lunes, agosto 02, 2010

[Red de Catequistas] El que cree en el hijo posee la vida eterna; el que no crea en el hijo, no verá la vida.

Mateo 13, 47-53

El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron.

Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo".

Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí


[Santa Catalina oyó que Dios decía:] En el último día del juicio, cuando el Verbo, mi Hijo, revestido de mi majestad, vendrá a juzgar al mundo con su poder divino, no vendrá como pobre y miserable tal como se presentó cuando nació del seno de la Virgen, en un establo y en medio de animales, o tal como murió, entre dos ladrones. Entonces, en él mi poder estaba escondido; como hombre le dejé sufrir dolores y tormentos. No fue, en absoluto, que mi naturaleza divina se separara de la naturaleza humana, sino que le dejé sufrir como a hombre para expiar vuestras faltas. No, no es así que vendrá en el momento supremo: vendrá con todo su poder y con todo el esplendor de su propia persona... A los justos les inspirará, al mismo tiempo que un temor respetuoso, un gran júbilo. No es que su rostro cambie: su rostro, en virtud de su naturaleza divina, es inmutable porque no es sino uno conmigo, y en virtud de la naturaleza humana su rostro es igualmente inmutable porque tiene asumida la gloria de la resurrección. A los ojos de los réprobos, aparecerá terrible, porque le verán con ese ojo de espanto y turbación que los pecadores llevan dentro de sí mismos. ¿No es lo mismo que ocurre con un ojo enfermo? Cuando brilla el sol no ve más que tinieblas, mientras que el ojo sano ve la luz. No es que la luz tenga algún defecto; no es que el sol cambie. El defecto está en el ojo ciego. Es así como los réprobos verán a mi Hijo: en la tiniebla, el odio y la confusión. Será por culpa de su propia enfermedad y no a causa de la majestad divina con la que mi Hijo aparecerá para juzgar al mundo.
                    
Santa Catalina de Siena  

Y dijo Jesús “Para un juicio he venido a este mundo: para los que no ven, vean; y los que ven se vuelvan ciegos” (Jn 9, 39). Que misericordioso es nuestro Señor, porque aun después de desairarlo, de ignorarlo, de discriminarlo, Él nos envía a su Hermoso Hijo para mostrarnos el verdadero rostro de Dios: el rostro del Amor.

Rostro que no cambia a pesar de lo que hagamos, pues siempre se muestra benevolente con todas sus creaturas, sean buenas o malas. Rostro que acerca a nosotros para susurrarnos al oído lo mucho que nos ama, y nosotros lo gritemos en las plazas y en las azoteas. Rostro que muestra el perdón, aun a pesar de todas las ofensas recibidas, por medio del gran sacrificio que Él mismo hizo para regalarnos la libertad.

Pero son nuestras acciones las que nos separan de Él; las que nos hacen verlo como un dios vengativo e inmisericorde; las que, al final de los tiempos, nos condenarán al suplicio más grande que puede tener un alma, al infierno más terrible que uno pueda imaginarse: vivir sin el amor de Dios. Está en nuestras manos verlo como un Padre misericordioso, generoso y amoroso, o como el más cruel de nuestros enemigos. Porque Dios es inmutable en su Amor.

 
Miguel Angel Montaño Ramos
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