martes, noviembre 25, 2008

A un año del Motu Proprio Summorum Pontificum

El 7 de julio de 2007 se dio a conocer el texto del esperado motu proprio que desembargaba la misa según el “vetus ordo”, llamada también tridentina, o de San Pío V. La forma litúrgica vigente en la mayor parte de Iglesia latina antes de la promulgación del “novus ordo”, en 1970. Este documento ha sido un hito del pontificado benedictino, cuyos frutos se van comprobando con fuerza creciente.

Escribe Marcelo González

Escribir sobre este tema conlleva dos peligros: uno es hacerlo como quien ondea una bandera ideológica, es decir, como un activista, echando mano de un menú de frases consagradas para la ocasión, sin considerar la hondura, trascendencia ni los matices del tema.

El segundo peligro, que bien pudiera estar incoado en el primero, es el de transformar nuestros deseos en juicios optimistas y fantasiosos sobre la realidad. Trataremos de esquivarlos, como quien forzosamente debe navegar entre Escila y Caríbidis, en el rumbo justo que nos ponga a salvo de ambos peligros.

Militancia

Quienes hemos militado por décadas a favor de la misa tradicional sentimos en las acciones de Benedicto XVI relativas a la liturgia un espaldarazo casi inimaginable años atrás. Habiendo sido un hombre “del Concilio”, una de las “cabezas del Concilio”, el actual papa, sin embargo, nunca comulgó con el modo de hacer la reforma litúrgica sugerida por la Sacrosanctum Concilium. Ni vio como razonable -ni acorde a la tradición litúrgica- la prohibición de hecho del rito antiguo.

Esto segundo requería de él un acto de justicia y valentía poco comunes: eso fue el Summorum Pontificum, a saber, la declaración de que nunca jamás la antigua liturgia ha sido prohibida y sigue en plena vigencia, más la explanación de los derechos del clero y los fieles. Seguida de la ratificación permanente por parte del Pontífice o de sus voceros en materia litúrgica, todo a lo largo de este año, de que esta prohibición hubiera sido absolutamente ilegal. Y dando apoyo, allí donde es posible, a quienes reclaman esos derechos.

La liturgia, sostiene Benedicto, es como un árbol añoso que hunde sus raíces en la Revelación que Nuestro Señor mismo enseñó a los Apóstoles; árbol que crece y va desarrollando nuevas ramas y fructificando. Las “reformas” son apenas si algunas “podas” sabias que la autoridad pontificia, única que tiene jurisdicción directa sobre la liturgia, hace para mantenerlo lozano e impedir excesos o sobrecargas, o bien para hacerla más llevadera a fieles y clero en tiempos más gravosos.

Por otra parte, el misal “gregoriano” (nos decía recientemente un especialista en el tema que es el modo más propio de llamar a lo que suele denominarse misal tridentino) tiene la forma que le conocemos hoy prácticamente sin cambios desde las épocas de aquel gran papa: todo lo demás es retoque y pulimiento, o bien, enriquecimiento. La antigüedad e identidad de la liturgia latina es indiscutible y todo fantaseo arqueologista ha caído bajo los trabajos demoledores de los eruditos, tanto como bajo la condena de Pío XII en la Mediator Dei. Causa finita.

Así pues, una de las dos grandes convicciones que hemos alentado los defensores de la misa tradicional se ven confirmadas por el actual pontífice, no como concesión graciosa a un grupo de “inadaptados” a la nueva liturgia, sino como reconocimiento del valor inmutable de la liturgia tradicional, nunca negado en documento oficial alguno de la Iglesia.

Pero es además la otra gran convicción, tantas veces repetida por medio del venerable apotegma “lex orandi, lex credendi” lo que el Santo Padre nos confirma también, en sus dichos, y de un modo cada vez más perceptible en los hechos. No puede haber dos teologías distintas por detrás de dos ritos litúrgicos católicos. Si las hay, algo está mal.

Así, al desembargar la misa tridentina no solo hace justicia, también resalta el valor modélico que el rito tradicional tiene como rito de la Iglesia universal. Esta realidad que es el novus ordo, vigente legalmente desde hace ya 38 años, impuesto con métodos de señores de horca y cuchillo, infinitamente metamorfoseada por usos y abusos, es ya irreconocible. Fue concebida para evolucionar y lo ha hecho de tal modo que ya casi no se sabe como era según el misal típico.

Según la ley, son menos de 38 años de vigencia, pero en la práctica ha aparecido bajo distintos formatos casi durante las sesiones mismas del Concilio, de manos de los “adelantados” de siempre. El nuevo rito, o más bien “su espíritu” ha puesto a la Iglesia en estado de cisma práctico. Cada misa tiene su “teología” particular. Esta es una realidad que se nos presenta con aplastante evidencia, nos guste o no.

Un proyecto del que siempre desconfiamos

Por lo tanto, el valor modélico, la causa ejemplar que el Papa gusta exaltar en la misa tradicional apuntala una idea que ha causado escozor entre muchos de nosotros. El proyecto que el Santo Padre ha dado en llamar la “reforma de la reforma”.

Sin embargo el título parece engañoso. Benedicto no quiere agregar más plegarias eucarísticas, ni nuevas opciones creativas. Por el contrario, y las versiones que salen de la Congregación del Culto Divino por diversas vías muy confiables son contestes en esto: el Papa quiere hacer que el novus ordo se parezca mucho más al vetus ordo. Esto lo sabemos con certeza.

¿Como se traduciría en la práctica? Esto lo formulamos por conjetura, no por fantasía, como ser verá:

1) Comunión en la boca y de rodillas.
2) Respeto a los ornamentos litúrgicos, enmienda de las traducciones erróneas.
3) Rezo de un solo canon, el romano (reformado por Paulo VI seguramente) en latín. Las partes en lengua vernácula permanecerían para el resto de la misa. En las misas cantadas, no obstante y conforme a lo ya vigente en el novus ordo, Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei se cantan en latín.
4) Altar orientado, es decir, hacia el este, (un este “simbólico” cuando no sea posible hacerlo “físico” por la disposición del terreno donde está construida la iglesia). Es decir, el sacerdote “cara al sagrario”. Crucifijo en el centro del altar (no mesa). Candelabros en los extremos (dos, cuatro o seis, según la solemnidad).

El papa mismo practica algunas de estas rúbricas en sus misas, y no solo “implícitamente”, sino que su ceremoniero, Mons. Guido Marini, lo ha confirmado en forma expresa. Y el Card. Castrillón lo ha dicho en Inglaterra hace pocas semanas: debería haber una misa tradicional en cada una de las parroquias, para poner el sello y la unción de la liturgia clásica en la feligresía, siquiera por contagio.

El Papa ya usa la férula tradicional, el palio tradicional y solo dará la comunión en la boca y a fieles arrodillados.

¿Cosmética o teología?

Debatíamos hace algunos pocos años con sacerdotes tradicionalistas sobre la conveniencia de promover las misas tradicionales “indultadas”. Uno de los argumentos que usaban en contra era: se está admitiendo implícitamente que “ha sido prohibida”.  Cuestión de principios atendible si no estuviera en juego la salvación de las almas.

El tiempo ha demostrado que la presión a favor de la misa tradicional, desde muchos sectores, aunque principalmente ejercida por el tradicionalismo ha logrado el milagro del motu proprio. Sin embargo, algunos dentro del tradicionalismo esperaron este documento con desconfianza y escepticismo. Y aun en la actualidad no todos entienden la enorme trascendencia que tiene y el bien que está haciendo entre clero y fieles.

Sobre la “reforma de la reforma” se predica desde algunos sectores tradicionales que es una maniobra cosmética, que no apunta a la raíz de los problemas planteados por el novus ordo, aún en su expresión más pura, aunque el propio papa reinante la ha considerado siempre una suerte de engendro frankensteniano. ¿Seguirá predominando una mentalidad principista cuando lo que se juega es el destino eterno de los fieles?

Confiamos en la prudencia pastoral y en la misericordia sacerdotal. En los hechos, dada la situación de la Iglesia y habiendose liberado la misa tradicional (aunque los señores de horca y cuchillo sigan en sus cargos pastorales en una gran mayoría de las diócesis) no hay muchos pasos posibles que dar. Y aún, como propedéutica, ¿qué se puede esperar, con sinceridad y realismo, bajo las actuales circunstancias, sino lo que se ha descripto arriba o algo parecido?

¿Hasta donde llegará el paso papal? Solo Dios lo sabe. Lo cierto es que a una velocidad insospechada, contra viento y marea, se viene la segunda gran carronada litúrgica de Benedicto.

Y los que hemos dado años de nuestras vidas a favor de la misa tradicional no podemos cometer el grueso error de creer que esas balas apuntan al rito tridentino. No sabemos que habría hecho el P. Ratzinger en lugar del P. Bugnini. Pero ciertamente ahora, el papa Ratzinger hará lo único posible: acercarse al modelo tradicional todo lo que la realidad resista.