi patria, pero amo también Roma y ahora soy ciudadano del mundo. Y así estoy en casa en todos lados y estoy cerca a mi país, como a todos los otros.


--Pregunta: ¡Buenos días, Santidad! En su libro "Jesús de Nazaret" ha hablado de una dramática crisis de la fe. En América Latina no hay quizás esta dramática crisis de la fe, pero sí una debilitación; la teología de la liberación ha sido sustituida por la teología de las sectas protestantes, que prometen paraísos de la fe a poco precio; y la Iglesia católica pierde fieles. ¿Cómo limitar esta hemorragia de los fieles católicos?


--Benedicto XVI: Ésta es nuestra común preocupación. Justamente en esta V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe queremos encontrar respuestas convincentes y se trabaja ya para esto. Este éxito de las sectas demuestra, por un lado, que hay una difundida sed de Dios, una sed de religión, las personas quieren estar cerca a Dios y buscan un contacto con Él. Y naturalmente, por otro lado, aceptan también a quien se presenta y promete soluciones a sus problemas de la vida cotidiana. Nosotros, como Iglesia católica, debemos poner en acto aquello que es el objetivo de la V Conferencia – es decir, ser más misioneros y, por lo tanto, más dinámicos en ofrecer respuestas a la sed de Dios, ser conscientes de que la gente, y justamente también los pobres, quieren tener a Dios cerca. Somos conscientes de que, junto a esta respuesta a la sed de Dios, debemos ayudarlos a encontrar las justas condiciones de vida, tanto a nivel micro-económico, en las situaciones muy concretas como hacen las sectas, cuanto a nivel macro-económico, pensando también en todas las exigencias de la justicia.


--Pregunta: En relación a la pregunta del colega. Todavía se pueden encontrar muchos exponentes de la teología de la liberación en distintos lugares del Brasil. ¿Cuál es el mensaje específico para estos exponentes de la teología de la liberación?


--Benedicto XVI: Yo diría que con el cambio de la situación política ha cambiado también profundamente la situación de la Teología de la liberación y ahora es evidente que estos fáciles milenarismos, que prometían en lo inmediato, como consecuencia de la revolución, las condiciones completas para una vida justa, estaban equivocados. Hoy esto lo saben todos. Ahora la cuestión es cómo la Iglesia debe estar presente en la lucha por las reformas necesarias, en la lucha por condiciones más justas de vida. Sobre esto se dividen los teólogos, en particular los exponentes de la teología política. Nosotros, con la Instrucción dada en su tiempo por la Congregación para la Doctrina de la Fe, hemos querido hacer un trabajo de discernimiento, hemos buscado liberarnos de los falsos milenarismos, liberarnos también de una mezcla equivocada de Iglesia y política, de fe y política; y mostrar la parte específica de la misión de la Iglesia, que es precisamente la de responder a la sed de Dios y por lo tanto también la de educar en las virtudes personales y sociales, que son condiciones necesarias para madurar el sentido de la legalidad. Por otro parte, hemos buscado indicar las líneas guía para una política justa, una política que no hacemos nosotros, pero para la cual debemos indicar las grandes líneas y los grandes valores determinantes, y crear —digamos— las condiciones humanas, sociales y psicológicas en las que dichos valores puedan crecer. Hay, por lo tanto, un espacio para un debate difícil pero legítimo, sobre cómo llegar a esto y sobre cómo se puede hacer eficaz en el mejor modo posible la Doctrina social de la Iglesia. En este sentido también algunos teólogos de la liberación buscan avanzar dentro de este camino, otros toman otras posiciones. En todo caso el sentido de la intervención del magisterio no ha sido el de destruir el compromiso con la justicia sino el de guiarlo por los caminos justos y también en el respeto de la justa diferencia entre responsabilidad política y responsabilidad eclesial.


--Pregunta: Sabemos que usted ha estado dos veces en Colombia cuando era Cardenal y sabemos que Colombia esta muy presente en su corazón. ¿Quisiéramos saber que cosa puede hacer la Iglesia, para que nosotros podamos salir adelante, sobre todo en esta situación de conflicto interno colombiano?


--Benedicto XVI: Naturalmente yo no soy un oráculo que tiene automáticamente todas las respuestas justas. Sabemos que los Obispos se están esforzando con determinación para encontrar estas respuestas. Yo sólo puedo confirmar la línea fundamental de los Obispos, es decir una indicación fuerte a poner el acento sobre la fe, que es la garantía más segura contra el crecimiento de la violencia y, al mismo tiempo, un compromiso decisivo con la educación de una conciencia que salga de situaciones incompatibles con la fe. Naturalmente entran en juego condiciones —digamos— económicas donde pequeños campesinos viven de un cierto mercado que después permite grandes ganancias en otros lugares. Resolver inmediatamente, de un momento al otro, estos distintos problemas económicos, políticos, ideológicos no se puede, es necesario seguir adelante con gran decisión en la adhesión sincera a una fe que implica respeto de la legalidad, al mismo tiempo que amor y respeto por el otro. Me parece que la educación en la fe sea la humanización más segura también para resolver después, poco a poco, estos problemas muy concretos.


--Pregunta: Santidad, llegamos al continente del Obispo Oscar Romero. Se ha hablado mucho de su proceso de canonización. ¿Nos podría decir, Santidad, gentilmente en que punto nos encontramos, si está por ser canonizado y cómo ve usted su figura?


--Benedicto XVI: Después de las últimas informaciones sobre el trabajo de la Congregación competente, donde hay muchos casos en curso que sé que están yendo adelante. Su Excelencia monseñor Paglia me ha enviado una biografía importante que aclara muchos puntos de la cuestión. Mons. Romero ha sido ciertamente un gran testimonio de la fe, un hombre de gran virtud cristiana, que se comprometió con la paz y contra la dictadura y que fue asesinado durante la celebración de la Misa. Por lo tanto una muerte verdaderamente "creíble", de testimonio de la fe. Estaba el problema de que una parte política quería tomarlo para si como bandera, como figura emblemática, injustamente. ¿Cómo iluminar de la manera justa su figura, amparándola de estos intentos de instrumentalización? Éste es el problema. Se está examinando y yo espero con confianza lo que dirá al respecto la Congregación para la Causa de los Santos.


--Pregunta: ¿Cómo ve la cuestión del impacto de los regímenes políticos de izquierda en América Latina en relación al proyecto de la Iglesia para el continente y cuánto ha hecho parte la cultura brasilera de su formación personal?


--Benedicto XVI: En relación a estos aspectos de la acción política de la izquierda ahora no puedo hablar, no estoy lo suficientemente informado. Además, como es evidente, no quisiera entrar en cuestiones relacionadas directamente con la política. En relación a mi formación, digamos a mi compromiso personal con el Brasil, hay que tener presente que se trata del país más grande de América Latina, un país que va desde la Amazonia hasta la Argentina. El Brasil incluye diversas culturas indígenas. Se me ha dicho que hay más de 80 idiomas. Por otra parte está presente también el gran pasado donde se puede ver la presencia afro-americana y afro-brasilera. Es interesante como se ha formado este pueblo y como se ha desarrollado en él la fe católica: la fe ha sido defendida en todas las épocas y con muchas dificultades. Sabemos que en el '800 la Iglesia fue perseguida por las fuerzas neo-liberales. Por lo tanto en mi formación, un aspecto importante ha sido el seguir estos pueblos católicos de América Latina en su desarrollo. No soy un especialista, pero estoy convencido que aquí se decide, al menos en parte —y es una parte fundamental— el futuro de la Iglesia católica: esto para mi ha sido siempre evidente. Obviamente siento la necesidad de profundizar todavía más mi conocimiento de este mundo.


--Pregunta: Los portugueses siguen y rezan por este viaje que coincide con el 13 de mayo. Usted estará en Aparecida. Esta fecha es muy importante para nosotros, porque se cumplen los 90 años de la aparición de Fátima. ¿Así pues quiere decirnos algo en relación a esta coincidencia para el pueblo portugués?


--Benedicto XVI: Para mí es realmente un don de la Providencia que mi Misa en Aparecida, el gran Santuario mariano del Brasil, coincida con los 90 años de la aparición de la Virgen en Fátima. Así vemos que la misma Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre nuestra está presente en distintos continentes y, en los distintos continentes, se demuestra Madre siempre del mismo modo, demostrando una especial cercanía con cada pueblo. Esto para mi es muy hermoso. Es siempre la Madre de Dios, es siempre María, sin embargo está, por decirlo así, "inculturada": tiene su cara, su rostro específico en Guadalupe, en Aparecida, en Fátima, en Lourdes, en todos los países de la tierra. Precisamente así se muestra Madre, haciéndose cercana a todos. De esta manera todos se acercan entre ellos a través de este amor a la Madre. Este vínculo que la Virgen crea entre los continentes, entre las culturas, haciéndose cercana a cada cultura específica y al mismo tiempo uniéndolas todas entre sí, justamente esto me parece importante: el conjunto de especificidad de las culturas —que tienen su riqueza propia— y la unidad en la comunión de la misma familia de Dios.


--Pregunta en portugués: En Brasil hay algunos que no quieren escuchar el mensaje de la Iglesia.


--Benedicto XVI: Ésta no es una característica específica del Brasil. En todas partes de la tierra hay muchísimos que no quieren escuchar lo que dice la Iglesia. Esperemos que al menos oigan y después podrán disentir, pero es importante que al menos oigan para poder responder. Busquemos de convencer también a aquellos que disienten y no quieren escuchar. No podemos olvidar que también nuestro Señor no logró que todos lo escucharan. No esperamos convencer a todos en un momento. Pero yo busco, con la ayuda de mis colaboradores, de hablarle al Brasil en este momento, con la esperanza que muchos quieran escuchar y que muchos puedan también convencerse que éste es el camino que hay que seguir, un camino que además está siempre abierto también a muchas opciones y opiniones distintas.









Discurso De Benedicto XVI Al Aterrizar En Sao Paulo




Excelentísimo Señor Presidente de la República

Señores Cardenales y Venerados Hermanos en el Episcopado

¡Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo!

1. Es para mí motivo de particular satisfacción iniciar mi Visita Pastoral a Brasil y presentar a Vuestra Excelencia, en calidad de Jefe y representante supremo de la gran nación brasileña, mis agradecimientos por la amable acogida con que me han recibido. Extiendo este agradecimiento con mucho gusto, a los miembros del Gobierno que acompañan Vuestra Excelencia, a las personalidades civiles y militares aquí reunidas y a las autoridades del Estado de Sao Paulo.

En sus palabras de bienvenida, siento resonar, Señor Presidente, los sentimientos de cariño y amor de todo el Pueblo brasileño para el Sucesor del Apóstol Pedro. Saludo fraternalmente en el Señor a mis queridos hermanos del episcopado que vinieron a recibirme en nombre de la Iglesia que está en Brasil.

Saludo igualmente a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los seminaristas y los legos comprometidos con la obra de la evangelización de la Iglesia y con el testimonio de una vida auténticamente cristiana. En fin, dirijo mi afectuoso saludo a todos los brasileños sin distinción, hombres y mujeres, familias, ancianos, enfermos, jóvenes y niños. A todos digo de corazón: ¡Muchas gracias por vuestra generosa hospitalidad!


2. Brasil ocupa un lugar muy especial en el corazón del Papa no solamente porque nació cristiano y porque posee hoy el mayor número de católicos, sino sobretodo, porque es una nación rica en potencialidades, con una presencia eclesial que es motivo de alegría y esperanza para toda la Iglesia.

Mi visita, Señor Presidente, tiene un objetivo que sobrepasa las fronteras nacionales: vengo a presidir, en Aparecida, la sesión de apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Por una providencial manifestación de la bondad del Creador, este país deberá servir de cuna para las propuestas eclesiales que, Dios quiera, podrán dar un nuevo vigor y empuje misionero a este continente.


3. En esta área geográfica la mayoría son católicos, esto significa que ellos deben aportar de modo particular al servicio del bien común de esta Nación. La solidaridad será, sin duda, palabra llena de contenido para las fuerzas vivas de la sociedad, cuando cada uno, desde su propio ámbito, se empeñe seriamente por construir un futuro de paz y de esperanza para todos.

La Iglesia católica –como puse en evidencia en la Encíclica «Dios caritas est»– transformada por la fuerza del Espíritu está llamada a ser, «en el mundo, testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia» (cf. 19). De allí su profundo compromiso con la misión evangelizadora, al servicio de la causa de la paz y de la justicia. La decisión, por tanto, de realizar una Conferencia esencialmente misionera, refleja la preocupación del episcopado, y no menos mía, de buscar caminos adecuados para que, en Jesucristo, «nuestros pueblos tengan vida», como reza el tema de la Conferencia.

Con esos sentimientos, quiero ir más allá de las fronteras de este país y saludar todos los pueblos de América Latina y del Caribe anhelando, con las palabras del Apóstol, «Que la paz esté con todos vosotros que estáis en Cristo» (1Pt 5,14).


4. Doy las gracias, Señor Presidente, a la Divina Providencia que me concede la gracia de visitar a Brasil, un país de gran tradición católica. Ya he tenido la oportunidad de referir el motivo principal de mi viaje que tiene un alcance latinoamericano y un carácter esencialmente religioso.

Estoy muy feliz por poder estar algunos días con los brasileños. Sé que el alma de este Pueblo, como el de toda América Latina, conserva valores radicalmente cristianos que jamás serán cancelados. Y estoy seguro que en Aparecida, durante la Conferencia General del Episcopado, será reforzada tal identidad, al promover el respeto por la vida, desde su concepción hasta su natural declinación, como exigencia propia de la naturaleza humana; hará también de la promoción de la persona humana el eje de la solidaridad, especialmente con los pobres y desamparados.

La Iglesia quiere apenas indicar los valores morales de cada situación y formar a los ciudadanos para que puedan decidir consciente y libremente; en este sentido, no dejaré de insistir en el empeño que se debe dar para asegurar el fortalecimiento de la familia --como célula madre de la sociedad; de la juventud-- cuya formación constituye un factor decisivo para el porvenir de una Nación y, finalmente, pero no por último, defendiendo y promoviendo los valores subyacentes en todos los segmentos de la sociedad, especialmente de los pueblos indígenas.


5. Con estos augurios y al renovar mis agradecimientos por la calurosa acogida que como Sucesor de Pedro he recibido, invoco la protección materna de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, evocada también como Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de las Américas, para que proteja e inspire a los gobernantes en la ardua tarea de ser promotores del bien común, reforzando los lazos de fraternidad cristiana para el bien de todos sus ciudadanos. ¡Dios bendiga América Latina! ¡Dios bendiga Brasil! Muchas gracias.












Recomendamos escuchar


Cultura de la Vida”


Los Jueves de 16 a17 hs.

Por

FM 97.9 Radio Cultura en Capital

FM 92.1 Radio Ciudad en Santa Fe

LRJ 409 Ave María FM









Saludo Del Papa A La Muchedumbre En El Balcón Del Monasterio De San Benito



¡Queridos amigos!

¡Esta calurosa acogida conmueve el Papa! Gracias, por haber querido aguardarme. Estos días estarán llenos de emociones y alegrías para todos ustedes y para la Iglesia. ¡Es una Iglesia en fiesta!

¡En todos los rincones del mundo están rezando por los frutos de este viaje, el primer viaje pastoral a Brasil y a América Latina, que la Providencia me permite realizar como
Sucesor de Pedro!

La Canonización del Fray Galvão y la Inauguración de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y Caribeño serán hitos históricos para la Iglesia.

¡Cuento con vosotros y con vuestras oraciones!


Campaña EWTN 24 hs

EWTN es un canal verdaderamente católico fundado por la Hermana Angélica en Los Ángeles y otorga gratuitamente la señal a las proveedoras de cable. El contenido de los programas es altamente recomendable por lo cual recogimos la idea de alguno de nuestros lectores y hemos iniciado una campaña para que los católicos pidamos que la señal sea emitida las 24 hs.

Envié correos electrónicos, cartas, promueva esta campaña en Parroquias y colegios, es hora que los Católicos comencemos a movilizarnos por lo Bueno, lo Bello y lo Verdadero.

CableVisión TCI

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Discurso Del Papa A Los Jóvenes En El Estadio De Pacaembu En Sao Paulo



¡Queridos jóvenes! ¡Queridos amigos y amigas!

«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres […] luego ven, y sígueme.» (Mt 19,21).

1. He deseado ardientemente encontrarme con vosotros en éste mi primer viaje a América Latina. Vine a inaugurar la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano que, por deseo mío, va a realizarse en Aparecida, aquí en Brasil, en el Santuario de Nuestra Señora. Ella nos coloca a los pies de Jesús para aprender sus lecciones sobre el Reino e impulsarnos a ser sus misioneros, para que los pueblos de este “Continente de la Esperanza” tengan, en Él, vida plena.

Vuestros Obispos de Brasil, en su Asamblea General del año pasado, reflexionaron sobre el tema de la evangelización de la juventud y colocaron en vuestras manos un documento. Pidieron que fuese acogido y perfeccionado por vosotros durante todo el año. En esta última Asamblea retomaron el asunto, enriquecido con vuestra colaboración, y anhelan que las ponderaciones hechas y las orientaciones propuestas sirvan como incentivo y faro para vuestro caminar. Las palabras del Arzobispo de Sao Paulo y del encargado de la Pastoral de la Juventud, las cuales agradezco, bien testifican el espíritu que os mueve a todos.

Ayer por la tarde, al sobrevolar el territorio brasileño, pensaba ya en éste nuestro encuentro en el Estadio de Pacaembu, con el deseo de daros un gran abrazo bien brasileño, y manifestar los sentimientos que llevo en lo íntimo del corazón y que a propósito, el Evangelio de hoy nos quiso indicar.

Siempre he experimentado una alegría muy especial en estos encuentros. Recuerdo particularmente la Vigésima Jornada Mundial de la Juventud, que tuve la ocasión de presidir hace dos años atrás en Alemania. ¡Algunos de los que están aquí también estuvieron allá! Es un recuerdo conmovedor, por los abundantes frutos de la gracia enviados por el Señor. Y no queda la menor duda que el primer fruto, entre muchos, que pude constatar fue el de la fraternidad ejemplar que hubo entre todos, como demostración evidente de la perenne vitalidad de la Iglesia por todo el mundo.


2. Pues bien, queridos amigos, estoy seguro de que hoy se renuevan las mismas impresiones de aquel mi encuentro en Alemania. En 1991, el Siervo de Dios, el Papa Juan Pablo II, de venerada memoria, decía, a su paso por Mato Grosso (Brasil), que los “jóvenes son los primeros protagonistas del tercer milenio [...] son ustedes quienes van a trazar los rumbos de esta nueva etapa de la humanidad” (Discurso 16/10/1991). Hoy, me siento movido a hacerles idéntica observación.

El Señor aprecia, sin duda, vuestra vivencia cristiana en las numerosas comunidades parroquiales y en las pequeñas comunidades eclesiales, en las Universidades, Colegios y Escuelas y, especialmente, en las calles y en los ambientes de trabajo de las ciudades y de los campos; se trata, sin embargo, de ir adelante. Nunca podemos decir basta, pues la caridad de Dios es infinita y el Señor nos pide, o mejor, nos exige ensanchar nuestros corazones para que en ellos quepa siempre más amor, más bondad, más comprensión por nuestros semejantes y por los problemas que envuelven no sólo la convivencia humana, sino también la efectiva preservación y conservación de la naturaleza, de la cual todos hacemos parte. “Nuestros bosques tienen más vida”: no dejéis que se apague esta llama de esperanza que vuestro Himno Nacional pone en vuestros labios. La devastación ambiental de la Amazonía y las amenazas a la dignidad humana de sus poblaciones requieren un mayor compromiso en los más diversos espacios de acción que la sociedad viene pidiendo.


3. Hoy quiero con vosotros reflexionar sobre el texto de San Mateo (19, 16-22), que acabamos de oír. Habla de un joven. Él vino corriendo al encuentro de Jesús, merece que se destaque su ansia. En este joven veo a todos vosotros, jóvenes de Brasil y de América Latina. Vinisteis corriendo de diversas regiones de este Continente para nuestro encuentro; queréis oír, por la voz del Papa, las palabras del propio Jesús.

Como en el Evangelio, tenéis una pregunta importante que hacerle. Es la misma del joven que vino corriendo al encuentro de Jesús: ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Me gustaría profundizar con vosotros esta pregunta. Se trata de la vida, la vida que, en vosotros, es exuberante y bella. ¿Qué hacer con ella? ¿Cómo vivirla plenamente? Pronto entendemos, en la formulación de la propia pregunta, que no basta el aquí y ahora, o sea, nosotros no conseguimos delimitar nuestra vida al espacio y al tiempo, por más que pretendamos extender sus horizontes. La vida os trasciende. En otras palabras, queremos vivir y no morir. Sentimos que algo nos revela que la vida es eterna y que es necesario empeñarnos para que esto acontezca. En otras palabras, ella está en nuestras manos y depende, de algún modo, de nuestra decisión.

La pregunta del Evangelio no contempla sólo el futuro. No se trata sólo de lo qué pasará después de la muerte. Hay, por el contrario, un compromiso con el presente aquí y ahora, que debe garantizar autenticidad y consecuentemente el futuro. En una palabra, la pregunta cuestiona el sentido de la vida. Puede por eso formularse así: ¿qué debo hacer para que mi vida tenga sentido? O sea: ¿cómo debo vivir para cosechar plenamente los frutos de la vida? O más aún: ¿qué debo hacer para que mi vida no transcurra inútilmente?

Jesús es el único capaz de darnos una respuesta, porque es el único que puede garantizar la vida eterna. Por eso también es el único que consigue mostrar el sentido de la vida presente y darle un contenido de plenitud.


4. Sin embargo, antes de dar su respuesta, Jesús cuestiona al joven con una pregunta muy importante: "¿Por qué me llamas bueno?" En esta pregunta se encuentra la clave de la respuesta. Aquel joven percibió qué Jesús es bueno y que es maestro. Un maestro que no engaña. Estamos aquí porque tenemos esta misma convicción: Jesús es bueno. Quizás no sabemos toda la razón de esta percepción, pero es cierto que ella nos aproxima a Él y nos abre a su enseñanza: un maestro bueno. Quien reconoce el bien es señal que ama, y quien ama, en la feliz expresión de San Juan, conoce a Dios (cf.1Jn 4,7). El joven del Evangelio tuvo una percepción de Dios en Jesucristo.

Jesús nos garantiza que solo Dios es bueno. Estar abierto a la bondad significa acoger a Dios. Así nos invita a ver a Dios en todas las cosas y en todos los acontecimientos, inclusive ahí donde la mayoría solo ve la ausencia de Dios; viendo la belleza de las criaturas y constatando la bondad presente en todas ellas, es imposible no creer en Dios y no hacer una experiencia de su presencia salvífica y consoladora. Si lográsemos ver todo el bien que existe en el mundo y, más aún, experimentar el bien que proviene del propio Dios, no cesaríamos jamás de aproximarnos a Él, de alabarlo y agradecerle. Él continuamente nos llena de alegría y de bienes. Su alegría es nuestra fuerza.

Pero nosotros no conocemos sino de forma parcial. Para percibir el bien necesitamos de auxilios, que la Iglesia nos proporciona en muchas oportunidades, principalmente por la catequesis. Jesús mismo explicita lo que es bueno para nosotros, dándonos su primera catequesis. «si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos » (Mt 19,17). Él parte del conocimiento que el joven ya obtuvo ciertamente de su familia y de la Sinagoga: de hecho, conoce los mandamientos. Ellos conducen a la vida, lo que equivale a decir que ellos nos garantizan autenticidad. Son los grandes indicadores que nos señalan el camino cierto. Quien observa los mandamientos está en el camino de Dios.

No basta conocerlos. El testimonio vale más que la ciencia, o sea, es la propia ciencia aplicada. No nos son impuestos desde afuera, ni disminuyen nuestra libertad. Por el contrario: constituyen impulsos internos vigorosos, que nos llevan a actuar en esta dirección. En su base está la gracia y la naturaleza, que no nos dejan inmóviles. Necesitamos caminar. Nos impulsan a hacer algo para realizarnos nosotros mismos. Realizarse, a través de la acción es volverse real. Nosotros somos, en gran parte, a partir de nuestra juventud, lo que nosotros queremos ser. Somos, por así decir, obra de nuestras manos.


5. En este momento me dirijo nuevamente a vosotros jóvenes, queriendo oír también de vosotros la respuesta del joven del Evangelio: "todo esto lo he observado desde mi juventud". El joven del Evangelio era bueno, observaba los mandamientos, estaba pues en el camino de Dios, por eso Jesús lo miró con amor. Al reconocer que Jesús era bueno, dio testimonio de que también él era bueno. Tenía una experiencia de la bondad y por tanto, de Dios. Y vosotros, jóvenes de Brasil y de América Latina ¿ya descubristeis lo que es bueno? ¿Seguís los mandamientos del Señor? ¿Descubristeis que éste es el verdadero y único camino hacia la felicidad?

Los años que estáis viviendo son los años que preparan vuestro futuro. El “mañana” depende mucho de cómo estéis viviendo el “hoy” de la juventud. Ante los ojos, mis queridos jóvenes, tenéis una vida que deseamos que sea larga; pero es una sola, es única: no la dejéis pasar en vano, no la desperdiciéis. Vivid con entusiasmo, con alegría, pero, sobretodo, con sentido de responsabilidad.

Muchas veces sentimos temblar nuestros corazones de pastores, constatando la situación de nuestro tiempo. Oímos hablar de los miedos de la juventud de hoy. Nos revelan un enorme déficit de esperanza: miedo de morir, en un momento en que la vida se está abriendo y busca encontrar el propio camino de realización; miedo de sobrar, por no descubrir el sentido de la vida; y miedo de quedar desconectado delante de la deslumbrante rapidez de los acontecimientos y de las comunicaciones.

Registramos el alto índice de muertes entre los jóvenes, la amenaza de la violencia, la deplorable proliferación de las drogas que sacude hasta la raíz más profunda a la juventud de hoy, se habla por eso, a menudo de una juventud perdida.

Pero mirándoos a vosotros, jóvenes aquí presentes, que irradiáis alegría y entusiasmo, asumo la mirada de Jesús: una mirada de amor y confianza, con la certeza de que vosotros habéis encontrado el verdadero camino. Sois jóvenes de la Iglesia, por eso yo os envío para la gran misión de evangelizar a los jóvenes y a las jóvenes que andan errantes por este mundo, como ovejas sin pastor. Sed los apóstoles de los jóvenes, invitadles a que vengan con vosotros, a que hagan la misma experiencia de fe, de esperanza y de amor; se encuentren con Jesús, para que se sientan realmente amados, acogidos, con plena posibilidad de realizarse. Que también ellos y ellas descubran los caminos seguros de los Mandamientos y por ellos lleguen hasta Dios.

Podéis ser protagonistas de una sociedad nueva si buscáis poner en práctica una vivencia real inspirada en los valores morales universales, pero también un empeño personal de formación humana y espiritual de vital importancia. Un hombre o una mujer no preparados para los desafíos reales de una correcta interpretación de la vida cristiana de su medio ambiente será presa fácil de todos los asaltos del materialismo y del laicismo, cada vez más activos a todos los niveles.

Sed hombres y mujeres libres y responsables; haced de la familia un foco irradiador de paz y de alegría; sed promotores de la vida, desde el inicio hasta su final natural; amparad a los ancianos, pues ellos merecen respeto y admiración por el bien que os hicieron. El Papa también espera que los jóvenes busquen santificar su trabajo, haciéndolo con capacidad técnica y con laboriosidad, para contribuir al progreso de todos sus hermanos y para iluminar con la luz del Verbo todas las actividades humanas (cf. Lumen Gentium, N. 36).

Pero, sobretodo, el Papa espera que sepan ser protagonistas de una sociedad más justa y más fraterna, cumpliendo las obligaciones ante al Estado: respetando sus leyes; no dejándose llevar por el odio y por la violencia; siendo ejemplo de conducta cristiana en el ambiente profesional y social, distinguiéndose por la honestidad en las relaciones sociales y profesionales. Tengan en cuenta que la ambición desmedida de riqueza y de poder lleva a la corrupción personal y ajena; no existen motivos para hacer prevalecer las propias aspiraciones humanas, sean ellas económicas o políticas, con el fraude y el engaño.

En definitiva, existe un inmenso panorama de acción en el cual las cuestiones de orden social, económico y político adquieren un particular relieve, siempre que tengan su fuente de inspiración en el Evangelio y en la Doctrina Social de la Iglesia. La construcción de una sociedad más justa y solidaria, reconciliada y pacífica; la contención de la violencia y las iniciativas que promuevan la vida plena, el orden democrático y el bien común y, especialmente, aquellas que llevan a eliminar ciertas discriminaciones existentes en las sociedades latinoamericanas y no son motivo de exclusión, sino de recíproco enriquecimiento.

Tened, sobretodo, un gran respeto por la institución del Sacramento del Matrimonio. No podrá haber verdadera felicidad en los hogares si, al mismo tiempo, no hay fidelidad entre los esposos. El matrimonio es una institución de derecho natural, que fue elevado por Cristo a la dignidad de Sacramento; es un gran don que Dios hizo a la humanidad, Respetadlo, veneradlo. Al mismo tiempo, Dios os llama a respetaros también en el enamoramiento y en el noviazgo, pues la vida conyugal que, por disposición divina, está destinada a los casados es solamente fuente de felicidad y de paz en la medida en la que sepáis hacer de la castidad, dentro y fuera del matrimonio, un baluarte de vuestras esperanzas futuras.

Repito aquí para todos vosotros que “el eros quiere remontarnos ‘en éxtasis’ hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación” ( “Deus caritas est”, [25/12/2005], N. 5). En pocas palabras, requiere espíritu de sacrificio y de renuncia por un bien mayor, que es precisamente el amor de Dios sobre todas las cosas. Buscad resistir con fortaleza a las insidias del mal existente en muchos ambientes, que os lleva a una vida disoluta, paradójicamente vacía, al hacer perder el bien precioso de vuestra libertad y de vuestra verdadera felicidad. El amor verdadero
“buscará cada vez más la felicidad del otro, se preocupará de él, se entregará y deseará ‘ser para’ el otro” (Ib. N. 7) y, por eso, será siempre más fiel, indisoluble y fecundo.

Para ello, contáis con la ayuda de Jesucristo que, con su gracia, hará esto posible (cf. MT 19,26). La vida de fe y de oración os conducirá por los caminos de la intimidad con Dios, y de la comprensión de la grandeza de los planes que Él tiene para cada uno. “Por amor del reino de los cielos” (ib., 12), algunos son llamados a una entrega total y definitiva, para consagrarse a Dios en la vida religiosa, “eximio don de la gracia”, como fue definido por el Concilio Vaticano II (Decreto “Perfectae caritatis”, n.12).

Los consagrados que se entregan totalmente a Dios, bajo la moción del Espíritu Santo, participan en la misión de Iglesia, testimoniando la esperanza en el Reino celeste ante todos los hombres. Por eso, bendigo e invoco la protección divina a todos los religiosos que dentro de la mies del Señor se dedican a Cristo y a los hermanos. Las personas consagradas merecen, verdaderamente, la gratitud de la comunidad eclesial: monjes y monjas, contemplativos y contemplativas, religiosos y religiosas dedicados a las obras de apostolado, miembros de institutos seculares y de las sociedades de vida apostólica, eremitas y vírgenes consagradas. “Su existencia da testimonio del amor a Cristo cuando ellos se encaminan por su seguimiento, tal como éste se propone en el Evangelio y, con íntima alegría, asumen el mismo estilo de vida que Él escogió para Sí” (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica: Instrucción “Caminar desde Cristo”, N. 5).

Espero que, en este momento de gracia y de profunda comunión en Cristo, el Espíritu Santo despierte en el corazón de tantos jóvenes un amor apasionado en el seguimiento e imitación de Jesucristo casto, pobre y obediente, dirigido completamente a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas.


6. El Evangelio nos asegura que aquel joven, que vino corriendo al encuentro de Jesús, era muy rico. Entendemos esta riqueza no apenas en el plano material, la propia juventud es una riqueza singular. Es necesario descubrirla y valorarla. Jesús le dio tal valor que invitó a este joven a participar de su misión de salvación. Tenía todas las condiciones para una gran realización y una gran obra.

Pero el Evangelio nos refiere que ese joven se entristeció con la invitación. Se alejó abatido y triste. Este episodio nos hace reflexionar una vez más sobre la riqueza de la juventud. No se trata, en primer lugar, de bienes materiales, sino de la propia vida, con los valores inherentes a la juventud. Proviene de una doble herencia: la vida, transmitida de generación en generación, en cuyo origen primero está Dios, lleno de sabiduría y de amor; y la educación que nos inserta en la cultura, a tal punto que, en cierto sentido, podemos decir que somos más hijos de la cultura y por eso de la fe, que de la naturaleza. De la vida brota la libertad que, sobretodo en esta fase se manifiesta como responsabilidad. Es el gran momento de la decisión, en una doble opción: una en cuanto al estado de vida y otra en cuanto a la profesión. Responde a la cuestión: ¿qué hacer con la vida?

En otras palabras, la juventud se muestra como una riqueza porque lleva al descubrimiento de la vida como un don y como una tarea. El joven del Evangelio percibió la riqueza de su juventud. Fue hasta Jesús, el Buen Maestro, a buscar una orientación. Pero a la hora de la gran opción no tuvo coraje de apostar todo en Jesucristo. Consecuentemente salió de allí triste y abatido. Es lo que pasa cada vez que nuestras decisiones flaquean y se vuelven mezquinas e interesadas. Sintió que faltó generosidad, lo que no le permitió una realización plena. Se cerró sobre su riqueza, tornándola egoísta.

Jesús sintió mucho la tristeza y la mezquindad del joven que lo fue a buscar. Los Apóstoles, como todos y todos vosotros hoy, rellenan esta laguna dejada por aquel joven que se retiró triste y abatido. Ellos y nosotros estamos alegres porque sabemos en quién creemos (2 Tim 1,12). Sabemos y damos testimonio con nuestra propia vida de que solo Él tiene palabras de vida eterna (Jn 6,68). Por eso, como San Pablo, podemos exclamar: "estad siempre alegres en el Señor" (Fil 4,4).


7. Mi pedido hoy, a vosotros jóvenes, que vinisteis a este encuentro, es que no desaprovechéis vuestra juventud. No intentéis huir de ella. Vividla intensamente, consagradla a los elevados ideales de la fe y de la solidaridad humana. Vosotros, jóvenes, no sois sólo el porvenir de la Iglesia y de la humanidad, como una especie de fuga del presente, por el contrario: sois el presente joven de la Iglesia y de la humanidad. Sois su rostro joven. La Iglesia necesita de vosotros, como jóvenes, para manifestar al mundo el rostro de Jesucristo, que se dibuja en la comunidad cristiana. Sin el rostro joven la Iglesia se presentaría desfigurada.

[En español]

Queridos jóvenes, dentro de poco inauguraré la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.

Os pido que sigáis con atención sus trabajos; que participéis en sus debates; que recéis por sus frutos. Como ocurrió con las Conferencias anteriores, también ésta marcará de modo significativo los próximos diez años de Evangelización en América Latina y en el Caribe. Nadie debe quedar al margen o permanecer indiferente ante este esfuerzo de la Iglesia, y mucho menos los jóvenes. Vosotros con todo derecho formáis parte de la Iglesia, la cual representa el rostro de Jesucristo para América Latina y el Caribe.


[En francés]

Saludo a los de habla francesa que viven en el Continente latinoamericano, invitándolos a ser testimonios del Evangelio y actores de la vida eclesial. Me uno particularmente a vosotros los jóvenes, sois llamados a construir vuestra vida sobre Cristo y sobre los valores humanos fundamentales. Que todos os sintáis invitados a colaborar en la edificación de un mundo de justicia y de paz.

[En inglés]

Queridos jóvenes amigos, como el joven del Evangelio, que preguntó a Jesús “ qué debo hacer para tener la vida eterna?” , todos vosotros buscáis maneras de responder generosamente al llamado de Dios. Rezo para que escuchéis su palabra salvadora y os tornéis sus testigos ante los pueblos de hoy. Que Dios derrame sobre vosotros sus bendiciones de paz y alegría.

[En portugués]

Queridos jóvenes, Cristo os llama a ser santos. Él mismo os convoca y quiere andar con vosotros, para animar con Su espíritu los pasos del Brasil en este inicio del tercer milenio de la era cristiana. Pido a la Señora Aparecida que os conduzca, con su auxilio materno y os acompañe a lo largo de la vida.

¡Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo!















REVISTA

El Caballero De Nuestra Señora”

Fundada Por El Padre Carlos Alberto Lojoya

En El Año 1984,

Como Boletín Parroquial De

Nuestra Señora De La Visitación De Buenos Aires.

Reeditada el 4 de Agosto de 2000

Por Correo Electrónico

Para Continuar Difundiendo

Lo Bello, Lo Bueno Y Lo Verdadero

Para Mayor Gloria De Dios

Y Salvación De Las Almas.


Director y Responsable:

Marcelo E. Grecco

E-mail: c_senora@yahoo.com











Homilía Del Papa A Los Obispos De Brasil



Amados hermanos en el Episcopado,

«El Hijo de Dios con lo que padeció aprendió la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» (cf. Hb 5,8-9).


1. El texto que acabamos de oír en la Lectura Breve de las Vísperas de hoy contiene una enseñanza profunda. También en este caso constatamos como la Palabra de Dios es viva y más penetrante que una espada de dos filos, llega hasta la juntura del alma, reconfortándola, estimulando a sus fieles servidores (cf. Hb 4,12).

Agradezco a Dios por haber permitido encontrarme con un Episcopado prestigioso, que está al frente de una de las más numerosas poblaciones católicas del mundo. Yo os saludo con sentimientos de profunda comunión y de afecto sincero, conociendo bien la dedicación con que seguís las comunidades que os fueron confiadas. La calurosa acogida del Señor Párroco de la Catedral de la Sé y de todos los presentes me hizo sentir en casa, en esta grande Casa común que es nuestra Santa Madre la Iglesia Católica.

Dirijo un especial saludo a la nueva Presidencia de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil y, al agradecer las palabras de su presidente, monseñor Geraldo Lyrio Rocha, hago votos por un provechoso desempeño en la tarea de consolidar siempre más la comunión entre los obispos y de promover la acción pastoral común en un territorio de dimensiones continentales.


2. Brasil está acogiendo a los participantes de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano con su tradicional hospitalidad. Expreso mi agradecimiento por la atenta recepción de sus miembros y mi profundo aprecio por las oraciones del pueblo brasileño, formuladas especialmente en pro del buen éxito del encuentro de los obispos en Aparecida.

Es un gran evento eclesial que se sitúa en el ámbito del esfuerzo misionero que América Latina deberá proponerse, precisamente a partir de aquí, del suelo brasileño. Fue por eso que quise dirigirme inicialmente a vosotros, Obispos del Brasil, evocando aquellas palabras densas de contenido de la Carta a los Hebreos: «El Hijo de Dios con lo que padeció aprendió la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» (Hb 5, 8-9).

Exuberante en su significado, este versículo habla de la compasión de Dios para con nosotros, concretada en la pasión de su Hijo; y habla de su obediencia, de su adhesión libre y consciente a los designios del Padre, explicitada especialmente en la oración en el monte de los Olivos: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42).

Así, es el propio Jesús quien nos enseña que la verdadera vía de salvación consiste en conformar nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Es exactamente lo que pedimos en la tercera invocación de la oración del Padre Nuestro: que sea hecha la voluntad de Dios, así en la tierra como en el cielo, porque donde reina la voluntad de Dios, ahí está presente el reino de Dios. Jesús nos atrae hacia su voluntad, la voluntad del Hijo, y de este modo nos guía hacia la salvación. Yendo al encuentro de la voluntad de Dios, con Jesucristo, abrimos el mundo al reino de Dios.

Nosotros los Obispos, somos convocados para manifestar esa verdad central, pues estamos vinculados directamente a Cristo, Buen Pastor. La misión que nos es confiada, como Maestros de la fe, consiste en recordar, como el mismo Apóstol de los Gentiles escribía, que nuestro Salvador «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2, 4-6). Ésta es la finalidad, y no otra, la finalidad de la Iglesia, la salvación de las almas, una a una. Por eso el Padre envió a su Hijo, y «como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20,21). De aquí, el mandato de evangelizar: «Id, pues, enseñad a todas las naciones; bautizadlas en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. enseñadles a observar todo lo que os mandé. He aquí que estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,19-20).

Son palabras simples y sublimes en las cuales están indicadas el deber de predicar la verdad de la fe, la urgencia de la vida sacramental, la promesa de la continuada asistencia de Cristo a su Iglesia. Éstas son realidades fundamentales y se refieren a la instrucción en la fe y en la moral cristiana, y a la práctica de los sacramentos. Donde Dios y su voluntad no son conocidos, donde no existe la fe en Jesucristo ni su presencia en las celebraciones sacramentales, falta lo esencial también para la solución de los urgentes problemas sociales y políticos.

La fidelidad al primado de Dios y de su voluntad, conocida y vivida en comunión con Jesucristo, es el don esencial, que nosotros Obispos y sacerdotes debemos ofrecer a nuestro pueblo (cf. Populorum progressio 21).


3. El ministerio episcopal nos impele al discernimiento de la voluntad salvífica, en la búsqueda de una pastoral que eduque el Pueblo de Dios a reconocer y acoger los valores trascendentes, en la fidelidad al Señor y al Evangelio. Es verdad que los tiempos de hoy son difíciles para la Iglesia y muchos de sus hijos están atribulados. La vida social está atravesando momentos de confusión desorientadora. Se ataca impunemente la santidad del matrimonio y de la familia, comenzando por hacer concesiones delante de presiones capaces de incidir negativamente sobre los procesos legislativos; se justifican algunos crímenes contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual; se atenta contra la dignidad del ser humano; se extiende la herida del divorcio y de las uniones libres. Aún más: en el seno de la Iglesia, cuando el valor del compromiso sacerdotal es cuestionado como entrega total a Dios a través del celibato apostólico y como disponibilidad total para servir a las almas, dándose preferencia a las cuestiones ideológicas y políticas, incluso partidarias, la estructura de la consagración total a Dios empieza a perder su significado más profundo.

¿Cómo no sentir tristeza en nuestra alma? Pero tened confianza: la Iglesia es santa e incorruptible (cf. Ef 5,27). Decía San Agustín: «¿Titubeará la Iglesia si titubea su fundamento, pero podrá quizá Cristo titubear? Visto que Cristo no titubea, la Iglesia permanecerá intacta hasta el fin de los tiempos» («Enarrationes in Psalmos», 103,2,5; PL, 37, 1353.)

Entre los problemas que abruman vuestra solicitud pastoral está, sin duda, la cuestión de los católicos que abandonan la vida eclesial. Parece claro que la causa principal, entre otras, de este problema, pueda ser atribuida a la falta de una evangelización en la que Cristo y su Iglesia estén en el centro de toda explicación. Las personas más vulnerables al proselitismo agresivo de las sectas - que es motivo de justa preocupación – e incapaces de resistir a las embestidas del agnosticismo, del relativismo y del laicismo son generalmente los bautizados no suficientemente evangelizados, fácilmente influenciabais porque poseen una fe fragilizada y, a veces, confusa, vacilante e ingenua, aunque conserven una religiosidad innata.

En la Encíclica «Deus caritas est» recordé que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (N. 1). Es necesario, por tanto, encaminar la actividad apostólica como una verdadera misión dentro del rebaño que constituye la Iglesia Católica en Brasil, promoviendo una evangelización metódica y capilar en vista de una adhesión personal y comunitaria a Cristo. Se trata efectivamente de no ahorrar esfuerzos en la búsqueda de los católicos apartados y de aquéllos que poco o nada conocen sobre Jesucristo, a través de una pastoral de la acogida que les ayude a sentir a la Iglesia como lugar privilegiado del encuentro con Dios y mediante un itinerario catequético permanente.

Una misión evangelizadora que convoque todas las fuerzas vivas de este inmenso rebaño. Mi pensamiento se dirige, por tanto, a los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que se prodigan, muchas veces con inmensas dificultades, para la difusión de la verdad evangélica. Entre ellos, muchos colaboran o participan activamente en las Asociaciones, en los Movimientos y en otras nuevas realidades eclesiales que, en comunión con sus Pastores y de acuerdo con las orientaciones diocesanas, llevan su riqueza espiritual, educativa y misionera al corazón de la Iglesia, como preciosa experiencia y propuesta de vida cristiana.

En este esfuerzo evangelizador, la comunidad eclesial se destaca por las iniciativas pastorales, al enviar, sobretodo entre las casas de las periferias urbanas y del interior, sus misioneros, laicos o religiosos, buscando dialogar con todos en espíritu de comprensión y de delicada caridad. Pero si las personas encontradas están en una situación de pobreza, es necesario ayudarlas, como hacían las primeras comunidades cristianas, practicando la solidaridad, para que se sientan amadas de verdad. El pueblo pobre de las periferias urbanas o del campo necesita sentir la proximidad de la Iglesia, sea en el socorro de sus necesidades más urgentes, como también en la defensa de sus derechos y en la promoción común de una sociedad fundamentada en la justicia y en la paz.

Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y un Obispo, modelado según la imagen del Buen Pastor, debe estar particularmente atento en ofrecer el divino bálsamo de la fe, sin descuidar del «pan material». Como pude evidenciar en la Encíclica «Deus caritas est», «La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra» (N. 22).

La vivencia sacramental, especialmente a través de la Confesión y de la Eucaristía, adquiere aquí una importancia de primera grandeza. A vosotros Pastores les cabe la principal tarea de asegurar la participación de los fieles en la vida eucarística y en el Sacramento de la Reconciliación; debéis estar vigilantes para que la confesión y la absolución de los pecados sean, de modo ordinario, individual, tal como el pecado es un hecho hondamente personal (cf. Exort. ap. post-sinodal «Reconciliatio et penitentia», N. 31, III). Solamente la imposibilidad física o moral excusa al fiel de esta forma de confesión, pudiendo en este caso conseguir la reconciliación por otros medios (Cân. 960; cf. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, N. 311). Por eso, conviene infundir en los sacerdotes la práctica de la generosa disponibilidad para atender a los fieles que recurren al Sacramento de la misericordia de Dios (Carta ap. «Misericordia Dei», 2).


4. Recomenzar desde Cristo en todos los ámbitos de la misión. Redescubrir en Jesús el amor y la salvación que el Padre nos da, por el Espíritu Santo. Ésta es la substancia, la raíz, de la misión episcopal que hace del Obispo el primero responsable por la catequesis diocesana. En efecto, tiene la dirección superior de la catequesis, rodeándose de colaboradores competentes y merecedores de confianza. Es obvio, por tanto, que sus catequistas no son simples comunicadores de experiencias de fe, sino que deben ser auténticos transmisores, bajo la guía de su Pastor, de las verdades reveladas.

La fe es una caminata conducida por el Espíritu Santo que se condensa en dos palabras: conversión y seguimiento. Ésas dos palabras-llave de la tradición cristiana indican con claridad, que la fe en Cristo implica una praxis de vida basada en el doble mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, y expresan también la dimensión social de la vida cristiana.

La verdad supone un conocimiento claro del mensaje de Jesús, transmitida gracias a un comprensible lenguaje inculturado, pero necesariamente fiel a la propuesta del Evangelio. En los tiempos actuales es urgente un conocimiento adecuado de la fe, como está bien sintetizada en el Catecismo de la Iglesia Católica con su Compendio.

Hace parte de la catequesis esencial también la educación a las virtudes personales y sociales del cristiano, como también la educación a la responsabilidad social. Exactamente porque fe, vida y celebración de la sagrada liturgia como fuente de fe y de vida, son inseparables, es necesaria una aplicación más correcta de los principios indicados por el Concilio Vaticano II en lo que respecta a la Liturgia de la Iglesia, incluyendo las disposiciones contenidas en el Directorio para los Obispos (nn.145-151), con el propósito de devolver a la Liturgia su carácter sagrado.

Es con esta finalidad que mi Venerable predecesor en la Cátedra de Pedro, Juan Pablo II, quiso renovar «un vehemente apelo para que las normas litúrgicas sean observadas, con gran fidelidad, en la celebración eucarística» (...) «La liturgia jamás es propiedad privada de alguien, ni del celebrante, ni de la comunidad donde son celebrados los santos misterios» (Carta encl. «Ecclesia de Eucharistia» N. 52). Redescubrir y valorar la obediencia a las normas litúrgicas por parte de los Obispos, como «moderadores de la vida litúrgica de la Iglesia», significa dar testimonio de la misma Iglesia, una y universal, que preside en la caridad.


5. Es necesario un salto de calidad en la vivencia cristiana del pueblo, para que pueda testimoniar su fe de forma límpida y elucidada. Esa fe, celebrada y participada en la liturgia y en la caridad, nutre y fortifica la comunidad de los discípulos del Señor y los edifica como Iglesia misionera y profética. El Episcopado brasileño posee una estructura de gran envergadura, cuyos Estatutos fueron hace poco revisados para su mejor desempeño y una dedicación más exclusiva al bien de la Iglesia. El Papa vino a Brasil para pediros que, en el seguimiento de la Palabra de Dios, todos los Venerables Hermanos en el episcopado sepan ser portadores de eterna salvación para todos los que le obedecen (cf. Hb 5,10).

Nosotros, pastores, en la línea del compromiso asumido como sucesores de los Apóstoles, debemos ser fieles servidores de la Palabra, sin visiones reductivas y confusiones en la misión que nos es confiada. No basta observar la realidad desde la fe; es necesario trabajar con el Evangelio en las manos y fundamentados en la correcta herencia de la Tradición Apostólica, sin interpretaciones movidas por ideologías racionalistas.

Es así que, «en las Iglesias particulares compete al Obispo conservar e interpretar la Palabra de Dios y juzgar con autoridad aquello que está o no de acuerdo con ella» (Congr. para la Doctrina de la Fe, «Instr. sobre la vocación eclesial del teólogo», N. 19). Él, como Maestro de fe y de doctrina, podrá contar con la colaboración del teólogo que «en su dedicación al servicio de la verdad, deberá, para permanecer fiel a su función, llevar en cuenta la misión propia del Magisterio y colaborar con él» (ib. 20). El deber de conservar el depósito de la fe y de mantener su unidad exige estrecha vigilancia, de modo que éste sea «conservado y transmitido fielmente y que las posiciones particulares sean unificadas en la integridad del Evangelio de Cristo» (Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos, N. 126).

He aquí entonces la enorme responsabilidad que asumís como formadores del pueblo, mayormente de vuestros sacerdotes y religiosos. Son ellos vuestros fieles colaboradores. Conozco el empeño con que buscáis formar las nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas. La formación teológica y en las disciplinas eclesiásticas exige una constante actualización, pero siempre de acuerdo con el Magisterio auténtico de la Iglesia.

Apelo a vuestro celo sacerdotal y al sentido de discernimiento de las vocaciones, también para saber complementar la dimensión espiritual, psicoafectiva, intelectual y pastoral en jóvenes maduros y disponibles al servicio de la Iglesia. Un buen y asiduo acompañamiento espiritual es indispensable para favorecer la maduración humana y evita el riesgo de desvíos en el campo de la sexualidad. Tened siempre presente que el celibato sacerdotal es un don «que la Iglesia recibió y quiere guardar, convencida de que él es un bien para ella y para el mundo» («Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros», N. 57).

Me gustaría encomendar a vuestra solicitud también las Comunidades religiosas que se insertan en la vida de la propia Diócesis. Es una contribución preciosa que ofrecen, pues, a pesar de la «diversidad de dones, el Espíritu es el mismo» (1 Color 12,4). La Iglesia no puede sino manifestar alegría y aprecio por todo aquello que los Religiosos vienen realizando mediante Universidades, escuelas, hospitales y otras obras e instituciones.


6. Conozco la dinámica de vuestras Asambleas y el esfuerzo por definir los diversos planes pastorales, que den prioridad a la formación del clero y de los agentes de la pastoral. Algunos entre vosotros fomentasteis movimientos de evangelización para facilitar la agrupación de los fieles en una línea de acción.

El Sucesor de Pedro cuenta con vosotros para que vuestra preparación se apoye siempre en aquella espiritualidad de comunión y de fidelidad a la Sede de Pedro, a fin de garantizar que la acción del Espíritu no sea vana. Con efecto, la integridad de la fe, junto a la disciplina eclesial, es, y será siempre, tema que exigirá atención y desvelo por parte de todos vosotros, sobretodo cuando se trata de sacar las consecuencias del hecho que existe «una sola fe y un solo bautismo»

Como sabéis, entre los varios documentos que se ocupan de la unidad de los cristianos está el «Directorio para el ecumenismo» publicado por el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos. El Ecumenismo, o sea, la búsqueda de la unidad de los cristianos se vuelve en ése nuestro tiempo, en el cual se verifica el encuentro de las culturas y el desafío del secularismo, una tarea siempre más urgente de la Iglesia católica.

Con la multiplicación, sin embargo, de cada vez nuevas denominaciones cristianas y, sobretodo delante de ciertas formas de proselitismo, frecuentemente agresivo, el empeño ecuménico se vuelve una tarea compleja. En tal contexto es indispensable una buena formación histórica y doctrinal, que posibilite el necesario discernimiento y ayude a entender la identidad específica de cada una de las comunidades, los elementos que dividen y aquellos que ayudan en el camino de construcción de la unidad.

El gran campo común de colaboración debería ser la defensa de los fundamentales valores morales, transmitidos por la tradición bíblica, contra su destrucción en una cultura relativista y consumista; más aún, la fe en Dios creador y en Jesucristo, su Hijo encarnado. Además vale siempre el principio del amor fraterno y de la búsqueda de comprensión y de proximidad mutuas; pero también la defensa de la fe de nuestro pueblo, confirmándolo en la feliz certeza, de que la «unica Christi Ecclesia... subsistit in Ecclesia catholica, a successore Petri et Episcopis in eius communione gubernata» («la única Iglesia de Cristo... subsiste en la Iglesia Católica gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él») («Lumen gentium» 8).

En este sentido se procederá a un franco diálogo ecuménico, a través del Consejo Nacional de las Iglesias Cristianas, celando por el pleno respeto de las demás confesiones religiosas, deseosas de mantenerse en contacto con la Iglesia Católica en Brasil.


7. No es ninguna novedad la constatación de que vuestro país convive con un déficit histórico de desarrollo social, cuyos rasgos extremos son el inmenso contingente de brasileños viviendo en situación de indigencia y una desigualdad en la distribución de la renta que alcanza niveles muy elevados. A vosotros, venerables Hermanos, como jerarquía del pueblo de Dios, os compete promover la búsqueda de soluciones nuevas y llenas de espíritu cristiano.

Una visión de la economía y de los problemas sociales, desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia, lleva a considerar las cosas siempre desde el punto de vista de la dignidad del hombre, que trasciende el simple juego de los factores económicos. Se debe, por eso, trabajar incansablemente por la formación de los políticos, de los brasileños que tienen algún poder decisivo, grande o pequeño y, en general, de todos los miembros de la sociedad, de modo que asuman plenamente las propias responsabilidades y sepan dar un rostro humano y solidario a la economía.

Ocurre formar en las clases políticas y empresariales un auténtico espíritu de veracidad y de honestidad. Quien asuma un liderazgo en la sociedad, debe buscar prever las consecuencias sociales, directas e indirectas, a corto y a largo plazo, de las propias decisiones, actuando según criterios de maximización del bien común, en vez de buscar ganancias personales.


8. Queridos hermanos, si Dios quiere, encontraremos otras oportunidades para profundizar las cuestiones que interpelan nuestra solicitud pastoral conjunta. Esta vez, quise exponer, ciertamente de manera no exhaustiva, los temas más relevantes que se imponen a mi consideración de Pastor de la Iglesia universal.

Os transmito mi afectuoso ánimo que es, al mismo tiempo, una fraterna y sentida plegaria: para que procedáis y trabajéis siempre, como venís haciendo, en concordia, teniendo como vuestro fundamento una comunión que en la Eucaristía encuentra su momento cumbre y su manantial inagotable. Confío todos vosotros a María Santísima, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, mientras que de todo corazón os concedo, a cada uno de vosotros y a vuestras respectivas Comunidades, la Bendición Apostólica.

¡Gracias!



Homilía Del Papa En La Misa De Canonización De Frei Galvão
El Primer Santo Nacido En Brasil



Señores Cardenales

Señor Arzobispo de São Paulo

y Obispos de Brasil y de América Latina

Distinguidas autoridades

Hermanas y Hermanos en Cristo,


«Bendeciré continuamente al Señor / su alabanza no dejará mis labios» (Sal 33,2)

1. Alegrémonos en el Señor, en este día en el que contemplamos otra de las maravillas de Dios que, por su admirable providencia, nos permite saborear un vestigio de su presencia, en este acto de entrega de Amor representado en el Santo Sacrificio del Altar.

Sí, no dejemos de alabar a nuestro Dios. Alabemos todos nosotros, pueblos de Brasil y de América, cantemos al Señor sus maravillas, porque hizo en nosotros grandes cosas. Hoy, la Divina sabiduría permite que nos encontremos alrededor de su altar en acción de alabanza y de agradecimiento por habernos concedido la gracia de la Canonización de Fray Antonio de Sant’Anna Galvão.

Quiero agradecer las cariñosas palabras del Arzobispo de São Paulo, que fue la voz de todos vosotros. Agradezco la presencia de cada uno y de cada una, quiera que sean moradores de esta gran ciudad o venidos de otras ciudades y naciones. Me alegro de que a través de los medios de comunicación, mis palabras y las expresiones de mi afecto puedan entrar en cada casa y en cada corazón. Tengan certeza: el Papa os ama, y os ama porque Jesucristo os ama.

En esta solemne celebración eucarística fue proclamado el Evangelio en el cual Cristo, en actitud de gran arrobamiento, proclama: «Yo tebendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a los pequeños» (MT 11,25). Por eso, me siento feliz porque la elevación de Fray Galvão a los altares quedará para siempre enmarcada en la liturgia que hoy a Iglesia nos ofrece.

Saludo con afecto, a toda la comunidad franciscana y, de modo especial a las monjas concepcionistas que, desde el Monasterio de la Luz, de la capital paulista, irradian la espiritualidad y el carisma del primer brasileño elevado a la gloria de los altares.


2. Dimos gracias a Dios por los continuos beneficios alcanzados por el poderoso influjo evangelizador que el Espíritu Santo imprimió en tantas almas a través de Fray Galvão. El carisma franciscano, evangélicamente vivido, produjo frutos significativos a través de su testimonio de fervoroso adorador de la Eucaristía, de prudente y sabio orientador de las almas que lo buscaban y de gran devoto de la Inmaculada Concepción de María, de quien él se consideraba «hijo y perpetuo esclavo».

Dios viene a nuestro encuentro, «busca conquistarnos - hasta la Última cena, hasta al Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones y las grandes obras por las cuales Él, a través de la acción de los Apóstoles, guió el camino de la Iglesia naciente» (Carta encl. «Deus caritas est», 17). Él se revela a través de su Palabra, en los Sacramentos, especialmente de la Eucaristía. Por eso, la vida de la Iglesia es esencialmente eucarística.

El Señor, en su amorosa providencia nos dejó una señal visible de su presencia. Cuando contemplemos en la Santa Misa al Señor, levantado en el alto por el sacerdote, después de la Consagración del pan y del vino, o lo adoramos con devoción expuesto en la Custodia renovamos con profunda humildad nuestra fe, como hacía Fray Galvão en «laus perennis», en actitud constante de adoración. En la Sagrada Eucaristía está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia, o sea, el mismo Cristo, nuestra Pascua, el Pan vivo que bajó del Cielo vivificado por el Espíritu Santo y vivificante porque da Vida a los hombres. Esta misteriosa e inefable manifestación del amor de Dios por la humanidad ocupa un lugar privilegiado en el corazón de los cristianos. Deben poder conocer la fe de la Iglesia, a través de sus ministros ordenados, por la ejemplaridad con que éstos cumplen los ritos prescritos que están siempre indicando en la liturgia eucarística el centro de toda obra de evangelización. Por su parte, los fieles deben buscar recibir y reverenciar el Santo Sacramento con piedad y devoción, queriendo acoger al Señor Jesús con fe y siempre, cuando fuese necesario, sabiendo recurrir a Sacramento de la reconciliación para purificar el alma de todo pecado grave.


3. Significativo es el ejemplo de Fray Galvão por su disponibilidad para servir el pueblo siempre que le era pedido. Consejero de fama, pacificador de las almas y de las familias, dispensador de la caridad especialmente de los pobres y de los enfermos. Muy buscado para las confesiones, pues era celoso, sabio y prudente. Una característica de quien ama de verdad es no querer que el Amado sea agraviado, por eso la conversión de los pecadores era la grande pasión de nuestro Santo. La Hermana Helena María, que fue la primera «recogida» destinada a dar inicio al «Recogimiento de Nuestra Señora de la Concepción», testimonió aquello que Fray Galvão dijo: «Rezad para que Dios Nuestro Señor levante a los pecadores con su potente brazo del abismo miserable de las culpas en las que se encuentran».

Pueda esa delicada advertencia servirnos de estímulo para reconocer en la misericordia divina el camino para la reconciliación con Dios y con el prójimo y para la paz de nuestras conciencias.


4. Unidos en comunión suprema con el Señor en la Eucaristía y reconciliados con Dios y con nuestro prójimo, seremos portadores de aquella paz que el mundo no puede dar. ¿Podrán los hombres y las mujeres de este mundo encontrar la paz si no se concientizan acerca de la necesidad de reconciliarse con Dios, con el prójimo y consigo mismos? De elevado significado fue, en este sentido, aquello que la Cámara del Senado de São Paulo escribió al Ministro Provincial de los Franciscanos al final del siglo XVIII, definiendo a Fray Galvão cómo «hombre de paz y de caridad». ¿Qué nos pide el Señor?: «amaos unos a otros como yo os amo». Pero luego a continuación añade: que «deis fruto y vuestro fruto permanezca» (cf. Jn 15, 12.16). ¿Y qué fruto nos pide Él, sino que sepamos amar, inspirándonos en el ejemplo del Santo de Guaratinguetá?

La fama de su inmensa caridad no tenía límites. Personas de todo la geografía nacional iban a ver a Fray Galvão que a todos acogía paternalmente. Eran pobres, enfermos en el cuerpo y en el espíritu que le imploraban ayuda.

Jesús abre su corazón y nos revela el pilar de todo su mensaje redentor: «Nadie tiene mayor amor que aquél que da la vida por sus amigos» (ib.v.13). Él mismo amó hasta entregar su vida por nosotros sobre la Cruz. También a acción de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad debe poseer esta misma inspiración. Las pastorales sociales si son orientadas para el bien de los pobres y de los enfermos, llevan en sí mismas este sello divino. El Señor cuenta con nosotros y nos llama amigos, pues solo a los que se ama de esta manera, se es capaz de dar la vida proporcionada por Jesús con su gracia.

Como sabemos la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano tendrá como tema básico: «Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que en Él nuestros pueblos tengan vida». ¿Cómo no ver entonces la necesidad de acudir con renovado ardor a la llamada, a fin de contestar generosamente a los desafíos qué la Iglesia en Brasil y en América Latina está llamada a enfrentar?


5. «Venid a mí, os que estáis aflictos bajo el fardo, y yo os aligeraré», dice el Señor en el Evangelio, (MT 11,28). Ésta es la recomendación final que el Señor nos dirige. Cómo no ver aquí este sentimiento paterno y, al mismo tiempo materno, ¿de Dios por todos sus hijos? María, la Madre de Dios y Madre nuestra, se encuentra particularmente ligada a nosotros en este momento. Fray Galvão, asumió con voz profética la verdad de la Inmaculada Concepción. Ella, la Tota Pulchra, la Virgen Purísima que concibió en su seno al Redentor de los hombres y fue preservada de toda mancha original, quiere ser el sello definitivo de nuestro encuentro con Dios, nuestro Salvador. No hay fruto de la gracia en la historia de la salvación que no tenga como instrumento necesario la mediación de Nuestra Señora.

De hecho, éste nuestro Santo se entregó de modo irrevocable a la Madre de Jesús desde su juventud, queriendo pertenecerle para siempre y escogiendo la Virgen María como Madre y Protectora de sus hijas espirituales.

¡Queridos amigos y amigas, qué bello ejemplo a continuación nos dejó Fray Galvão! Como son actuales para nosotros, que vivimos en una época tan llena de hedonismo, las palabras que aparecen en la cédula de consagración de su castidad: «quitadme antes la vida que ofender a tu bendito Hijo, mi Señor». Son palabras fuertes, de un alma apasionada, que deberían hacer parte de la vida normal de cada cristiano, sea él consagrado o no, y que despiertan deseos de fidelidad a Dios dentro o fuera del matrimonio. El mundo necesita de vidas limpias, de almas claras, de inteligencias simples que rechacen ser consideradas criaturas objeto de placer. Es necesario decir no a aquellos medios de comunicación social que ridiculizan la santidad del matrimonio y la virginidad antes del casamiento.

Es en este momento que tendremos en Nuestra Señora la mejor defensa contra los males que afligen la vida moderna; la devoción mariana es garantía cierta de protección maternal y de amparo en la hora de la tentación. ¿No será esta misteriosa presencia de la Virgen Purísima cuándo invoquemos protección y auxilio a la Señora Aparecida? Vamos a depositar en sus manos santísimas la vida de los sacerdotes y laicos consagrados, de los seminaristas y de todos los vocacionados para la vida religiosa.


6. Queridos amigos, permitidme concluir evocando la Vigilia de Oración de Marienfeld en Alemania: delante de una multitud de jóvenes, quise definir a los Santos de nuestra época como verdaderos reformadores. Y añadía: «solo de los Santos, solo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo» (Homilía, 25/08/2005). Ésta es la invitación que hago hoy a todos vosotros, del primero al último, en esta inmensa Eucaristía. Dios dijo: «Sed santos, como Yo soy Santo» (Lv 11,44). Agradezcamos a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, de los cuales nos vienen, por intercesión de la Virgen María, todas las bendiciones del cielo; este don que, juntamente con la fe es la mayor gracia que el Señor puede conceder a una criatura: el firme deseo de alcanzar la plenitud de la caridad, en la convicción de qué no solo es posible, como también necesaria la santidad, cada cuál en su estado de vida, para revelar al mundo el verdadero rostro de Cristo, nuestro amigo! ¡Amén!


Discurso De Benedicto XVI A La Comunidad De La Hacienda De La Esperanza




Queridos amigos y amigas,

¡Finalmente estoy en la Hacienda Esperanza!


1. Con particular afecto, saludo a Fray Hans Stapel, Fundador de la Obra Social Nuestra Señora de la Gloria, también conocida como Hacienda de la Esperanza. Deseo desde ya congratularme por todos ustedes, por haber creído en el ideal de bien y de paz que este lugar significa.

A todos los que en fase de recuperación, así como a los rehabilitados, voluntarios, familias, ex internos y bienhechores de todas las haciendas representadas que se encuentran en esta ocasión para encontrarse con el Papa, os digo: ¡Paz y Bien!

Sé que aquí se encuentran reunidos los representantes de diversos países, donde la Hacienda de la Esperanza posee sedes. Vinieron a ver el Papa. Vinieron a oír y asimilar lo que él les quería decir.


2. La Iglesia de hoy debe reavivar en sí misma la conciencia de la tarea de reproponer al mundo la voz de Aquél que dijo: «Soy la luz del mundo. Quien me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Por su parte, la tarea del Papa es renovar en los corazones esa luz que no ofusca, pues quiere iluminar lo íntimo de las almas que buscan el verdadero bien y la paz, que el mundo no puede dar. Un fulgor como éste, solo necesita un corazón abierto a los anhelos divinos. Dios no fuerza, no oprime la libertad individual; pide solo la apertura de aquel sagrario de nuestra conciencia por donde pasan todo el aspiraciones más nobles, pero también afectos y pasiones desordenadas que ofuscan el mensaje del Altísimo.


3. «He aquí que estoy a la puerta, y llamo: Si alguien oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos, yo con él y él conmigo» (Ap 3,20). Son palabras divinas que tocan el fondo del alma y que mueven hasta sus raíces más profundas.

A cierta altura de la vida, Jesús viene y toca, con suaves toques, en el fondo de los corazones bien dispuestos. Con ustedes, Él lo hizo a través de una persona amiga o de un sacerdote o, posiblemente, providenció una serie de coincidencias para decir que son objeto de predilección divina. Mediante la institución que los alberga, el Señor proporcionó esta experiencia de recuperación física y espiritual de vital importancia para ustedes y sus familiares. Además, la sociedad espera que sepan divulgar éste bien precioso de la salud entre los amigos y miembros de toda la comunidad.

¡Ustedes deben ser los embajadores de la esperanza! Brasil posee una estadística, de las más relevantes, en lo que respecta a dependencia química de drogas y estupefacientes. Y América Latina no se queda atrás. Por eso, digo a los que comercializan la droga que piensen en el mal que están provocándoles a una multitud de jóvenes y de adultos de todos los segmentos de la sociedad: Dios se los va a cobrar. La dignidad humana no puede ser pisoteada de esta manera. El mal provocado recibe la misma reprobación hecha por Jesús a los que escandalizaban a los “pequeñitos”, los preferidos de Dios (cf. MT 18, 7-10).


4. Mediante una terapia, que incluye la asistencia médica, psicológica y pedagógica, pero también mucha oración, trabajo manual y disciplina, ya son numerosas las personas, sobretodo jóvenes, que consiguieron librarse de la dependencia química y del alcohol y recobrar el sentido de la vida.

Deseo manifestar mi aprecio por esta Obra, que tiene como base espiritual el carisma de San Francisco y la espiritualidad del Movimiento de los Focolares.

La reinserción en la sociedad constituye, sin duda, una prueba de la eficacia de la iniciativa de ustedes. Pero lo que más llama la atención, y confirma la validez del trabajo, son las conversiones, el reencuentro con Dios y la participación activa en la vida de la Iglesia. No basta curar el cuerpo, es necesario adornar el alma con los más preciosos dones divinos conquistados a través del Bautismo.

Vamos a agradecer a Dios por haber querido colocar tantas almas en el camino de una esperanza renovada, con el auxilio de Sacramento del perdón y de la celebración de la Eucaristía.


5. Queridos amigos, no podría dejar pasar esta oportunidad para agradecer también a todos los que colaboran material o espiritualmente para dar continuidad Obra Social Nuestra Señora de la Gloria. Que Dios bendiga a Fray Hans Stapel y Nelson Giovanelli Ros por haber acogido su invitación para que dediquen su vida a ustedes. Bendiga también a todos los que trabajan en esta Obra: los consagrados y las consagradas; los voluntarios y las voluntarias. Una bendición especial va para todas las personas amigas que la sostienen: autoridades, grupos de apoyo y todos que aman a Cristo presente en éstos sus hijos predilectos.

Mi pensamiento va ahora a la muchas otras instituciones del mundo entero que trabajan para restituir la vida, y vida nueva, a éstos nuestros hermanos presentes en nuestra sociedad, y que Dios ama con un amor preferencial. Pienso también en los muchos grupos de Alcohólicos Anónimos y de Narcóticos Anónimos, y en la Pastoral de la Sobriedad que ya trabaja en muchas comunidades, prestando sus generosos auxilios en favor de la vida.


6. La proximidad del Santuario de Aparecida nos asegura que la Hacienda de la Esperanza nació bajo sus bendiciones y su mirada maternal. Hace mucho que vengo pidiendo a la Madre, Reina y Patrona del Brasil, que extienda su manto protector sobre los que participarán en la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe. La presencia de ustedes aquí, supone una ayuda considerable para el éxito de esta gran asamblea; pongan sus oraciones, sacrificios y renuncias en el altar de la Capilla, ciertos de que, en el Santo Sacrificio del Altar, estas ofrendas subirán a los cielos como un suave aroma en la presencia del Altísimo. Cuento con su ayuda. Que San Fray Galvão y Santa Crescencia amparen y protejan a cada uno. A todos ustedes bendigo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.















Saludo De Benedicto XVI A Las Hermanas Clarisas En La Hacienda De La Esperanza


“Alabado seas, mi Señor, por todas tu criaturas” - Con esta salutación al Omnipotente y Buen Señor, el santo Pobre de Asís reconocía la bondad única del Dios Creador y la dulzura, la fuerza y la belleza que serenamente se esparcen en todas las criaturas, haciendo de ellas espejo de la omnipotencia del Creador.

Este nuestro encuentro, queridas hermanas Clarisas, en esta Hacienda de la Esperanza, quiere ser la manifestación de un gesto de cariño del sucesor de Pedro a las hermanas de clausura y también un sereno murmullo de amor que resuena por estas colinas y valles de la Sierra de la Mantiqueira y resuene en toda la tierra: "No son discursos ni frases o palabras, ni son voces que puedan ser oídas; su sonido resuena y se esparce por toda la tierra, llega a los confines del universo su voz" (Sal 18,4-5). De aquí las hijas de Santa Clara proclaman; "¡Alabado seas, mi Señor, por todas tus criaturas! ".

Allí donde la sociedad no ve más futuro o esperanza, los cristianos están llamados a anunciar la fuerza de la Resurrección: justamente aquí en esta Hacienda de la Esperanza, donde se encuentran tantas personas, principalmente jóvenes, que buscan superar el problema de las drogas, del alcohol y de la dependencia química, se testimonia el Evangelio de Cristo en medio de una sociedad consumista alejada de Dios. ¡Qué diversa es la perspectiva del Creador en su obra! Las hermanas Clarisas y otros religiosos de clausura - que, en la vida contemplativa, escrutan la grandeza de Dios y descubren también la belleza de las criaturas - pueden, con el autor sagrado, contemplar el propio Dios, arrobado, maravillado delante de Su obra, de Su criatura amada: "¡Dios contempló todo lo que había hecho y todo estaba muy bien!" (Gen 1, 31).

Cuando el pecado entró en el mundo y, con él, la muerte, la criatura amada de Dios - aunque herida - no perdió totalmente su belleza: al contrario, recibió un amor mayor: "Oh feliz culpa que nos mereció un tan grande Redentor" - proclama la Iglesia en la noche misteriosa y clara de la Pascua (Exultet). Es el Cristo resucitado que cura las heridas y salva a los hijos e hijas de Dios, salva a la humanidad de la muerte, del pecado y de la esclavitud de las pasiones. La Pascua de Cristo une la tierra y el cielo. En esta Hacienda de la Esperanza se unen las oraciones de las Clarisas y el trabajo arduo de la medicina y de la laborterapia para vencer las prisiones y romper los grilletes de las drogas que hacen sufrir a los hijos amados de Dios.

Se recompone, así, la belleza de las criaturas que encanta y maravilla su Creador. Éste es el Padre todopoderoso, el único cuyo ser es el amor y cuya gloria es el ser humano vivo – como lo dijo San Irineo. Él "tanto amó el mundo, que envió a su Hijo" (Jn 3,16) para recoger al caído en el camino, asaltado y herido por los ladrones en el camino de Jerusalén a Jericó. En los caminos del mundo, Jesús es "la mano que el Padre extiende a los pecadores; es el camino por el cual nos llega la paz" (anáfora eucarística). Sí, aquí descubrimos que la belleza de las criaturas y el amor de Dios son inseparables. Francisco y Clara de Asís también descubren este secreto y proponen a sus hijos e hijas una sola cosa - y muy simple: vivir el Evangelio. Ésta es su norma de conducta y su regla de vida. Clara lo expresó muy bien, cuando dice a sus hermanas: "Tened entre vosotros, hijas mías, el mismo amor con el cual Cristo os amó" (Testamento).

Es en este amor que Fray Hans las invitó a ser la retaguardia de todo el trabajo desarrollado en la Hacienda de la Esperanza. En la fuerza de la oración silenciosa, en los ayunos y penitencias, las hijas de Santa Clara viven el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, en el gesto supremo de amar hasta el fin.

¡Esto significa jamás perder la esperanza! Por eso el nombre de esta obra de Fray Hans: "Hacienda de la Esperanza". Pues es necesario edificar, construir la esperanza, tejiendo el tejido de una sociedad que, en el extenderse de los hilos de la vida, pierde el propio sentimiento de esperanza. Esta pérdida – como dijo San Pablo - es como una maldición que la persona humana impone a sí misma: "personas sin afecto" (Rm 1,31).

Queridísimas hermanas, sed las anunciadoras de que "la esperanza no decepciona" (Rm 5,5). El dolor del Crucificado, que atravesó el alma de María al pie de la cruz, consuela tantos corazones maternos y paternos que lloran de dolor por sus hijos aún dependientes de las drogas. Anunciad por el silencio oferente de la oración, silencio grandilocuente que el Padre escucha; anunciad el mensaje del amor que vence al dolor, las drogas y la muerte. Anunciad a Jesucristo, humano cómo nosotros, ¡sufridor cómo nosotros, que tomó sobre sí nuestros pecados para de ellos liberarnos!

Estamos por iniciar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en el Santuario de Aparecida - tan cerca de esta Hacienda de la Esperanza. Confío también en sus oraciones, para que nuestros pueblos tengan vida en Jesucristo y todos nosotros seamos sus discípulos y misioneros. Ruego a María - la Madre Aparecida, la Virgen de Nazaret - quien, en el seguimiento de su Hijo, guardaba todas las cosas en su corazón, que las guarde en el silencio fecundo de la oración.

A todas las hermanas de clausura, de manera especial a las Clarisas presentes en esta obra, mi bendición y afecto.
























Homilía Del Papa A Sacerdotes, Religiosos, Seminaristas Y Diáconos De Brasil


Señores Cardenales, Venerados Hermanos en el Episcopado y Presbiterado, ¡Amados religiosos y todos vosotros que, impelidos por la voz de Jesucristo, lo seguisteis por amor!
¡Estimados seminaristas, que os estáis disponiendo para el ministerio sacerdotal! ¡Queridos representantes de los Movimientos eclesiales, y todos vosotros laicos que lleváis la fuerza del Evangelio al mundo del trabajo y de la cultura, en el seno de las familias, así como a vuestras parroquias!


1. Como los Apóstoles, juntamente con María, «subieron a la sala de encima» y allí «unidos por el mismo sentimiento, se entregaban asiduamente a la oración» (Hechos 1,13-14), así también hoy nos reunimos aquí en el Santuario de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que es para nosotros en esta hora «la sala de encima», donde María, Madre del Señor, se encuentra en medio a nosotros. Hoy es Ella quien orienta nuestra meditación; Ella nos enseña a rezar. Es Ella que nos muestra el modo de abrir nuestras mentes y nuestros corazones al poder del Espíritu Santo, que viene para ser comunicado al mundo entero.

Acabamos de recitar el Rosario. A través de sus ciclos meditativos, el Divino Consolador quiere introducirnos en el conocimiento de un Cristo que brota de la fuente límpida del texto evangélico. Por su parte, la Iglesia del tercero milenio se propone dar a los cristianos la capacidad de «conocer - con palabras de San Pablo - el misterio de Dios, esto es Cristo, en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2,2-3). María Santísima, la Virgen Pura y sin Mancha es para nosotros escuela de fe destinada a conducirnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del Cielo y de la Tierra. El Papa vino a Aparecida con viva alegría para deciros en primer lugar: "Permaneced en la escuela de María". Inspiraos en sus enseñanzas. Procurad acoger y guardar dentro del corazón las luces que Ella, por mandato divino, os envía desde lo alto.

Como es bueno estar aquí reunidos en nombre de Cristo, en la fe, en la fraternidad, en la alegría, en la paz, "en la oración con María, la Madre de Jesús" (Hechos 1,14). Como es bueno, queridos Presbíteros, Diáconos, Consagrados y Consagradas, Seminaristas y Familias Cristianas, estar aquí en el Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que es Morada de Dios, Casa de María y Casa de Hermanos y que en estos días se transforma también en Sede de la V Conferencia Episcopal Latinoamericana y del Caribe. Cómo es bueno estar aquí en esta Basílica Mariana hacia dónde, este tiempo, ¡convergen los miradas y las esperanzas del mundo cristiano, de modo especial de América Latina y del Caribe!


2. ¡Me siento muy feliz de estar aquí con vosotros, en medio de vosotros! ¡El Papa os ama! ¡El Papa os saluda afectuosamente! ¡Reza por vosotros! Y suplica al Señor las más preciosas bendiciones para los Movimientos, Asociaciones y las nuevas realidades eclesiales, ¡expresión viva de la perenne juventud de la Iglesia! ¡Qué seáis muy bendecidos! Va aquí mi saludo afectuoso a vosotras, Familias aquí congregadas y que representáis todas las queridísimas Familias Cristianas presentes en el mundo entero. Me alegro de modo especialísimo con vosotros y os envío mi abrazo de paz.

Agradezco la acogida y la hospitalidad del Pueblo brasileño. ¡desde que llegué aquí fui recibido con mucho cariño! Las varias manifestaciones de aprecio y saludo demuestran cuánto queréis bien, estimáis y respetáis el Sucesor del Apóstol Pedro. Mi predecesor, el Siervo de Dios Papa Juan Pablo II se refirió varias veces a vuestra simpatía y espíritu de acogida fraterna. ¡Él tenía toda la razón!


3. Saludo a los estimados padres aquí presentes, pienso y oro por todos los sacerdotes diseminados por el mundo entero, de modo particular por los de América Latina y del Caribe, incluyendo entre ellos a los que son fidei donum. Cuántos desafíos, cuántas situaciones difíciles enfrentáis, ¡cuánta generosidad, cuánta donación, sacrificios y renuncias! La fidelidad en el ejercicio del ministerio y en la vida de oración, la búsqueda de la santidad, la entrega total a Dios al servicio de los hermanos y hermanas, gastando vuestras vidas y energías, promoviendo la justicia, la fraternidad, la solidaridad, el compartir, - todo eso le habla fuertemente a mi corazón de pastor. El testimonio de un sacerdocio bien vivido dignifica a la Iglesia, suscita admiración en los fieles, es fuente de bendición para la Comunidad, es la mejor promoción vocacional, es la más auténtica invitación para que otros jóvenes también respondan positivamente a los llamados del Señor. ¡Es la verdadera colaboración para la construcción del Reino de Dios!

Os agradezco sinceramente y os exhorto a que continuéis viviendo de modo digno la vocación que recibisteis. Qué el fervor misionero, que la vibración por una evangelización siempre más actualizada, ¡que el espíritu apostólico auténtico y el celo por las almas estén presentes en vuestras vidas! Mi afecto, oraciones y agradecimientos van también a los sacerdotes de edad y enfermos. ¡Vuestra conformación al Cristo Sufridor y Resucitado es el más fecundo apostolado! ¡Muchas gracias!


4. Queridos Diáconos y Seminaristas, a vosotros también que ocupáis un lugar especial en el corazón del Papa, un saludo muy fraternal y cordial. La jovialidad, el entusiasmo, el idealismo, el ánimo para enfrentar con audacia los nuevos desafíos, renuevan la disponibilidad del Pueblo de Dios, vuelven a los fieles más dinámicos y hacen crecer a la Comunidad Cristiana, progresar, ser más confiados, felices y optimistas. Agradezco el testimonio que ofrecéis, colaborando con vuestros Obispos en los trabajos pastorales de las diócesis. Tened siempre delante de los ojos la figura de Jesús, el Buen Pastor, que "vino no para ser servido, pero para servir y dar su vida para rescatar a la multitud" (Mt 20,28). Sed como los primeros diáconos de la Iglesia: hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo, de sabiduría y de fe (cf. Hechos 6, 3-5). Y vosotros, Seminaristas dad gracias a Dios por el llamado que Él os hace. Recordaos que el Seminario es la "¡cuna de vuestra vocación y escena de la primera experiencia de comunión" (Directorio para el Ministerio y vida de los Presbíteros, 32). Rezo para que seáis, si Dios quiere, sacerdotes santos, fieles y felices en servir a la Iglesia!


5. Detengo mirada y atención ahora sobre vosotros, estimados consagrados y consagradas, aquí reunidos en el Santuario de la Madre, Reina y Patrona del Pueblo Brasileño, y también diseminados por todas partes del mundo.

Vosotros, religiosos y religiosas, sois una dádiva, un regalo, un don divino que la Iglesia recibió de su Señor. Agradezco a Dios vuestra vida y el testimonio que dais al mundo de un amor fiel a Dios y a los hermanos. Ese amor sin reservas, total, definitivo, incondicional y apasionado se expresa en el silencio, en la contemplación, en la oración y en las actividades más diversas que realizáis, en vuestras familias religiosas, en favor de la humanidad y principalmente de los más pobres y abandonados. Eso todo suscita en el corazón de los jóvenes el deseo de seguir más de cerca y radicalmente a Cristo el Señor y ofrecer la vida para dar testimonio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que Dios es Amor y que vale la pena dejarse cautivar y fascinar para dedicarse exclusivamente a Él (cf. Exort. ap. «Vita Consecrata», 15).

La vida religiosa en Brasil siempre ha sido significativa y ha tenido un papel destacado en la obra de la evangelización, desde los inicios de la colonización. Ayer aún, tuve la grande satisfacción de presidir la Celebración Eucarística en la cual fue canonizado San Antonio de Santa Ana Galvão, presbítero y religioso franciscano, primer Santo nacido en Brasil. A su lado, otro testimonio admirable de consagrada es Santa Paulina, fundadora de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción. Tendría muchos otros ejemplos para citar. Que todos ellos os sirvan de estímulo para vivir una consagración total. ¡Dios os bendiga!


6. Hoy, en vísperas de la apertura de la V Conferencia General de los Obispos de América Latina y del Caribe, que tendré el gusto de presidir, siento el deseo de deciros a todos vosotros cuán importante es el sentido de nuestra pertenencia a la Iglesia, que hace a los cristianos crecer y madurar como hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre. Queridos hombres y mujeres de América Latina sé que tenéis una gran sed de Dios. Sé que seguís a Aquel Jesús, que dijo “Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6). Por eso el Papa quiere deciros a todos: ¡La Iglesia es nuestra Casa! ¡Esta es nuestra Casa! ¡En la Iglesia Católica tenemos todo lo que es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo! ¡Quien acepta a Cristo: “Camino, Verdad y Vida”, en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en esta y en la otra vida! Por eso, el Papa vino aquí para rezar y confesar con todos vosotros: ¡vale la pena ser fieles, vale la pena perseverar en la propia fe! Pero la coherencia en la fe necesita también una sólida formación doctrinal y espiritual, contribuyendo así a la construcción de una sociedad más justa, más humana y cristiana. El Catecismo de la Iglesia Católica, incluso en su versión más reducida, publicada con el título de Compendio, ayudará a tener nociones claras sobre nuestra fe. Vamos a pedir, ya desde ahora, que la venida del Espíritu Santo sea para todos como un nuevo Pentecostés, a fin de iluminar con la luz de lo Alto nuestros corazones y nuestra fe.


7. Es con gran esperanza que me dirijo a todos vosotros, que os encontráis dentro de esta majestuosa Basílica, o que participaron del Santo Rosario desde fuera, para invitarlos a volverse profundamente misioneros y para llevar la Buena Nueva del Evangelio por todos los puntos cardenales de América Latina y del mundo.

Vamos a pedir a la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que cuide la vida de todos los cristianos. Ella, que es la Estrella de la Evangelización, guíe nuestros pasos en el camino al Reino celestial:

“¡Madre nuestra, protege la familia brasileña y latinoamericana!
Ampara, bajo tu manto protector a los hijos de esta Patria querida que nos acoge,
Tú que eres la Abogada junto a tu Hijo Jesús, dale al Pueblo brasileño paz constante y prosperidad completa.

Concede a nuestros hermanos de toda la geografía latinoamericana un verdadero fervor misionero irradiador de fe y de esperanza.

Haz que tu clamor de Fátima por la conversión de los pecadores, sea realidad, y transforme la vida de nuestra sociedad.

Y tú, que desde el Santuario de Guadalupe, intercedes por el pueblo del Continente de la esperanza, bendice sus tierras y sus hogares.

Amén









Homilía Del Papa En La Misa De Inauguración De La Conferencia Del Episcopado Latinoamericano
En El Santuario De Nuestra Señora Aparecida


Venerables Hermanos en el Episcopado,

¡queridos sacerdotes y vosotros todos, hermanas y hermanos en el Señor!

No existen palabras para expresar la alegría de encontrarme con vosotros para celebrar esta solemne Eucaristía, con ocasión de la apertura de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. A todos saludo con mucha cordialidad, de modo particular al arzobispo de Aparecida, monseñor Raymundo Damasceno Assis, agradeciendo las palabras que me fueron dirigidas en nombre de toda la asamblea, y a los cardenales presidentes de esta Conferencia General.

Saludo con deferencia a las autoridades civiles y militares que nos honran con su presencia. Desde este Santuario extiendo mi pensamiento, con mucho afecto y oración, a todos aquéllos que se nos unen espiritualmente en este día, de modo especial a las comunidades de vida consagrada, a los jóvenes comprometidos en movimientos y asociaciones, a las familias, bien como a los enfermos y a los ancianos. A todos les quiero decir: «Gracia y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de parte del Señor Jesucristo» (1Cor 1,13).

Considero un don especial de la Providencia que esta Santa Misa sea celebrada este tiempo y en este lugar. El tiempo es el litúrgico del sexto Domingo de Pascua: está próxima la fiesta de Pentecostés, y la Iglesia es invitada a intensificar la invocación al Espíritu Santo. El lugar es el Santuario nacional de Nuestra Señora Aparecida, corazón mariano del Brasil: Maria nos acoge en este Cenáculo y, como Madre y Maestra, nos ayuda a elevar a Dios una plegaria unánime y confiada.

Esta celebración litúrgica constituye el fundamento más sólido de la V Conferencia, porque pone en su base la oración y la Eucaristía, «Sacramentum caritatis». En efecto, solo la caridad de Cristo, emanada por el Espíritu Santo, puede hacer de esta reunión un auténtico acontecimiento eclesial, un momento de gracia para este Continente y para el mundo entero.

Esta tarde tendré la posibilidad de entrar en el mérito de los contenidos sugeridos por el tema de vuestra Conferencia. Demos ahora espacio a la Palabra de Dios, que con alegría acogemos, con el corazón abierto y dócil, a ejemplo de Maria, Nuestra Señora de la Concepción, a fin de que, por el poder del Espíritu Santo, Cristo pueda nuevamente «hacerse carne» en el hoy de nuestra historia.

La primera Lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, se refiere al así llamado «Concilio de Jerusalén», que consideró la cuestión de si a los paganos convertidos al cristianismo debería imponerseles la observancia de la ley mosaica. El texto, dejando de lado la discusión sobre «los Apóstoles y los ancianos» (15,4-21), transcribe la decisión final, que viene colocada por escrito en una carta y confiada a dos comisarios, a fin de que sea entregada a la comunidad de Antioquia (vv. 22-29).

Esta página de los Hechos de los Apóstoles nos es muy apropiada, por haber venido aquí para una reunión eclesial. Nos habla del sentido del discernimiento comunitario en torno a los grandes problemas que la Iglesia encuentra a lo largo de su camino y que vienen a ser aclarados por los «Apóstoles» y por los «ancianos» con la luz del Espíritu Santo, el cual, como nos narra el Evangelio de hoy, recuerda la enseñanza de Jesucristo (cf. Jn 14,26) ayudando así a la comunidad cristiana a caminar en la caridad en búsqueda de la verdad plena (cf. Jn 16,13). Los jefes de la Iglesia discuten y se enfrentan, siempre sin embargo en actitud de religiosa escucha de la Palabra de Cristo en el Espíritu Santo. Por eso, al final pueden afirmar: «Pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros ...» (Hch 15,28).

Éste es el «método» con el cual nosotros actuamos en la Iglesia, tanto en las pequeñas como en las grandes asambleas. No es una simple cuestión de procedimiento; es el resultado de la misma naturaleza de la Iglesia, misterio de comunión con Cristo en el Espíritu Santo. En el caso de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y el Caribe, la primera, realizada en Rio de Janeiro en 1955, recurrió a una Carta especial enviada por el Papa Pío XII, de venerada memoria; en las otras, hasta la actual, fue el Obispo de Roma que se dirigió a la sede de la reunión continental para presidir las fases iniciales.

Con devoto reconocimiento dirigimos nuestro pensamiento a los Siervos de Dios Pablo VI y Juan Pablo II que, en las Conferencias de Medellín, Puebla y Santo Domingo, testimoniaron la proximidad de la Iglesia universal en las Iglesias que están en América Latina y que constituyen, en proporción, la mayor parte de la Comunidad católica.

«Pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros ...». Ésta es la Iglesia: nosotros, la comunidad de fieles, el Pueblo de Dios, con sus Pastores llamados a hacer de guías del camino; juntos con el Espíriu Santo, Espíritu del Padre mandado en nombre del Hijo Jesús, Espíritu de Aquél que es «mayor» de todos y que nos fue dado mediante Cristo, que se hizo «menor» por nuestra causa. Espíritu Paráclito, Ad-vocatus, Defensor y Consolador. Él nos hace vivir en la presencia de Dios, en la escucha de su Palabra, libres de inquietud y de temor, teniendo en el corazón la paz que Jesús nos dejó y que el mundo no puede dar (cf. Jn 14, 26-27).

El Espíritu acompaña a la Iglesia en el largo camino que se extiende entre la primera y la segunda venida de Cristo: «Voy, y vuelvo a vosotros» (Jn 14,28), dijo Jesús a los Apóstoles. Entre la «ida» y la «vuelta» de Cristo está el tiempo de la Iglesia, que es su Cuerpo, están ésos dos mil años transcurridos hasta ahora; están también estos poco más de cinco siglos en los que la Iglesia se hizo peregrina en las Américas, difundiendo en los fieles la vida de Cristo a través de los Sacramentos y lanzando en estas tierras la buena semilla del Evangelio, que rindió treinta, sesenta e incluso el ciento por uno. Tiempo de la Iglesia, tiempo del Espíritu Santo: Es el Maestro que forma a los discípulos: los hace enamorarse de Jesús; los educa para que escuchen su Palabra, a fin de que contemplen su Faz; los conforma a su Humanidad bienaventurada, pobre en espíritu, aflicta, mansa, sedienta de justicia, misericordiosa, pura de corazón, pacífica, perseguida a causa de la justicia (cf. Mt 5,3-10).

Asimismo, gracias a la acción del Espíritu Santo, Jesús se vuelve el «Camino» en la cual camina el discípulo. «Si alguien me ama, observará mi palabra», dice Jesús en el inicio del trecho evangélico de hoy. «La palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió» (Jn 14,23-24). Como Jesús transmite las palabras del Padre, así el Espíritu recuerda a la Iglesia las palabras de Cristo (cf. Jn 14,26). Y como el amor por el Padre llevaba a Jesús a alimentarse de su voluntad, así nuestro amor por Jesús se demuestra en la obediencia a sus palabras. La fidelidad de Jesús a la voluntad del Padre puede transmitirse a los discípulos gracias al Espíritu Santo, que derrama el amor de Dios en sus corazones (cf. Rm 5,5).

El Nuevo Testamento nos presenta a Cristo como misionero del Padre. Especialmente en el Evangelio de San Juan, Jesús habla de sí tantas veces a propósito del Padre que Lo envió al mundo. Asimismo, también en el texto de hoy. Jesús dice: « La palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió» (Jn 14,24). En este momento, queridos amigos, somos invitados a fijar nuestra mirada en Él, porque la misión de la Iglesia subsiste solamente en cuanto prolongación de aquélla de Cristo: «Como el Padre me envió, así también yo os envío a vosotros» (Jn 20,21).

El evangelista pone de relieve, incluso de forma plástica, que esta consignación acontece en el Espíritu Santo: «Sopló sobre ellos diciendo: ‘Recibid el Espíritu Santo...’ » (Jn 20,22). La misión de Cristo se realizó en el amor. Encendió en el mundo el fuego de la caridad de Dios (cf. Lc 12,49). Es el amor que da la vida: por eso la Iglesia es invitada a difundir en el mundo la caridad de Cristo, para que los hombres y los pueblos «tengan la vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). A vosotros también, que representáis la Iglesia en América Latina, tengo la alegría de entregar nuevo idealmente mi Encíclica «Deus caritas est», con la cual quise indicar a todos lo que es esencial en el mensaje cristiano.

La Iglesia se siente discípula y misionera de ese Amor: misionera solamente en tanto discípula, es decir, capaz de siempre dejarse atraer, con renovado arrobamiento, por Dios que nos amó y nos ama primero (1Jn 4,10). La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por «atracción»: como Cristo «atrae todo a sí» con la fuerza de su amor, que culminó en el sacrificio de la Cruz, así la Iglesia cumple su misión en la medida en la que, asociada a Cristo, cumple su obra conformándose en espíritu y concretamente con la caridad de su Señor.

Queridos hermanos y hermanas. Éste es el rico tesoro del continente Latinoamericano; éste es su patrimonio más valioso: la fe en Dios Amor, que reveló su rostro en Jesucristo. Vosotros creéis en el Dios Amor: ésta es vuestra fuerza que vence al mundo, la alegría que nada ni nadie os podrá arrebatar, ¡la paz que Cristo conquistó para vosotros con su Cruz! Ésta es la fe que hizo de Latinoamérica el «Continente de la Esperanza».

No es una ideología política, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico; es la fe en Dios Amor, encarnado, muerto y resucitado en Jesucristo, el auténtico fundamento de esta esperanza que produjo frutos tan magníficos desde la primera evangelización hasta hoy.

Así lo atestigua la serie de Santos y Beatos que el Espíritu suscitó a lo largo y ancho de este Continente. El Papa Juan Pablo II os convocó para una nueva evangelización, y vosotros respondisteis a su llamado con la generosidad y el compromiso que os caracterizan. Yo os lo confirmo y, con palabras de esta Quinta Conferencia, os digo: sed discípulos fieles, para ser misioneros valientes y eficaces.

La segunda Lectura nos ha presentado la grandiosa visión de la Jerusalén celeste. Es una imagen de espléndida belleza, en la que nada es simplemente decorativo, sino que todo contribuye a la perfecta armonía de la Ciudad santa. Escribe el vidente Juan que ésta «bajaba del cielo, enviada por Dios trayendo la gloria de Dios» (Ap 21,10). Pero la gloria de Dios es el Amor; por tanto la Jerusalén celeste es icono de la Iglesia entera, santa y gloriosa, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5,27), iluminada en el centro y en todas partes por la presencia de Dios-Caridad. Es llamada «novia», «la esposa del Cordero» (Ap 20,9), porque en ella se realiza la figura nupcial que encontramos desde el principio hasta el fin en la revelación bíblica. La Ciudad-Esposa es patria de la plena comunión de Dios con los hombres; ella no necesita templo alguno ni ninguna fuente externa de luz, porque la presencia de Dios y del Cordero es inmanente y la ilumina desde dentro.

Esta imagen estupenda tiene un valor escatológico: expresa el misterio de belleza que ya constituye la forma de la Iglesia, aunque aún no haya alcanzado su plenitud. Es la meta de nuestra peregrinación, la patria que nos espera y por la cual suspiramos. Verla con los ojos de la fe, contemplarla y desearla, no debe ser motivo de evasión de la realidad histórica en que vive la Iglesia compartiendo las alegrías y las esperanzas, los dolores y las angustias de la humanidad contemporánea, especialmente de los más pobres y de los que sufren (cf. «Gaudium et spes», 1).

Si la belleza de la Jerusalén celeste es la gloria de Dios, o sea, su amor, es precisamente y solamente en la caridad cómo podemos acercarnos a ella y, en cierto modo, habitar en ella. Quien ama al Señor Jesús y observa su palabra experimenta ya en este mundo la misteriosa presencia de Dios Uno y Trino, como hemos escuchado en el Evangelio: «Vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23). Por eso, todo cristiano está llamado a ser piedra viva de esta maravillosa «morada de Dios con los hombres».¡Qué magnífica vocación!

Una Iglesia enteramente alentada y movilizada por la caridad de Cristo, Cordero inmolado por amor, es la imagen histórica de la Jerusalén celeste, anticipación de la Ciudad santa, resplandeciente de la gloria de Dios. De ella emana una fuerza misionera irresistible, que es la fuerza de la santidad.

Que la Virgen Maria le alcance a América Latina y el Caribe la gracia de revestirse de la fuerza de lo alto (cf. Lc 24,49) para irradiar en el Continente y en todo el mundo la santidad de Cristo. A Él sea dada gloria, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.



Palabras Del Papa Al Rezar El «Regina Caeli» En Aparecida



[En portugués]

Queridos Hermanos y Hermanas:

Os saludo con mucho afecto a todos vosotros que vinisteis de los cuatro cantos del Brasil, de América Latina y del Caribe, así como a los que me escuchan por la radio o por la televisión. Durante la celebración de la santa misa, he invocado al Espíritu Santo pidiendo por los frutos de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que, dentro de poco, tendré la ocasión de inaugurar. Pido a todos que recen por los frutos de esta gran asamblea, que llena de esperanza el porvenir de la familia latinoamericana. Sois los protagonistas del destino de vuestras Naciones. ¡Qué Dios os bendiga y os acompañe!


[En español]

Saludo con afecto a los grupos y comunidades de lengua española aquí presentes, así como a todos los que desde España y Latinoamérica se unen espiritualmente a esta celebración. Que la Virgen María os ayude a mantener viva la llama de la fe, el amor y la concordia, para que mediante el testimonio de vuestra vida y la fidelidad a vuestra vocación de bautizados seáis luz y esperanza de la humanidad. Pidamos también para que la celebración de esta Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe produzca abundantes frutos de auténtica renovación espiritual y de incansable evangelización. ¡Que Dios os bendiga!


[En inglés]

Saludo calurosamente a todos los grupos angloparlantes presentes hoy. Las familias ocupan el primer lugar del corazón de la misión evangelizadora de la Iglesia, pues es en la vida de la Familia donde nuestra vida de fe se expresa y nutre en primer lugar. Padres, vosotros sois los testigos primarios de vuestros hijos de las verdades y los valores de nuestra fe: ¡rezad con vuestros hijos y por vuestros hijos; enseñadles a través de vuestro ejemplo de fidelidad y alegría!. Ciertamente, todo discípulo, inspirado por la palabra y fortalecido por el sacramento, es llamado a la misión. Es un deber del cual nadie debe arredrarse, pues nada es mas hermoso que conocer a Cristo y darlo a conocer a los demás! Que Nuestra Señora de Guadalupe sea vuestro modelo y guía. ¡Que Dios os bendiga a todos!


[En francés]

Queridas familias y grupos franco parlantes, os saludo de todo corazón, a vosotros que vivís en el continente sudamericano, particularmente en Haití, en Guyana Francesa y en las Antillas. Esforzaos sobretodo por construir entre todos, una sociedad cada vez más solidaria y fraterna, con la preocupación de hacer descubrir a los jóvenes la grandeza de los valores familiares.

[En portugués]

Recordamos hoy el nonagésimo aniversario de las Apariciones de Nuestra Señora en Fátima. Con su vehemente llamado a la conversión y a la penitencia es, sin duda, la más profética de las apariciones modernas. Pidámosle a la Madre de la Iglesia, a ella que conoce los sufrimientos y las esperanzas de la humanidad, que proteja nuestros hogares y nuestras comunidades.

De modo especial confiémosle aquellos pueblos y naciones que tienen particular necesidad, y lo hacemos con la certeza de que no dejará de atender las súplicas que con filial devoción le dirigimos.

Pienso especialmente en aquellos hermanos y hermanas que padecen hambre y, por eso, deseo recordar la «Marcha contra el hambre» promovida por el Programa Mundial de Alimentos, organismo de las Naciones Unidas encargado de la ayuda alimenticia. Esta iniciativa tiene lugar hoy en numerosas ciudades del mundo, entre las cuales Ribeirão Preto, aquí en el Brasil.

Nuestras preces se dirigen también a la Comunidad afro-brasileña que conmemora este domingo la abolición de la esclavitud en el Brasil. Que este recuerdo estimule la conciencia evangelizadora de esta realidad socio-cultural de gran importancia en la Tierra de la Santa Cruz.

Dirijo igualmente mi cordial saludo, juntamente con mis sinceros agradecimientos, a todos los Grupos y Asociaciones que aquí se encuentran. Que Dios os recompense y mantenga firmes en la fe.

Aclamemos con alegría el inicio de nuestra salvación.

Saludo especialmente las madres, que hoy celebran su día. Que Dios les bendiga!




























Discurso Del Papa En La Inauguración De La Conferencia Del Episcopado Latinoamericano



Queridos Hermanos en el Episcopado, amados sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. Queridos

observadores de otras confesiones religiosas:


[En español:]

Es motivo de gran alegría estar hoy aquí con vosotros para inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que se celebra junto al Santuario de Nuestra Señora Aparecida, Patrona del Brasil. Quiero que mis primeras palabras sean de acción de gracias y de alabanza a Dios por el gran don de la fe cristiana a las gentes de este Continente.


1. La fe cristiana en América Latina

La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos. Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana de este Continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas. En la actualidad, esa misma fe ha de afrontar serios retos, pues están en juego el desarrollo armónico de la sociedad y la identidad católica de sus pueblos. A este respecto, la V Conferencia General va a reflexionar sobre esta situación para ayudar a los fieles cristianos a vivir su fe con alegría y coherencia, a tomar conciencia de ser discípulos y misioneros de Cristo, enviados por Él al mundo para anunciar y dar testimonio de nuestra fe y amor.

Pero, ¿qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta.

En última instancia, sólo la verdad unifica y su prueba es el amor. Por eso Cristo, siendo realmente el Logos encarnado, "el amor hasta el extremo", no es ajeno a cultura alguna ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón de las culturas es lo que les da su identidad última, uniendo a la humanidad y respetando a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización, en el auténtico progreso. El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura.

La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado.

La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos:

- El amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y de la reconciliación; el Dios que nos ha amado hasta entregarse por nosotros;

- El amor al Señor presente en la Eucaristía, el Dios encarnado, muerto y resucitado para ser Pan de Vida;

- El Dios cercano a los pobres y a los que sufren;

- La profunda devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe, de Aparecida o de las diversas advocaciones nacionales y locales. Cuando la Virgen de Guadalupe se apareció al indio san Juan Diego le dijo estas significativas palabras: "¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?" (Nican Mopohua, nn. 118-119 ).

Esta religiosidad se expresa también en la devoción a los santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los demás Pastores, en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos. Todo ello forma el gran mosaico de la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar.


2. Continuidad con las otras Conferencias

Esta V Conferencia General se celebra en continuidad con las otras cuatro que la precedieron en Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo. Con el mismo espíritu que las animó, los Pastores quieren dar ahora un nuevo impulso a la evangelización, a fin de que estos pueblos sigan creciendo y madurando en su fe, para ser luz del mundo y testigos de Jesucristo con la propia vida.

Después de la IV Conferencia General, en Santo Domingo, muchas cosas han cambiado en la sociedad. La Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las penas y alegrías de sus hijos, quiere caminar a su lado en este período de tantos desafíos, para infundirles siempre esperanza y consuelo (cf. Gaudium et spes, 1).

En el mundo de hoy se da el fenómeno de la globalización como un entramado de relaciones a nivel planetario. Aunque en ciertos aspectos es un logro de la gran familia humana y una señal de su profunda aspiración a la unidad, sin embargo comporta también el riesgo de los grandes monopolios y de convertir el lucro en valor supremo. Como en todos los campos de la actividad humana, la globalización debe regirse también por la ética, poniendo todo al servicio de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios.

En América Latina y el Caribe, igual que en otras regiones, se ha evolucionado hacia la democracia, aunque haya motivos de preocupación ante formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas ideologías que se creían superadas, y que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad, como nos enseña la Doctrina social de la Iglesia. Por otra parte, la economía liberal de algunos países latinoamericanos ha de tener presente la equidad, pues siguen aumentando los sectores sociales que se ven probados cada vez más por una enorme pobreza o incluso expoliados de los propios bienes naturales.

En las Comunidades eclesiales de América Latina es notable la madurez en la fe de muchos laicos y laicas activos y entregados al Señor, junto con la presencia de muchos abnegados catequistas, de tantos jóvenes, de nuevos movimientos eclesiales y de recientes Institutos de vida consagrada. Se demuestran fundamentales muchas obras católicas educativas, asistenciales y hospitalitarias. Se percibe, sin embargo, un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudoreligiosas.

Todo ello configura una situación nueva que será analizada aquí, en Aparecida. Ante la nueva encrucijada, los fieles esperan de esta V Conferencia una renovación y revitalización de su fe en Cristo, nuestro único Maestro y Salvador, que nos ha revelado la experiencia única del Amor infinito de Dios Padre a los hombres. De esta fuente podrán surgir nuevos caminos y proyectos pastorales creativos, que infundan una firme esperanza para vivir de manera responsable y gozosa la fe e irradiarla así en el propio ambiente.


3. Discípulos y misioneros

Esta Conferencia General tiene como tema: "Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida. -Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida-" (Jn 14,6).

La Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este Continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con Él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Todo bautizado recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la misión: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará" (Mc 16,15). Pues ser discípulos y misioneros de Jesucristo y buscar la vida "en Él" supone estar profundamente enraizados en Él.

¿Qué nos da Cristo realmente? ¿Por qué queremos ser discípulos de Cristo? Porque esperamos encontrar en la comunión con Él la vida, la verdadera vida digna de este nombre, y por esto queremos darlo a conocer a los demás, comunicarles el don que hemos hallado en Él. Pero, ¿es esto así? ¿Estamos realmente convencidos de que Cristo es el camino, la verdad y la vida?

Ante la prioridad de la fe en Cristo y de la vida "en Él", formulada en el título de esta V Conferencia, podría surgir también otra cuestión: Esta prioridad, ¿no podría ser acaso una fuga hacia el intimismo, hacia el individualismo religioso, un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo, y una fuga de la realidad hacia un mundo espiritual?

Como primer paso podemos responder a esta pregunta con otra: ¿Qué es esta "realidad"? ¿Qué es lo real? ¿Son "realidad" sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo, como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de "realidad" y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas.

La primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis.

Pero surge inmediatamente otra pregunta: ¿Quién conoce a Dios? ¿Cómo podemos conocerlo? No podemos entrar aquí en un complejo debate sobre esta cuestión fundamental. Para el cristiano el núcleo de la respuesta es simple: Sólo Dios conoce a Dios, sólo su Hijo que es Dios de Dios, Dios verdadero, lo conoce. Y Él, "que está en el seno del Padre, lo ha contado" (Jn 1,18). De aquí la importancia única e insustituible de Cristo para nosotros, para la humanidad. Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad.

Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, el Dios del amor hasta la cruz. Cuando el discípulo llega a la comprensión de este amor de Cristo "hasta el extremo", no puede dejar de responder a este amor sino es con un amor semejante: "Te seguiré adondequiera que vayas" (Lc 9,57).

Todavía nos podemos hacer otra pregunta: ¿Qué nos da la fe en este Dios? La primera respuesta es: nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás. En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9).

Pero antes de afrontar lo que comporta el realismo de la fe en el Dios hecho hombre, tenemos que profundizar en la pregunta: ¿cómo conocer realmente a Cristo para poder seguirlo y vivir con Él, para encontrar la vida en Él y para comunicar esta vida a los demás, a la sociedad y al mundo? Ante todo, Cristo se nos da a conocer en su persona, en su vida y en su doctrina por medio de la Palabra de Dios. Al iniciar la nueva etapa que la Iglesia misionera de América Latina y del Caribe se dispone a emprender, a partir de esta V Conferencia General en Aparecida, es condición indispensable el conocimiento profundo de la Palabra de Dios.

Por esto, hay que educar al pueblo en la lectura y meditación de la Palabra de Dios: que ella se convierta en su alimento para que, por propia experiencia, vean que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn 6,63). De lo contrario, ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu no conocen a fondo? Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios. Para ello, animo a los Pastores a esforzarse en darla a conocer.

Un gran medio para introducir al Pueblo de Dios en el misterio de Cristo es la catequesis. En ella se trasmite de forma sencilla y substancial el mensaje de Cristo. Convendrá por tanto intensificar la catequesis y la formación en la fe, tanto de los niños como de los jóvenes y adultos. La reflexión madura de la fe es luz para el camino de la vida y fuerza para ser testigos de Cristo. Para ello se dispone de instrumentos muy valiosos como son el Catecismo de la Iglesia Católica y su versión más breve, el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.

En este campo no hay que limitarse sólo a las homilías, conferencias, cursos de Biblia o teología, sino que se ha de recurrir también a los medios de comunicación: prensa, radio y televisión, sitios de internet, foros y tantos otros sistemas para comunicar eficazmente el mensaje de Cristo a un gran número de personas.

En este esfuerzo por conocer el mensaje de Cristo y hacerlo guía de la propia vida, hay que recordar que la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana. "Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios" (Deus caritas est, 15). Por lo mismo, será también necesaria una catequesis social y una adecuada formación en la doctrina social de la Iglesia, siendo muy útil para ello el "Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia". La vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas.

El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4,12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro.


4. "Para que en Él tengan vida"

Los pueblos latinoamericanos y caribeños tienen derecho a una vida plena, propia de los hijos de Dios, con unas condiciones más humanas: libres de las amenazas del hambre y de toda forma de violencia. Para estos pueblos, sus Pastores han de fomentar una cultura de la vida que permita, como decía mi predecesor Pablo VI, "pasar de la miseria a la posesión de lo necesario, a la adquisición de la cultura… a la cooperación en el bien común… hasta el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin" (Populorum progressio, 21).

En este contexto me es grato recordar la Encíclica "Populorum progressio", cuyo 40 aniversario recordamos este año. Este documento pontificio pone en evidencia que el desarrollo auténtico ha de ser integral, es decir, orientado a la promoción de todo el hombre y de todos los hombres (cf. n. 14), e invita a todos a suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso a los bienes. Estos pueblos anhelan, sobre todo, la plenitud de vida que Cristo nos ha traído: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). Con esta vida divina se desarrolla también en plenitud la existencia humana, en su dimensión personal, familiar, social y cultural.

Para formar al discípulo y sostener al misionero en su gran tarea, la Iglesia les ofrece, además del Pan de la Palabra, el Pan de la Eucaristía. A este respecto nos inspira e ilumina la página del Evangelio sobre los discípulos de Emaús. Cuando éstos se sientan a la mesa y reciben de Jesucristo el pan bendecido y partido, se les abren los ojos, descubren el rostro del Resucitado, sienten en su corazón que es verdad todo lo que Él ha dicho y hecho, y que ya ha iniciado la redención del mundo. Cada domingo y cada Eucaristía es un encuentro personal con Cristo. Al escuchar la Palabra divina, el corazón arde porque es Él quien la explica y proclama. Cuando en la Eucaristía se parte el pan, es a Él a quien se recibe personalmente. La Eucaristía es el alimento indispensable para la vida del discípulo y misionero de Cristo.

La Misa dominical, centro de la vida cristiana

De aquí la necesidad de dar prioridad, en los programas pastorales, a la valorización de la Misa dominical. Hemos de motivar a los cristianos para que participen en ella activamente y, si es posible, mejor con la familia. La asistencia de los padres con sus hijos a la celebración eucarística dominical es una pedagogía eficaz para comunicar la fe y un estrecho vínculo que mantiene la unidad entre ellos. El domingo ha significado, a lo largo de la vida de la Iglesia, el momento privilegiado del encuentro de las comunidades con el Señor resucitado.

Es necesario que los cristianos experimenten que no siguen a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy y el ahora de sus vidas. Él es el Viviente que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta, entrando en nuestras casas y permaneciendo en ellas, alimentándonos con el Pan que da la vida. Por eso la celebración dominical de la Eucaristía ha de ser el centro de la vida cristiana.

El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita el compromiso de la evangelización y el impulso a la solidaridad; despierta en el cristiano el fuerte deseo de anunciar el Evangelio y testimoniarlo en la sociedad para que sea más justa y humana. De la Eucaristía ha brotado a lo largo de los siglos un inmenso caudal de caridad, de participación en las dificultades de los demás, de amor y de justicia. ¡Sólo de la Eucaristía brotará la civilización del amor, que transformará Latinoamérica y el Caribe para que, además de ser el Continente de la Esperanza, sea también el Continente del Amor!

Los problemas sociales y políticos

Llegados a este punto podemos preguntarnos ¿cómo puede contribuir la Iglesia a la solución de los urgentes problemas sociales y políticos, y responder al gran desafío de la pobreza y de la miseria? Los problemas de América Latina y del Caribe, así como del mundo de hoy, son múltiples y complejos, y no se pueden afrontar con programas generales. Sin embargo, la cuestión fundamental sobre el modo cómo la Iglesia, iluminada por la fe en Cristo, deba reaccionar ante estos desafíos, nos concierne a todos. En este contexto es inevitable hablar del problema de las estructuras, sobre todo de las que crean injusticia. En realidad, las estructuras justas son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad. Pero, ¿cómo nacen?, ¿cómo funcionan? Tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habrían tenido necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa. Los hechos lo ponen de manifiesto. El sistema marxista, donde ha gobernado, no sólo ha dejado una triste herencia de destrucciones económicas y ecológicas, sino también una dolorosa destrucción del espíritu. Y lo mismo vemos también en occidente, donde crece constantemente la distancia entre pobres y ricos y se produce una inquietante degradación de la dignidad personal con la droga, el alcohol y los sutiles espejismos de felicidad.

Las estructuras justas son, como he dicho, una condición indispensable para una sociedad justa, pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal.

Donde Dios está ausente – el Dios del rostro humano de Jesucristo – estos valores no se muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos. No quiero decir que los no creyentes no puedan vivir una moralidad elevada y ejemplar; digo solamente que una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores, aun contra los propios intereses.

Por otro lado, las estructuras justas han de buscarse y elaborarse a la luz de los valores fundamentales, con todo el empeño de la razón política, económica y social. Son una cuestión de la recta ratio y no provienen de ideologías ni de sus promesas. Ciertamente existe un tesoro de experiencias políticas y de conocimientos sobre los problemas sociales y económicos, que evidencian elementos fundamentales de un estado justo y los caminos que se han de evitar. Pero en situaciones culturales y políticas diversas, y en el cambio progresivo de las tecnologías y de la realidad histórica mundial, se han de buscar de manera racional las respuestas adecuadas y debe crearse – con los compromisos indispensables – el consenso sobre las estructuras que se han de establecer.

Este trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia. El respeto de una sana laicidad – incluso con la pluralidad de las posiciones políticas – es esencial en la tradición cristiana auténtica. Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables. La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres, precisamente al no identificarse con los políticos ni con los intereses de partido. Sólo siendo independiente puede enseñar los grandes criterios y los valores inderogables, orientar las conciencias y ofrecer una opción de vida que va más allá del ámbito político. Formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas, es la vocación fundamental de la Iglesia en este sector. Y los laicos católicos deben ser concientes de su responsabilidad en la vida pública; deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias.

Las estructuras justas jamás serán completas de modo definitivo; por la constante evolución de la historia, han de ser siempre renovadas y actualizadas; han de estar animadas siempre por un "ethos" político y humano, por cuya presencia y eficiencia se ha de trabajar siempre. Con otras palabras, la presencia de Dios, la amistad con el Hijo de Dios encarnado, la luz de su Palabra, son siempre condiciones fundamentales para la presencia y eficiencia de la justicia y del amor en nuestras sociedades.

Por tratarse de un Continente de bautizados, conviene colmar la notable ausencia, en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas. Los movimientos eclesiales tienen aquí un amplio campo para recordar a los laicos su responsabilidad y su misión de llevar la luz del Evangelio a la vida pública, cultural, económica y política.


5. Otros campos prioritarios

Para llevar a cabo la renovación de la Iglesia a vosotros confiada en estas tierras, quisiera fijar la atención con vosotros sobre algunos campos que considero prioritarios en esta nueva etapa.

La familia

La familia, "patrimonio de la humanidad", constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Sin embargo, en la actualidad sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos.

En algunas familias de América Latina persiste aún por desgracia una mentalidad machista, ignorando la novedad del cristianismo que reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer respecto al hombre.

La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de los hijos. Las madres que quieren dedicarse plenamente a la educación de sus hijos y al servicio de la familia han de gozar de las condiciones necesarias para poderlo hacer, y para ello tienen derecho a contar con el apoyo del Estado. En efecto, el papel de la madre es fundamental para el futuro de la sociedad.

El padre, por su parte, tiene el deber de ser verdaderamente padre, que ejerce su indispensable responsabilidad y colaboración en la educación de sus hijos. Los hijos, para su crecimiento integral, tienen el derecho de poder contar con el padre y la madre, para que cuiden de ellos y los acompañen hacia la plenitud de su vida. Es necesaria, pues, una pastoral familiar intensa y vigorosa. Es indispensable también promover políticas familiares auténticas que respondan a los derechos de la familia como sujeto social imprescindible. La familia forma parte del bien de los pueblos y de la humanidad entera.


[En portugués:]

Los sacerdotes

Los primeros promotores del discipulado y de la misión son aquéllos que han sido llamados «para que estuvieran con Jesús y para enviarlos a predicar» (Cf. Mc 3,14), es decir, los sacerdotes. Ellos tienen que recibir, de manera preferencial, la atención y el cuidado paterno de sus obispos, pues son los primeros agentes de una auténtica renovación de la vida cristiana en el Pueblo de Dios. A ellos les quiero dirigir una palabra de afecto paterno, deseando que el Señor sea la parte de su herencia y su copa (Cf. Sal 16, 5). Si el sacerdote tiene a Dios como fundamento y centro de su vida, experimentará la alegría y la fecundidad de su vocación. El sacerdote tiene que ser ante todo un “hombre de Dios” (1 Tm 6,11) que conoce a Dios directamente, que tiene una profunda amistad personal con Jesús, que comparte con los demás los mismos sentimientos de Cristo (Cf. Fil 2,5). Sólo así el sacerdote será capaz de llevar a los hombres a Dios, encarnado en Jesucristo, y de se representante de su amor.

Para cumplir su elevada tarea, el sacerdote debe tener una sólida estructura espiritual y vivir toda su vida animado por la fe, por la esperanza y la caridad. Tiene que ser, como Jesús, un hombre que busque, a través de la oración, el rostro y la voluntad de Dios, y que cuide también su preparación cultural e intelectual.

Querido sacerdotes de este continente y vosotros, misioneros que habéis venido aquí a trabajar, el Papa os acompaña en vuestro trabajo pastoral y desea que estéis llenos de alegría y de esperanza y sobretodo reza por vosotros.


Religiosos, religiosas y consagrados

Quiero dirigirme también a los religiosos, a las religiosas y a las laicas y laicos consagrados. La sociedad latinoamericana y del Caribe tiene necesidad de vuestro testimonio: en un mundo que muchas veces busca ante todo el bienestar, la riqueza y el placer como objetivo de la vida, y que exalta la libertad en lugar de la verdad sobre el hombre creado por Dios, vosotros sois testigos de que hay una manera diferente de vivir con sentido; recordad a vuestros hermanos y hermanas que el Reino de Dios ya ha llegado; que la justicia y la verdad son posibles si nos abrimos a la presencia amorosa de Dios nuestro Padre, de Cristo nuestro hermano y Señor, del Espíritu Sagrado nuestro Consolador.

Con generosidad y también con heroísmo tenéis que seguir trabajando para que en la sociedad reine el amor, la justicia, la bondad, el servicio y la solidaridad, según el carisma de vuestros fundadores. Abrazad con profunda alegría vuestra consagración, que es medio de santificación para vosotros y de redención para vuestros hermanos.

La Iglesia de América Latina os da las gracias por el gran trabajo que habéis realizado a través de los siglos por el Evangelio de Cristo a favor de vuestros hermanos, sobre todo de los más pobres y desfavorecidos. Os invito a colaborar siempre con los obispos y a trabajar unidos a ellos, que son los responsables de la acción pastoral. Os exhorto también a la obediencia sincera a la autoridad de la Iglesia. Tened como único objetivo la santidad, como habéis aprendido de vuestros fundadores.

Los laicos

En estos momentos en los que la Iglesia de este continente se entrega plenamente a su vocación misionera, recuerdo a los laicos que ellos también son Iglesia, asamblea convocada por Cristo para llevar su testimonio a todo el mundo. Todos los hombres y las mujeres bautizados tienen que tomar conciencia de que han sido configurados con Cristo sacerdote, profeta y pastor, por medio del sacerdocio común del pueblo de Dios. Tienen que sentirse corresponsables en la edificación de la sociedad según los criterios del Evangelio, con entusiasmo y audacia, en comunión con sus pastores.

Muchos de vosotros pertenecéis a movimientos eclesiales, en los que podemos ver signos de la multiforme presencia y acción santificadora del Espíritu Santo en la Iglesia y en la sociedad actual. Estáis llamados a llevar al mundo el testimonio de Jesucristo y a ser fermento del amor de Dios entre los hombres.

Los jóvenes y la pastoral vocacional

En América Latina, la mayoría de la población está formada por jóvenes. Tenemos que recordarles que su vocación consiste en ser amigos de Cristo, sus discípulos. Los jóvenes no tienen miedo del sacrificio, sino de una vida sin sentido. Son sensibles a la llamada de Cristo que les invita a seguirle. Pueden responder a esa llamada como sacerdotes, como consagrados y consagradas, o como padres y madres de familia, entregados totalmente a servir a sus hermanos con todo su tiempo y capacidad de entrega, con toda su vida. Los jóvenes tienen que afrontar la vida como un descubrimiento continuo, sin dejarse llevar por las modas o las mentalidades en boga, sino procediendo con una profunda curiosidad sobre el sentido de la vida y sobre el misterio de Dios, Padre creador, y de su Hijo, nuestro redentor, dentro de la familia humana. Tienen que comprometerse también en una continua renovación del mundo a la luz del Evangelio. Es más, tienen que oponerse a los fáciles espejismos de la felicidad inmediata y a los paraísos engañosos de la droga, del placer, del alcohol, así como a todo tipo de violencia.


[En español]


6. "Quédate con nosotros"

Los trabajos de esta V Conferencia General nos llevan a hacer nuestra la súplica de los discípulos de Emaús: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado" (Lc 24, 29).

Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos aunque no siempre hayamos sabido reconocerte. Quédate con nosotros, porque en torno a nosotros se van haciendo más densas las sombras, y tú eres la Luz; en nuestros corazones se insinúa la desesperanza, y tú los haces arder con la certeza de la Pascua. Estamos cansados del camino, pero tú nos confortas en la fracción del pan para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado y que nos has dado la misión de ser testigos de tu resurrección.

Quédate con nosotros, Señor, cuando en torno a nuestra fe católica surgen las nieblas de la duda, del cansancio o de la dificultad: tú, que eres la Verdad misma como revelador del Padre, ilumina nuestras mentes con tu Palabra; ayúdanos a sentir la belleza de creer en ti.

Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas, sostenlas en sus dificultades, consuélalas en sus sufrimientos y en la fatiga de cada día, cuando en torno a ellas se acumulan sombras que amenazan su unidad y su naturaleza. Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que sigan siendo nidos donde nazca la vida humana abundante y generosamente, donde se acoja, se ame, se respete la vida desde su concepción hasta su término natural.

Quédate, Señor, con aquéllos que en nuestras sociedades son más vulnerables; quédate con los pobres y humildes, con los indígenas y afroamericanos, que no siempre han encontrado espacios y apoyo para expresar la riqueza de su cultura y la sabiduría de su identidad. Quédate, Señor, con nuestros niños y con nuestros jóvenes, que son la esperanza y la riqueza de nuestro Continente, protégelos de tantas insidias que atentan contra su inocencia y contra sus legítimas esperanzas.¡Oh buen Pastor, quédate con nuestros ancianos y con nuestros enfermos. ¡Fortalece a todos en su fe para que sean tus discípulos y misioneros!


Conclusión

Al concluir mi permanencia entre vosotros, deseo invocar la protección de la Madre de Dios y Madre de la Iglesia sobre vuestras personas y sobre toda América Latina y el Caribe. Imploro de modo especial a Nuestra Señora – bajo la advocación de Guadalupe, Patrona de América, y de Aparecida, Patrona de Brasil - que os acompañe en vuestra hermosa y exigente labor pastoral. A ella confío el Pueblo de Dios en esta etapa del tercer Milenio cristiano. A ella le pido también que guíe los trabajos y reflexiones de esta Conferencia General, y que bendiga con abundantes dones a los queridos pueblos de este Continente.





















Palabras De Despedida De Benedicto XVI De Brasil


Señor vicepresidente:

Al dejar esta tierra bendita de Brasil, se eleva en mi alma un himno de acción de gracias al Altísimo, que me permitió vivir aquí horas intensas e inolvidables, con la mirada dirigida a la Señora Aparecida que, desde su Santuario, presidió el inicio de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.

En mi memoria quedarán para siempre grabadas las manifestaciones de entusiasmo y de profunda piedad de este pueblo generoso de la Tierra de la Santa Cruz que, junto a la multitud de peregrinos provenientes de este Continente de la esperanza, supo dar una poderosa demostración de fe en Cristo y de amor por el Sucesor de Pedro. Pido a Dios que ayude a los responsables, sea en el ámbito religioso o en el civil a imprimir un paso decidido a aquellas iniciativas, que todos esperan, para el bien común de la gran Familia Latinoamericana.

Mi saludo final, colmado de gratitud, va para el Señor Presidente de la República, para el Gobierno de esta Nación y del Estado de Sao Paulo, y para las demás autoridades brasileñas que tantas pruebas de delicadeza me quisieron dispensar en estos días.

Estoy también agradecido a las autoridades consulares, cuya diligente actuación facilitó sobremanera la participación de las propias Naciones en estos días de reflexión, oración y compromiso por el bien común de los participantes en este gran evento.

Un particular pensamiento de estima fraterna lo dirijo, con profundo reconocimiento, a los Señores Cardenales, a mis hermanos en el episcopado, a los sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas, a los organizadores de la Conferencia. Todos aportaron para hacer brillar estas jornadas, dejando a cuántos en ellas participaron llenos de alegría y de esperanza -¡«gaudium et spes»!- en la familia cristiana y en su misión en medio a la sociedad.

Tened la certeza de que os llevo a todos en mi corazón, de donde brota la Bendición que os concedo y que hago extensiva a todos los Pueblos de América Latina y del Mundo.

¡Muchas gracias!