martes, agosto 21, 2007

Los problemas de Cristina empiezan en su propia casa

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El escenario

Los problemas de Cristina empiezan en su propia casa

Por Carlos Pagni
Para LA NACION

Lunes 20 de agosto de 2007 | Publicado en la Edición impresa

Contratiempos del nepotismo. Si no fuera porque se trata de su marido, cualquier asesor de campaña le estaría aconsejando a Cristina Fernández alguna estrategia para tomar distancia de Néstor Kirchner. La candidatura del oficialismo está sometida a turbulencias insoportables por el fuego amigo que recibe desde el entorno presidencial. Pero a la senadora le está vedado, al menos por ahora, fijar su posición frente a los escándalos que se suceden.

La última descarga se desató el viernes. Kirchner y sus pingüinos regresaban a Río Gallegos después de meses. Iban todos. Habían previsto para el chárter un aire épico capaz de evocar aquel vuelo de Alitalia que devolvió del exilio al general. Faltaban Carlos Menem y Chunchuna Villafañe. Entre otras cosas, claro. Odiosas comparaciones.

Terminó todo en un desastre, con una horda opositora acorralando a Daniel Varizat, y él, el más odiado del pueblo, huyendo con su camioneta por sobre los cuerpos de los atacantes. Todavía no habían salido de escena Guido Antonini, Claudio Uberti y sus valijas bananeras.

Cristina está ganada por la certeza de que todo sale mal. El acto del Luna Park, el martes, anticipó otros chisporroteos. La clientela peronista impuso la marchita en diez oportunidades. Tres veces tapó la voz de la candidata. Al radical Julio Cobos no lo dejaron en paz hasta que mencionó a Juan Perón.

Es cierto: todo sale mal. Ni siquiera se pudo montar el comando de campaña en el exquisito piso que le alquilaron a la senadora en Libertador y Ocampo. Los vecinos de la torre la disuadieron sin que mediara palabra: pusieron cámaras de TV y un registro para las visitas en la planta baja. Ahora sólo esperan que el personal de seguridad de Presidencia pase a retirar los muebles de oficina con que se había equipado el departamento.

En tanto, la oposición muestra movimientos de síntesis. Como adelantó LA NACION el lunes pasado, Elisa Carrió y Ricardo López Murphy ensayan un acercamiento. Los sondeos preliminares les dan la razón: una candidatura de Carrió se ubicaría segunda en octubre con esta alianza. Y, de obtener la bendición de Mauricio Macri, podría superar el 20% de intención de voto. Otro mundo. También para Roberto Lavagna, el más afectado por este diálogo entre ex radicales. En Olivos alguien felicitará al que resolvió convertir a Carrió en la fiscal de la corrupción santacruceña en un juicio oral y público.

Cristina está atemorizada. No ve la hora de que llegue el 11 de septiembre para cambiar de aire: ese día la recibirá en Berlín la canciller Angela Merkel en un viaje organizado por Siemens al son de "De Vido-no-se-va".

¿Cómo no pensar en un genio maligno que hilvana las desgracias? La suerte ha sido central en la evolución de los Kirchner: desde los millones de dólares de regalías girados por Domingo Cavallo en 1991 hasta la racha de inviernos cálidos de los últimos tres años. Sin mencionar la varita mágica de Eduardo Duhalde en 2003 o el ascenso del precio de las commodities . Maquiavelo creía que el éxito de un político es hijo de la fortuna y de la pericia. ¿Los astros se pusieron en contra? ¿Hubiera sido mejor, como suponía el consultor Rosendo Fraga, adelantar las elecciones a marzo?

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Sin contrariar a Maquiavelo, es un error atribuir a fuerzas ocultas la tormenta que envuelve a Cristina. Varizat, Uberti, Miceli y los demás nombres de la crisis, igual que el colapso energético o la destrucción del Indec, dan cuenta del fracaso del método político de Kirchner. Falta pericia, no suerte.

El Presidente gobierna concentrando todas las decisiones. Soñó controlar lo visible y lo clandestino. No pudo delegar ni la discusión del precio de una lata de tomates en la góndola de un supermercado. Dio órdenes a los ministros, pero también a los subsecretarios. Cuando los sindicalistas quemaron las pesqueras de Santa Cruz, él instruía al gobernador Peralta según los informes que le proveían por teléfono desde un bar de Puerto Deseado donde su informante, un ex intendente del MID, juega al mus al mediodía. Peralta debió traer el conflicto a Buenos Aires y Kirchner liquidó la negociación con un dictamen: "Son unos inútiles, esto se arreglaba con una caja de langostinos".

Este sistema de trabajo realiza su propia selección de personal entre gente sin vida intelectual y presa del pánico cotidiano. Así, los contratiempos y el escándalo no son accidentes. Son objetivos. Mientras ahoga las instituciones, esta autocracia devora a sus hijos. Ahora, a Cristina. A ella no le alcanza con decir, para dar una señal de autonomía, qué hará con De Vido. Deberá explicar qué hará con Kirchner. Porque Varizat, Uberti o Miceli, como antes Fulvio Madaro o Ricardo Jaime, son hombres del Presidente.

La incógnita que comienza a expandirse entre analistas, inversores o diplomáticos la formuló el banquero Francisco González en España hace un mes: ¿qué grado de autoridad tendría un gobierno de Cristina?

Quienes son testigos de la intimidad de la primera dama no encuentran novedad alguna en el método que domina la campaña. Ella habla con mucha gente con interés dispar. Pero sólo analiza los problemas con su esposo, con Carlos Zannini y con Alberto Fernández. Los demás ejecutan las decisiones que adopta esa célula. A medida que se acercan las elecciones, Kirchner se muestra más celoso en el control de los interlocutores de su mujer.

Esta dinámica conduce al riesgo más importante de la sucesión que se planifica en Olivos. No hay indicio alguno de que Cristina tenga una imagen de las cosas distinta de la que impone su marido. La cuestión es clave: aun los expertos que más simpatizan con la gestión santacruceña advierten que, si llega al poder, a ella le tocará gobernar con una agenda económica muy distinta de la que administró su marido. No sólo porque la oferta energética alcanzó su límite. También porque se puso en tela de juicio la premisa mayor del gobierno de Kirchner: la incuestionable solvencia fiscal. La idea de que el Presidente es un administrador avaro se está transformando en mito, como demostró ayer un informe detallado de LA NACION. El superávit nominal de 21.500 millones de pesos previsto en la versión original del Presupuesto, con una hipótesis de 4% de crecimiento, se cumple a regañadientes. El año próximo el Tesoro deberá conseguir en el mercado 7000 millones de dólares. Una cifra discreta pero tal vez inalcanzable para un país que vio subir su índice de riesgo desde 160 a 550 puntos básicos desde que se desató la crisis en el mercado norteamericano de bienes raíces.

De Vido es la primera víctima de este nuevo escenario. Cuando Kirchner escuchó las alarmantes proyecciones de su secretario de Hacienda, Carlos Mosse, hace 15 días, ordenó que a Infraestructura no le concedieran los 18.000 millones de pesos reclamados hasta fin de año. Esta semana le darán sólo 7000. Claro, la salud fiscal aumentará el riesgo energético. Los anuncios de De Vido comprometieron para los próximos 3 años unos 14.000 millones de dólares. Dentro del modelo de inversión vigente, si el próximo presidente quiere tener luz deberá tener déficit.

¿Distingue Cristina estos nubarrones en el horizonte? ¿O sólo se concentra en el nuevo organigrama de su gabinete, mientras camina con los ojos vendados hacia un ajuste que será más duro cuanto menos lo prevea? ¿Insistirá en la receta energética, monetaria y fiscal de su esposo o quebrará ese consenso para conducir un cambio? ¿Su eventual gobierno será parecido al de Kirchner, que renunció a todo padrinazgo para iniciar su propia navegación? ¿O será como el de Peralta, que hasta para calificar la conducta de Varizat debe pedir instrucciones por teléfono?

Enigmas decisivos que determinarán si la crisis del oficialismo se detendrá con las elecciones o será el signo del próximo mandato. Después de todo, la historia argentina ya cuenta con el antecedente de un presidente que echó a su cónyuge de Olivos.