domingo, julio 22, 2007

DESPRECIO CELEBRACIONES PATRIAS

LANACION.COM

Sábado 21 de julio de 2007 | Publicado en la Edición impresa

Desde la organización constitucional de la República, ha sido habitual que los presidentes participaran con respetuosa unción en las celebraciones por las efemérides patrias y en otros actos con que el país recordó episodios trascendentes y tributó merecido homenaje a sus próceres. Lamentablemente, el actual titular del Poder Ejecutivo Nacional no ha seguido sus ejemplos.

En todo tiempo, los gobernantes han sido conscientes, por encarnar la máxima autoridad del Estado, de que su concurrencia a aquellas conmemoraciones implicaba un compromiso solidario con el sentir ciudadano sobre un historial de glorias compartidas y de sacrificios sin los cuales no se habría podido construir una nación digna y respetada.

Hubo momentos en que los disensos fratricidas ensombrecieron la vida nacional, pero ni las circunstancias más aciagas restaron la presencia de los primeros mandatarios. Y cada vez que les tocó dirigir la palabra a un público que iba a agitar banderas y aplaudir el paso de las Fuerzas Armadas, sus discursos se elevaron por sobre las mezquindades coyunturales en pos de recordar todo lo que nos unía y no lo que nos separaba.

Ultimamente, asistimos a una actitud completamente disímil, teñida de displicencia desconsiderada por parte del presidente de la Nación, quien suele utilizar la tribuna en las rememoraciones patrias con el fin de destacar presuntos logros personales y no para expresar con humildad su reconocimiento hacia quienes realmente dieron todo por la patria.

Es lo que ocurrió, por ejemplo, el 25 de Mayo del año último, en la Plaza de Mayo, ámbito donde el jefe del Estado desplegó un verdadero show mediático. También el 9 de Julio último, en Tucumán, ocasión en la que habló de una campaña sucia contra la candidatura de su esposa, en lugar de centrar su exposición en aquel puñado de hombres valientes y esforzados que superaron inmensas dificultades para declarar nuestra independencia. Ese día también se oyeron manifestaciones destempladas del gobernador de la provincia donde se decidió la emancipación, para manifestar su lealtad a quien encabeza la fórmula presidencial oficial, antes que a los grandes principios de la Nación.

El Presidente llegó tarde en dos oportunidades al acto más solemne que puede realizar un argentino: la jura de la Bandera. Ocurrió en Rosario, con el agravante de que este año se celebraba el cincuentenario de la inauguración del monumento que el país consagró a su símbolo máximo.

Es probable que esa actitud de menosprecio hacia elementales normas inherentes a su investidura, que sin duda hubiese horrorizado a la mayoría de sus antecesores, se inscriba en el rechazo visceral a los hombres de armas, que lo lleva a agraviarlos a cada instante.

Hace muy poco, el 5 de julio último, se recordó el bicentenario de la Defensa de Buenos Aires, en que el pueblo en armas derrotó a las tropas inglesas. El emotivo acto castrense tuvo lugar en el Regimiento de Patricios, decano del Ejército y partícipe encumbrado de los combates de 1807. Asistieron diplomáticos y agregados militares de los actuales países que entonces formaban parte del Virreinato del Río de la Plata, así como del propio Reino Unido de Gran Bretaña. Cada representación depositó una ofrenda en memoria de los caídos. Además del canciller y de las demás autoridades de la Nación y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, hubo, sorprendentemente, dos grandes ausentes: el primer mandatario y la ministra de Defensa.

Entristece que las máximas autoridades, lejos de acompañar estas celebraciones, hagan lo posible por empequeñecerlas. Lo coyuntural minimiza lo trascendente, y la antipatía que manifiesta el gobierno nacional frente a las Fuerzas Armadas impide que los niños y los jóvenes conozcan los ejemplos de ayer que tanto necesitan.

Como expresó el presidente de la Academia Nacional de la Historia, doctor César Augusto García Belsunce, en el acto organizado por la Comisión Nacional de la Reconquista, fundada por el general Bartolomé Mitre en 1898, no hay duda de que "muchos argentinos de hoy, ahogados por lo inmediato, lo pecuniario, lo placentero [...], consideran que conmemoraciones como éstas son expresiones de un mundo perimido, antiguallas que ven con condescendencia, cuando no con desdén. Son -agregó-, sin darse cuenta, los antihéroes de una pretensa posmodernidad en la que no hay lugar para la patria ni el patriotismo, donde no caben los ideales y donde incluso las ideas flotan escuálidas en el mar de una globalización sin identidad ni definición".