miércoles, julio 23, 2008

Cristina Perón por Pilar Rahola.

-Cristina Perón
Por Pilar Rahola

Incapaces de gobernar sensatamente el presente, los Kirchner reinventan el peronismo del pasado
La foto del miércoles en la plaza de Mayo era impagable. Cristina abrazaba a su marido Néstor, delante de miles de seguidores que inundaban la mítica plaza con las banderas blanquiazules. Emulando las viejas escenas de Evita y Perón, perfectamente ubicadas en el subconsciente argentino, Néstor Kirchner protagonizó el punto álgido de un estudiado melodrama y, en tono de tango arrabalero, le espetó "te amo mucho", fusionando definitivamente la alcoba y el poder.
En los entreactos de este escenificado clímax, todo se había cuidado al detalle, desde los amigos piqueteros, que tanto saben de secuestrar la calle, hasta las arengas a la patria, confundida la nación con el poder y el poder, con la persona. Peronismo puro, en el sentido mesiánico que puede contener el término.
A partir de esa imagen de una pareja de poder, en caída libre de popularidad, agarrados a todos los mecanismos institucionales que han conseguido controlar, Cristina y Néstor reinventaban el pasado, incapaces de gobernar sensatamente el presente. Y así, con el campo sublevado, los periodistas fustigados, la clase media fatigada, los sectores de la extrema izquierda sobreprotegidos, y las expectativas económicas rozando la inestabilidad, la familia K intentaba encontrar en el viejo peronismo la última salvación a su pertrecha popularidad. Si no son buenos gobernantes, que sean buenos actores de melodrama. "Eso -me dice un ex diputado radical- siempre vende en mi país".
Se preguntaba no hace mucho el fino analista argentino Joaquín Morales Solá "¿quién manda en Argentina?", y su respuesta era tajante: Néstor concentra todo el poder, convertida su mujer en el instrumento para una "implícita reelección indefinida, que la Constitución argentina prohíbe". En la práctica, ese poder casi absoluto habría implicado decidir ministros, imponer medidas económicas, dirigir a piqueteros y, en definitiva, mandar desde el lecho, como si fuera la sombra alargada del despacho.
En una de las famosas 20 verdades del peronismo, el propio Perón dijo que "cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca", y esa metamorfosis parece definir hoy la pareja que gobierna la Casa Rosada. Poder casi absoluto, democracia de bajo perfil, amordazamiento de la oposición, persecución del periodismo libre, demonización de los sectores civiles opositores, confusión entre los intereses del país y los de sus gobernantes y, en definitiva, una presidencia que está más obsesionada en vigilar al ciudadano que en garantizar sus derechos.
El propio Perón, que lo dijo casi todo, también había dicho esto: "El hombre es bueno, pero si se le vigila es mejor". Y parece que los Kirchner cumplen a rajatabla las enseñanzas del líder, especialmente las que tienen que ver con el control y la vigilancia...
Lo peor es que Argentina, que es uno de los países más importantes de todo el continente americano, y cuya estabilidad es fundamental para la estabilidad de todo el cono sur, ha iniciado un errático proceso cuya derivada no parece ir a buen puerto.
En lo económico, los errores de los Kirchner se acumulan, sorprendentemente en un momento de magnífica bonanza. En lo social, la fractura parece evidente y no mejora con cada acción del Gobierno, sino al contrario.
El efecto K trabaja para ahondar dicha fractura, quizás convencidos de que el "conmigo o contra mí" aún les resulta útil. Sin embargo, ¿hasta cuando? Y en lo político, Argentina cabalga hacia un populismo de viejo cuño que, como aseguran los analistas, puede resucitar al peronismo más añejo, pero también dinamitarlo.
Dice nuevamente Morales Solá: "La ruina del peronismo pondría a Argentina a las puertas de una aventura autoritaria y populista". Ergo, la acercaría a la nefasta aventura chavista. De momento, lo que tenemos es un tango cantado en plena plaza de Mayo. Melodrama en estado puro. Y es que cuando falla la política, siempre queda el teatro.

Fuente: La Vanguardia (Barcelona)