miércoles, noviembre 12, 2008

Leyendo el libro de mi amigo ANTONIO CAPONNETTO-1.

Leyendo el libro de mi amigo  ANTONIO CAPONNETTO: “ LA PERVERSIÓN DEMOCRÁTICA “:
                                                -i-
LA DEMOCRACIA ES UNA RELIGIOSIDAD SUBVERTIDA.-
1-Que la democracia es forma impura de gobierno y corrupción de la República , es una afirmación anterior a la doctrina católica. En vano se ha traducido insidiosamente ciertos tratados clásicos helénicos y romanos, a efectos de  atemperar o disimular esta certeza teórica- práctica ante el mundo políticamente correcto. En vano- a partir sobre todo del Iluminismo, por la acción directa de Montesquieu y de Rousseau- se han escamoteado la presencia de la democracia entre las formas legítimas de gobierno, como clarísimamente se afirma en LA REPÚBLICA ( 445) y en la POLÍTICA (1279 ), OBRAS CUMBRES DE LOS VENERABLES  FILÓSOSFOS DE LA HËLADE .En vano digo,  porque allí están estas páginas en sus idiomas originales para que brote de sus reflexiones la descalificación  de una forma de gubernamental signada fatalmente por la tiranía del número, por el desgobierno de la muchedumbre, por el desenfreno de las libertades, por el incremento de los oclótas * y los demagogos. Platón y Aristóteles entonces, figuran entre los maestros encumbrados de este rotundo desaire a las democráticas formas. Pero también poetas como Homero o Hesíodo, historiadores como Hereódoto y Tucídedes , pensadores como Isócrates, cantores como Tirteo o Simónides de Ceos, artistas como Eurípides o Esquilo, u oradores como Demóstenes.
Las largas y fundadas razones por la que estos hombre egregios descalificaron a la democracia, en sus principios y en sus realizaciones prácticas, no sólo no son de llamativa  actualidad sino por una significativa hondura. Porque no se trata de una forma impura desechada en mérito de cuestiones accidentales o subalternas- como la elección o la sucesión de los gobernantes- sino de una perversión intrínseca que hace posible la profanación y el sacrilegio, conspirando contra los mismos lazos sagrados en que sostiene la ciudad. Son las leyes divinas las que ceden ante las legislaciones humanas gestadas en las asambleas del pueblo, son los ritos y las ceremonias tradicionales los desplazados, y hasta son lo kakodaimonistai o adoradores del demonio los que ganan en prestigio, según lo reconociera el mismo Lisias. Democracia e impiedad revulsiva se suponen recíprocamente en cada tramo de la historia. Como si la primera potenciara irrefragablemente, por el peso de su inherente miseria, todas las malas inclinaciones que hay en la humana naturaleza.
El Sófocles que en Electra, pone en boca del coro palabras laudatorias para Zeus ultrajado por el demos; o Isócrates que en el Areopagítico  elogia la piedad y la clemencia contra los rapaces demagogos que no entienden la obligación de conservar las tradiciones, son apenas dos ejemplos- entre centenares-  de un perversión que fue considerada y padecida, ante todo, como un vejamen a la recta religiosidad. Súmese si se quiere el formidable y conocido testimonio de Cicerón, cuando bajo la inspiración  platónica escribe su República, y afirma en ella- en el emocionante fragmento de El Sueño de Escipión- que quienes alcanzan la gloria celeste no son los partidócratas que amontonan votos de la plebe, sino los que consagran a la patria en veladas de sabiduría o en epopeyas de gloria. Si acaso se prefiriera el testimonio de los comediantes, reléase el Pluto  de Aristófanes, y aquellas  palabras magníficas con que la diosa  Pobreza descalifica al demócrata Crémilo, que coloca la riqueza por encima de los rectos sentimientos religiosos.
Con razón ha dicho Stan Popescu haciendo una fundada autopsia de la democracia, primeramente en el mundo antiguo : “ El desprecio por la religión se manifestó solamente en los permanentes intentos de demoler los valores religiosos ) la clemencia, la piedad, la compasión, la justicia, el espíritu de sacrificio) sino también en la obsesiva y en la afiebrada voluntad de hacer leyes escritas y votarlas. Con ello se cancelarían para siempre las leyes sagradas, tradicionales, y se terminaría de una vez con las virtudes […]para la conservación de las cuales se requería autoexigencia, autodisciplina y voluntad de autosuperación…-Stan Popescu.Autopsia de la democracia. 1984.Euthymia.P.122.
(Continuaremos con la 2 Parte “. El Director).
*- Gobierno de la plebe.