martes, septiembre 25, 2007

MORAL CRISTIANA Y GUERRA ANTISUBVERSIVA 3ra.

MORAL CRISTIANA Y GUERRA ANTISUBVERSIVA.

Por el PADRE ALBERTO I. EZCURRA.

3ra parte del estudio preliminar de ANTONIO APONNETO.

El Director.

Una vez más hemos de sostenerlo : no se escuchó esta pedagogía, ni en las jefaturas castrenses ni eclesiales, ni se controló su estricto cumplimiento .El resultado no sólo fue el abuso y el desconcierto, en el pasado, sino que ahora, nada menos que la canalla marxista en pleno- sobre cuyas testas vesánicas pesa un genocidio real de cien millones de personas- se permite llamar torturadores, a los soldados, indistinta y universalmente considerados, como si fuera lo mismo la comisión imperdonable de actos de salvajismo que esos casos de extrema necesidad que hemos comentado. Como si fuera lo mismo el gratuito festival sangriento de los yanquis con los prisioneros irakíes, que el inevitable apremio físico al terrorista capturado, de cuya confesión urgente depende la vida de una muchedumbre de inocentes. Deliberadamente no se quiso ni se quiere distinguir, para que una culpa paralizante y degradante complete el proceso totalizador de la destrucción de las fuerzas armadas.

En quinto lugar, sostiene, el Padre Ezcurra,” es lícito dar muerte a los guerrilleros en combate “ y aún aplicar la pena de muerte a los prisioneros que se encuentren culpables”. También será lícito ejecutar sanciones “ contra la propiedad y la libertad de los que colaboran con la guerrilla “, y todo ello sobre todo, “ si las represalias son susceptibles de lograr que el adversario respete nuevamente las normas legales “que han sido violado a mansalva. Pero “ a pesar de esto jamás será lícito replicar a los actos intrínsecamente criminales del adversario con crímenes de naturaleza similar”Norma que se comenta sola y disipa cualquier convalidación moral de procedimientos indebidos, como por ejemplo, el de las desapariciones de los guerrilleros. Pero norma que hubiera requerido a si mismo, advierte el Padre, superar “ la insuficiencia de la legislación represiva “ hasta comprender que “ la represión debe alcanzar en forma particular a los promotores de la subversión, verdaderos autores formales de todos los crímenes y desórdenes que de ellos deriven , aunque no hayan participado materialmente en su comisión “. Porque “ mientras las leyes y la conducción política de la nación actúen, concientemente o no, como cómplices de las guerras revolucionarias y aseguren la impunidad de los delincuentes, no podrá evitarse que quienes arriesgan su vida en los frentes militares de combate, o sucumben en las emboscadas del terrorismo, se sientan abandonados o traicionados, intenten hacer justicia por propia cuenta y subsanar con acciones particulares la debilidad de la justicia por propia cuenta y subsanar con acciones particulares la debilidad de la justicia y la complicidad de los políticos”.

Póngase especial atención en los párrafos precedentes. Cuando un liberal como Florencio Varela- cuya hombría de bien nos place subrayar- se topó con los Reglamentos Militares , es curiosamente escamoteados, que legalizaban hasta la minucia todos a que los actos bélicos por cuyo cumplimiento serían después encarcelados y difamados los combatientes de las Fuerzas Armadas, su satisfacción fue plena y no era para menos. Para quien tiene el derecho positivo como norma, aquel hallazgo obligaba- obliga- a dejar ya mismo en libertad a los jefes castrenses, y hasta reparar las múltiples afrentas que con pertinacia maligna se les ha infligido. Si hubiera un resto ínfimo en las justicia argentina, la sola referencia a esta legislación obligaría a la subversión gobernante a deponer sus cacerías contra los que combatieron a la guerrilla .Esto es cierto y debe ser reiterado.

Pero cuando un católico como el Padre Ezcurra se encuentra con la ley positiva vigente, tiene en cambio, y debe tener, otra reacción. Preguntarse sobre todo si ella es concordante con el Derecho Natural y el Decálogo; si es independientemente de lo que regula y estipula a la luz de normativas vigentes, guarda armonía con la recta conciencia moral y con la voz de Dios que en ella retumba.

Por eso dice Ezcurra que “ la legislación represiva vigente “ era insuficiente y peligrosa. Porque si de su espíritu no se seguían necesariamente los principios inmutables de la moral cristiana, de su letra surgían indicaciones aptas para doblegar a los agentes físicos de la subversión pero no a sus “ profetas “, que “ ocupan alegremente cátedras universitarias, espacios televisivos o columnas de la prensa periódica “. Con una estrechez de miras cuyos efectos nocivos aún estamos padeciendo, aquella legislación privilegiaba la captura y el castigo de los operadores revolucionarios, así fueran de segunda o tercera línea, pero permitía una suicida libertad de acción a los investigadores, inspiradores y artífices intelectuales, así fueran de primerísimo nivel. Luego, estos culpables impunes, ocuparían los más altos cargos del poder político.

No se le escapaba al Padre Ezcurra el daño irreparable de esta insuficiente legislación ,manifestación que era de una cortedad mental y moral para conducir la guerra justa. Y señaló con insistencia, entre esos daños, el hecho de que nuestros soldados intentaran “ hacer justicia por propia cuenta y subsanar con acciones particulares la debilidad de la justicia y la complicidad de los políticos “. Reitera el concepto párrafos después para mayor abundancia: “ La debilidad de las autoridades hace que los combatientes se sientan con las manos atadas y puede conducirlos con facilidad a tomar el combate por su cuenta, y buscar en la ilegalidad los medios que su propio Estado le niega “.

Efectivamente sucedió de este modo. Por eso hemos dicho en otro lugar- a propósito de lo que llamamos Diez Olvidos – que no hubo un terrorismo de Estado sino una cobardía de Estado; del Estado liberal concretamente, incapaz de hacer responsable- con nombres y apellidos al pie de las sentencias- de las sanciones penales públicas más drásticas, perfectamente aplicables en tiempo de guerra, no sólo contra el agresor físico, sino ante todo contra los autores intelectuales.

Desprotegidos por un Estado permisivo y aún cómplice- piénsese, por ejemplo en las amistosísimas relaciones mantenidas con la Unión Soviética, tanto en la tercera presidencia de Perón como durante el Proceso – sobrevino el “ hacer justicia por propia cuenta “ y el “ buscar en la ilegalidad los medios que el propio Estado niega “. Conductas ambas que expresamente desacredita y lamenta el Padre Alberto Ezcurra, hablando por la auténtica moral cristiana. Pero conductas ambas que, con un cinismo exasperante, se vienen repudiando unilateralmente hasta hoy. Como si el único mal fuera la ilegalidad en la que actuaron los soldados, y no la legalidad que le permitió a los terroristas marxistas ocupar la presidencia de la nación y cuanto cargo se le antoje.

La sexta y última enseñanza de estas páginas que queremos resaltar prologándolas, es aquella dirigida especifica mente “ a los hombres de Iglesia “, para que eviten dos conductas funestas. Una , la de servir a los fines de la Revolución Comunista, ya que el marxismo tiene previsto que la Iglesia juegue un papel en su estrategia envolvente y sinuosa. Otra, la de desalentar o deslegitimizar la guerra justa con argumentos pacifistas o sofismas mezquinos.

Entre estos últimos insiste con toda razón y premonición el Padre Ezcurra, en refutar aquello de que “ toda violencia es mala “, que la “ violencia de arriba engendra la violencia de abajo ”. o de que “ el móvil político es un atenuante de la acción delictiva “

Un preciso texto de San Agustín, traído a colación oportunísimamente, sintetiza la réplica necesaria : “ El que asesina no considera lo que desgarra, el que cura considera lo que corta. Uno quiere quitar la vida, el otro la gangrena. Los impíos han matado los profetas. También los profetas mataron los impíos. Los judíos azotaron a Cristo, Cristo también azotó a los judíos. Los Apóstoles fueron entregados por los hombres al poder de los malvados. Pero también los Apóstoles entregaron algunos hombres al poder de Satanás “. Por consiguiente- y hechas todas las salvedades que han quedado amputadas- no puede paralizarse ni condenarse en nombre del catolicismo la acción punitiva de las Fuerzas Armadas contra la revolución Marxista. No puede descalificársela por antievangélica, ni cuestionársela por “ violencia”,puesto que la violencia no es mala per se sino en orden al fin que se aplique.

El curerio progresista se desgañita proclamando que “ la violencia no es cristiana ni evangélica “, pero no sólo se niega a distinguir entre aplicación justiciera de la fuerza y simple belicismo homicida, sino que pretende atemperar los crímenes de la guerrilla aduciendo las presuntas motivaciones políticas que habrían impulsado a sus fautores.

Como si no fueran también motivaciones políticas- esto es, vinculadas al Bien Común- las que hubieran justificado el despliegue de las Fuerzas Armadas para acabar con la . invasión terroristas. “ Es cierto, al fin, precisa el Padre Ezcurra, que no basta con la fuerza para eliminar la guerrilla. Es necesario un ideal positivo, la lucha constructiva, la eliminación de la corrupción y de las injusticias.”.

He aquí un valioso corolario que debió retenerse y ponerse en práctica .Porque bien estaba la lucha ardiente y limpia en el terreno de las armas, pero mejor estaba que la victoria obtenida al precio de tanta sangre se completara con un ideario restaurador de la argentinidad, con un programa que contuviera la consigna clásica del omnia instaurare in Christo. No hubo nada de eso. Por el contrario, los responsables de la conducción bélica contra el poder marxista, después de años y de fracasos y rendiciones, acabaron cediéndole el gobierno al abogado de Santucho. La “ democracia eficiente, moderna y estable “ con la que estúpidamente soñaban, quedó garantizada. La ruina de la Argentina también.

( Continuaremos con la 4ta. Parte y final :Sí,sí; no, no “ . El Director )