viernes, diciembre 14, 2007

Argentina y Uruguay

Sr. Director:


No hay familia entrerriana vieja que no haya tenido, tenga o vaya a tener parientes uruguayos, y viceversa. Por eso, nada tan absurdo como este enfrentamiento a orillas del río, que no ceja y tiende a crecer. Donde los argentinos estamos tan mal en nuestro papel de “piqueteros/escrachadores”, con una absurda dilación alrededor del tribunal de la Haya que, casi seguramente, va a preservar a la pastera.

Cuando en los setenta los créditos internacionales eran un regalo para quien quisiera plantar árboles en la Mesopotamia, nadie podría haber deseado que la fertilidad de nuestro suelo tuviese como destino la mera producción de materia prima. Había que “agregar valor” a esa riqueza. Lo lógico hubiera sido instalar plantas procesadoras. Así lo anunció en su primer gobierno el hoy saliente gobernador de Entre Ríos, y así lo publicó “El Heraldo” de Concordia entonces. Después –vaya a saber por qué desarreglos de las “comisiones” financieras- las fábricas cambiaron de orilla.

Si nuestros gobiernos tuviesen que responder judicialmente como los profesionales, el uruguayo caería en la figura de la imprudencia por levantar una enorme fábrica frente al mejor balneario de Gualeguaychú. Pero el argentino se zambulliría en la negligencia por no haber detectado el sitio y pedido a tiempo que la planta se corriera unos kilómetros hacia el Sur; y por no implementar antes una política tecnológica capaz de controlarla, cuyo actualísimo anuncio suena a burla. A ambos les cabría la sanción penal de impericia, obviamente.

Esto muestra hasta dónde la ideología no es buen instrumento de gobierno. El resentimiento y el rencor que inspiran a los mandatarios de uno y otro país cumplen con su intrínseca labor de desunir. Sus pueblos, aliados por la sangre, van a saber impedirlo.

Hugo Esteva