viernes, octubre 19, 2007

Del Burrumayo al Norte y ....reflexión.

Sentencia von Wernich - Carta Abierta


Carta abierta a Su Eminencia Rvdma. Cardenal Jorge Bergoglio; Excelencias Rvdmas. Monseñor Luis Héctor Villalba, Mons. Agustín Radrizzani, Mons. Sergio Fenoy, Mons. Martín de Elizalde y Mons. Jorge Casaretto

Por el Dr. Juan E. Olmedo Alba Posse (*)

De mi consideración:

Tras conocerse la sentencia contra el R.P. Christian von Wernich, la Mesa Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina, el señor Obispo de 9 de Julio y la Comisión Justicia y Paz, de inmediato han reconocido con sus expresiones la culpabilidad del sacerdote condenado a reclusión perpetua. Vale decir que de plano lo consideran un criminal, responsable de 7 homicidios, 31 torturas, 42 secuestros. Un "genocida" monstruoso, un dechado de perversidades que salpican a toda la Iglesia. Algo que a partir de vuestras manifestaciones ha de creer a pie juntillas mucha gente inadvertida… Si bien -por los disparatados cargos- el buen sentido inclina a rechazarlos de antemano, sobre todo conociendo la calaña del aparato represivo.

Tampoco se conocen los fundamentos de la sentencia -que no está firme- y que ha sido dictada de conformidad con la conocida voluntad superior. Valiéndose de testimonios grotescos (lo he podido palpar al asistir al juicio) el fallo y vuestras expresiones, refutan además el categórico respaldo que le prestó al sacerdote el anterior Obispo de 9 de Julio, monseñor Alejo Guilligan. Cabe recordar que cuando lo sostuvo como Párroco y proclamó la inocencia del P. von Wernich -incluso denunciando insidias rebuscadas- fue agredido físicamente por uno de los acusadores e integrante de los elencos gobernantes.

Todo lo que envuelve a esta tragedia, torna incomprensible la automática e instantánea reprobación de un hermano entregado a las furias, tras dejarlo abandonado durante cuatro años de encierro arbitrario. Será entonces inútil, atajar suspicacias agudas, que hoy advierten un progresivo acatamiento al perseguidor de la Iglesia. Algo que se conecta con sucesivas actitudes complacientes, que hace poco alcanzaron plenitud en la basílica de Luján.

El inmediato acompañamiento del fallo (como si se hubiera esperado ansiosamente) no tiene precedentes, o mejor dicho se aparta de todos los precedentes. Como –por ejemplo y a la inversa- el silencio absoluto ante la destitución del Obispo Castrense por su defensa de la moral pública. O el tratamiento con sordina –y elogiosos reconocimientos- para con un prelado sacrílego, públicamente sorprendido en su vicio nefando. O igual actitud, ante la participación terrorista de sacerdotes captados por el marxismo.

Aumenta la sorpresa, que personalidades tan encumbradas, no hayan reparado en la predisposición del Tribunal. Acaso fielmente reflejada en el antiguo empeño –confesado por uno de los jueces- de castigar a "alguien" por genocidio. Entonces resulta desconcertante la creencia de la Comisión Ejecutiva, en que los pasos dados por la justicia para "el esclarecimiento de estos hechos" sirvan a la reconciliación, siendo un llamado a alejarnos "del odio o el rencor". Aparte de lo trágico, el lirismo choca con los simultáneos y furiosos "festejos populares" celebrando el escarnio del sacerdote.

Ahonda la preocupación que una batería sentimental apartada de la realidad, contribuya a reafirmar graves errores sobre nuestro pasado reciente. Ellos –hay que recalcarlo- tuercen el fiel de la historia a favor de la subversión criminal. El lamento del obispo de 9 de Julio por "tanta división y tanto odio" que la Iglesia "no supo prevenir ni sanar", no corresponde en absoluto a lo ocurrido en el pasado, sino a lo que desde el poder se está construyendo día a día ante sus ojos. En la década del 70´ no hubo una división del pueblo argentino. Nunca estuvo más unido, frente al terror del ataque subversivo. La falsa leyenda quiere enfrentar a los militares –sangrientos secuestradores de niños- con una multitud de jóvenes idealistas. Por de pronto, en la Argentina no hubo una "guerra civil" que la dividiera en dos mitades enfrentadas por el odio. Hubo una "guerra justa", cuya naturaleza no le cambian los desafueros esporádicos, por graves que fueran. En aquella época, sí, apareció –apoyada desde el extranjero- una minoría absoluta movida "por el amor al odio", como bien se ha dicho. Feroz y desalmada. Bajo emblemas montoneros o siglas tenebrosas como Erp, Far, Fap; incapaces por naturaleza de la "reconciliación" que se pide inútil e insistentemente. Porque reconciliar significa volver a la concordia y unión. Algo que jamás pudo tener la sociedad argentina con el terrorismo.

Como nunca ahora, resultaba imperioso el resplandor de la verdad, que paradójicamente acababa de reclamar el propio señor Cardenal, firmante del oscuro Comunicado. Cuando más falta hacía clarificar la historia frente al intento de trocar a los terroristas agresores en víctimas del "Terrorismo de Estado". Ultima falacia ésta, entre los objetivos plasmados –según manifestación del ministro respectivo- en la Ley Nacional de Educación.

A todo esto, en medio de la tiniebla ha esparcido luz fortaleciendo el espíritu, la integridad sacerdotal y la defensa del Secreto de Confesión, manifestadas por el R.P. von Wernich en las palabras previas a la sentencia condenatoria.

Con profundo dolor y una enorme preocupación por el escándalo que padecen mis hijos y nietos, cumplo en saludarlos con el debido respeto al orden sacerdotal.


(*) Ex abogado del Arzobispado de Bs.As.


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