martes, enero 19, 2010

Los dos modelos kirchneristas

Diario LA NACION

Opinión 

Los dos modelos kirchneristas

Además del económico, el kirchnerismo tiene un modelo político autoritario que avasalla las instituciones y el disenso


Desde el comienzo de la gestión kirchnerista se han proclamado las presuntas bondades de un modelo económico que se definía como inédito: el llamado modelo K. Hoy está claro que el desafío a la ciencia económica universal que ese modelo significó es un fracaso.
La pobreza creció entre nosotros; los flujos de inversión se alejaron; el sector más dinámico de nuestra economía, el agropecuario, ha quedado lastimado por obra del capricho y de los resentimientos; las oportunidades que nos brindaron las circunstancias de un mundo con un auténtico vendaval que soplaba a nuestro favor fueron desaprovechadas; el gasto público se ha desbocado y, peor aún, la confianza ha desaparecido de nuestros mercados.
Pero hay también un segundo modelo K, mucho más peligroso aún, que no se predicó, sino que se construyó desde el silencio. Es más audaz que el primero, de declamado contenido económico. Se trata del modelo de naturaleza política que se nos procura imponer.
Hasta no hace mucho se nos quiso imponer desde la acción solapada o el disimulo. A partir de la rebelión del campo, desde el descaro, el abuso de poder y la provocación. Por esto la necesidad de infundir el miedo para poder deformar la democracia. Para alterarla en su esencia, para usar palabras de la propia Carta Democrática Interamericana. O para subvertirla socavando las libertades ciudadanas esenciales, hasta el punto de que hoy se pretende igualar el disenso con la conspiración para así suprimirlo.
Se proclama que apartarse del discurso único es destituyente. Pocas concepciones existen con perfiles más totalitarios que ésta. Hay ciertamente raíces ideológicas que la alimentan, por todos conocidas.
Este segundo modelo, el político, es precisamente el que la gente rechazó en las urnas el 28 de junio pasado con un portazo que el oficialismo ha decidido ignorar. Porque la gente intuyó que supone no sólo una manera de gobernar concentrando el poder, sino un proyecto a largo plazo.
Los principales mecanismos constitucionales que garantizan el control de los actos de gobierno y la defensa de los derechos y libertades cívicas han sido deformados mañosamente, cuando no ignorados. Lo sucedido con las presiones a los jueces independientes así lo comprueba. El modo de actuar de los dependientes, también.
Este modelo político se edifica sobre la indiferencia grosera hacia lo que dispone la ley, que simplemente se deja de lado si limita la acción que se pretende. Y ha pervertido los principios básicos de las conductas éticas como pocas veces hasta ahora.
El Gobierno ha venido actuando en el plano nacional tal como lo hicieron sus principales actores durante su gestión en la provincia de Santa Cruz. Esto es, como si no hubiera otro límite que su propia voluntad o su irrefrenable ambición de poder. Por eso concibe la democracia apenas como un cheque absolutamente en blanco y a su favor. No hay, en su particular concepción de la democracia, debate alguno posible, tan sólo un monólogo.
Por eso se empeña en demoler lo que incomoda. Y se asegura impunidad. Por eso el abuso de poder como sistema. Por eso predica e impone de mil maneras la lealtad a los hombres, por encima de la lealtad a la Constitución. Por eso exige adulación y sumisión total.
Para todo eso, precisamente, ha demolido el sistema de equilibrios y contrapesos entre los poderes del Estado previsto en nuestro esquema republicano. Por eso el empeño en reescribir la historia a su manera, torcida y para justificar lo injustificable.
Precisamente por todas estas gravísimas razones resulta necesario recordar que la libertad se construye siempre entre todos, con las conductas de los hombres y mujeres y la acción de las instituciones. Que la igualdad debe defenderse de quienes autoritariamente pretenden definir sus términos, a su propio gusto y paladar. Y que, respecto de la pobreza, la fraternidad no se prueba con discursos o peroratas, sino con resultados, que hoy no existen. El momento se presenta particularmente difícil para la salud de la República.