martes, noviembre 27, 2007

Stalin y España. Tragedia en dos actos

Stalin y España. Tragedia en dos actos

Stalin y España. Tragedia en dos actos
ALBERTO SOTILLO
En un oscuro callejón en las cercanías del Kremlin había en tiempos de la URSS una pintada que proclamaba en español: «¡No pasarán!». Era discreta, no llamaba la atención, pero bien podía presumir de ser el único grafiti político de toda la Unión Soviética. La pintada, 50 años después de que la consigna fuese pronunciada, evocaba aquellos años en los que Stalin fijó su atención en España, sumida en una guerra civil en la que el bando republicano oscilaba entre el caos y la revolución al tiempo que la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini ya habían empezado a ayudar al bando nacional. Así nos lo explica Yuri Rybalkin: «Stalin se fijó en España ya desde el principio mismo de la guerra civil. Pero ese interés se hizo especialmente intenso a finales de agosto y principios de septiembre, cuando empezó a llegar la primera ayuda soviética. Desde entonces ninguna decisión sobre España se tomó sin la intervención directa de Stalin». Alemania y la URSS tenían una visión mundial de su política, en la que cada Estado era una pieza en una partida en la que se jugaba la supervivencia o el dominio mundial. La guerra civil, entre otras muchas cosas, se había convertido en parte de una contienda entre dos colosales dictaduras. En la soviética, la campaña de apoyo político a la República fue pública y ruidosa, pero la ayuda militar fue una acción secreta desde entonces conocida como «Operación X».
Los asesores y militares soviéticos llegaron a España cuando la URSS se vivía sumida en un feroz período de purgas. Para muchos de ellos esa guerra fue una escapatoria, una oportunidad de huir de un ambiente opresivo. «Todos eran voluntarios», insiste Rybalkin, «y la mayoría idealistas, que se entregaron a una causa más allá de cualquier convicción ideológica». Pero aquella era una tragedia que se desarrollaba en dos escenarios. Por más idealismo que hubiera, los crímenes y persecuciones de la URSS terminaron llegando a España, donde se reprodujeron las mismas barbaridades que entonces tenían lugar en la Unión Soviética. Dos escenarios en dos actos de una misma tragedia.
Paranoia y Quinta Columna
Porque, a su vez, la guerra civil influyó -y para mal- en las purgas soviéticas. «En la URSS se empezó a usar la locución «Quinta Columna»», nacida en la guerra civil para aludir a supuestos espías y saboteadores al servicio del enemigo. «Y buena parte de la represión en la Unión Soviética se llevó a cabo bajo la advocación de combatir a la Quinta Columna». La paranoia de Stalin se vio muy agravada por el curso negativo de la guerra.
El capítulo dedicado a la influencia de la tragedia española sobre la represión stalinista es uno de los más reveladores de la investigación. La obsesión por desenmascarar a «contrarrevolucionarios» fue ilimitada. Se citan así una serie de telegramas enviados en nombre de Stalin en los que se insistía en que los fracasos en el frente se debían a una traición de los Estados Mayores: «Exijan a (Largo) Caballero que investigue urgentemente la rendición de Málaga, y depure las planas mayores de los agentes de Franco y saboteadores».
Persecuciones y purgas se desarrollaban a la vez en el frente y en la URSS. «Los asesores y especialistas militares soviéticos estaban al tanto de la sangrienta bacanal que se perpetraba en la URSS». Así que se puede imaginar bajo qué presión actuaban aquellos hombres, lejos de su patria, bombardeados por telegramas paranoicos y que, a la vez, se enteraban de cómo caían presos sus amigos. «No era fácil en aquellas circunstancias, y en una guerra civil, saber quién era amigo y quién enemigo».
La actitud de Stalin y su grado de apoyo militar a la República fue siempre imprevisible, sometido a violentos cambios de ánimo. A finales de 1936 y principios de 1937, según Rybalkin, «casi llegó a igualar» el volumen de ayuda enviado por Alemania e Italia al otro bando. Pero, cuando el curso de la guerra le fue decididamente desfavorable, perdió el entusiasmo al mismo ritmo que aumentó su paranoia con la «Quinta Columna». En un documento extraído del Politburó del PCUS, que no figura en su estudio pero que tiene la deferencia de enseñarnos, Rybalkin nos muestra cómo en las reuniones celebradas por el Politburó en 1936 hubo 32 menciones de la guerra civil; en 1937 esa cifra baja a 19; y en 1938, se queda en tan sólo 8. En 1939 hay 17 menciones, pero referidas a la retirada de material y personas».
«Stalin se sintió dolorosamente abrumado por el fracaso en España. Su descontento se volcó en contra de todos aquellos que hasta hacía poco eran considerados héroes y estaban colmados de muy merecidos honores», recordaría después el diseñador de aviones A. Yakovlev. Muchos de los asesores y militares que regresaron de España fueron fusilados nada más regresar a su país. Entre otros, Jan Berzin (héroe de la URSS, participante en las tres revoluciones rusas), Grigori Shtern (director de Defensa Antiaérea), Vladimir Gorev (asesor de la defensa de Madrid), los dos embajadores de la URSS ante la República, Rosenberg y Gaikis, el poderoso y omnipresente corresponsal de Pravda, Mijail Koltsov... la lista sería interminable. Por lo visto, todos ellos «quintacolumnistas». Una persecución encuadrada en la más amplia purga contra el Ejército Rojo que tanto debilitó a las fuerzas armadas soviéticas en vísperas de la guerra contra los nazis.
Y eso que, desde un punto de vista militar, la participación soviética fue también una muy importante lección práctica, cuyas enseñanzas, según Rybalkin, serían recordadas no sólo en la Segunda Guerra Mundial, sino incluso en la crisis de Cuba y en la operación desarrollada por la URSS para armar a la isla.
Porque la campaña fue también un alarde de logística. Los barcos soviéticos que transportaban armas y hombres desde una distancia de 3.500 kilómetros debían superar un peligrosísimo bloqueo naval. Así que los buques «viajaban a menudo camuflados como barcos de turistas, con la tripulación vestida con uniformes tropicales, con nombres ficticios y con elementos adicionales colocados sólo para despistar... y sin atender jamás las llamadas de socorro».
Muchos soviéticos entraron en combate. Pero la principal aportación de la URSS fue la organización y el esfuerzo por convertir al Ejército Popular en una unidad disciplinada a partir de caóticas milicias. La desorganización de las filas republicanas es una de las constantes en los testimonios soviéticos de la época. Es muy interesante, por ejemplo, el informe del teniente de la Seguridad del Estado, Maleiev, incluido en los anexos de la investigación. Aparte de relatar las peripecias del periplo de su nave desde Leningrado a Bilbao, el agente subraya: «El pueblo español es muy bueno, bondadoso y confiado, pero tiene poca organización y le falta atención y vigilancia... Los domingos no combaten, sino que rezan (estamos en el católico Bilbao)... El Ejército, al parecer, carece de disciplina... No era un regimiento sino un rebaño de carneros, iban sin orden y llevaban sus fusiles de cualquier manera, vestidos con ropas dispares».
El oro de Moscú
Capítulo aparte es el del famoso oro de Moscú. El autor cita un informe redactado por un agente del servicio de inteligencia polaco en el que se describe el acuerdo por el que «el Gobierno de Caballero se obligaba a mantener en Moscú una reserva de oro... a cuenta de la cual Moscú se comprometía a suministrar armas a los rojos». Aunque insiste en que la ayuda soviética comenzó a llegar a España bastante antes que el oro a la URSS. Los primeros suministros entraron en agosto, en tanto que las primeras menciones sobre el oro son del 15 de octubre. El caso es que más de 510 toneladas (parte del mismo en forma de monedas, incluidos raros ejemplares numismáticos) viajaron en cuatro buques soviéticos desde Cartagena a Odesa. No deja de ser sintomático que, a la muerte de Stalin, en 1953, las reservas de oro de la URSS ascendieran a 2.050 toneladas. En 1991, en tiempos de Gorbachov, en cambio, éstas apenas llegaban a las 140 toneladas. En la actualidad, son de 401 toneladas. Oro español entregado para pagar el material bélico suministrado por la URSS. En parte viejas armas de la Primera Guerra Mundial, «pero que funcionaban», y en parte material de primera mano, el mismo que después se emplearía frente a los nazis. En realidad, aquella sería la única intervención por la que la URSS se cobró sus servicios. Todas las demás operaciones de «ayuda» exterior serían ruinosas para su economía.
Esta investigación ha sido posible gracias a la parcial apertura de archivos históricos de Rusia. Pero poco duró aquella transparencia. «En tiempos de Yeltsin se abrieron muchos archivos, aunque no todos... y ahora, otra vez vuelven a cerrarse». «No le puedo responder por qué... », confiesa el teniente coronel Rybakov. Se ha dado incluso la paradoja de que sus investigaciones dieron pie a la celebración de una exposición pública, tras la cual los documentos exhibidos tornaron a ser secretos y guardados bajo siete llaves: «...Yo tampoco lo entiendo».
En esos papeles que aún duermen bajo el sello de lo prohibido se encuentran las claves de tantas vidas arrastradas por el vendaval de la historia. La de muchos de aquellos comunistas españoles seducidos por Stalin nunca dejó de ser una tragedia. José Díaz, secretario general del PCE, se suicidó arrojándose por una ventana de un hospital de Tiflis. Dicen que en una crisis de dolor por un cáncer terminal. Aunque no todos comparten esa versión.
La humillación
Después de presentar la guerra civil como una heroica lucha contra el fascismo, los comunistas españoles exiliados en la URSS tuvieron que pasar por la humillación de justificar el pacto Molotov-Von Ribbentrop firmado por la Alemania nazi y la Unión Soviética. Fue la primera de sus múltiples sumisiones, silencios y acatamientos a la verdad oficial que convenía a un régimen que no era exactamente el soñado por muchos de los revolucionarios que allí acabaron sus días. El más sintomático de los silencios fue el de la Pasionaria, que trocó toda su rebeldía en una hermética impasibilidad, convertida en esfinge del régimen. con una prodigiosa habilidad, eso sí, para mantenerse a flote sobre tantos diversos y sangrientos vaivenes.
A los niños de la guerra e hijos de exiliados les dieron estudios y un trato casi de privilegio. Pero el viento de la historia suele ser inclemente en Rusia. Recuerdo el relato de la hija de un exiliado, cuando evocaba su llegada a la URSS: «Veníamos en el tren, y cuando vimos a unos hombres calzados con un montón de trapos sobre la nieve, mi madre exclamó: ¡Ay Antonio! ¡ay Antonio!... ¡¿dónde nos has traído?!».