miércoles, septiembre 15, 2010

La izquierda y el uso de la democracia para destruir la democracia

Fundación Atlas 1853 - 03-Sep-10 - Actualidad

http://www.atlas.org.ar/articulos/articulos.asp?Id=13235

La izquierda y el uso de la democracia para destruir la democracia

por Agustin Laje
agustin_laje@yahoo.com.ar

En el marco de la histórica caída del muro de Berlín y el consiguiente fin del comunismo en la ex Unión Soviética, la descolocada y debilitada izquierda de la región resolvió allá por julio de 1990 concentrar a todos
sus partidos y movimientos (incluyendo a los armados como las FARC y el ELN) en lo que denominó el “Foro de Sao Paulo”, una reunión convocada nada menos que por el gobierno cubano y el Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil. El objeto de la citación era reorganizar el izquierdismo en Iberoamérica, definir nuevas estrategias para la toma del poder, y prepararse para los venideros tiempos políticos que, signados por un renovado respeto hacia la flagelada democracia, se avizoraban inexorables.

Lo que salió de aquél congreso pocos lo saben, pues los informes y las declaraciones de tinte público han sido reducidos. Empero, lo indudable es que el éxito del foro fue tal, que desde su nacimiento se han consumado dieciséis reuniones en más de diez naciones latinoamericanas (la última fue en Argentina), y de su propio seno han surgido presidentes en países de la región, como el propio Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. Cabe adicionar entre los mencionados logros de esta suerte de reorganización, los aires de renovación que oxigenaron al izquierdismo frente a la opinión pública y los mass media, y la simpatía que generaron, en
consecuencia, en desprevenidos sectores de la sociedad.

¿Cuál ha sido la clave del éxito? ¿Cuáles son los fundamentos de la estrategia que los marxistas definieron e implementaron desde la primera reunión a principios de los `90? La respuesta es más fácil de lo que podría creerse: utilizar la democracia, para destruir la democracia.

Que la izquierda marxista haya sido, en términos históricos, metodológicos y doctrinales, antidemocrática por naturaleza (basta con leer a sus principales teóricos para confirmarlo) no es una novedad. Valga recordar, en todo caso, que hasta hace pocas décadas desplegaba sus guerrillas por todo el continente y activaba bandas terroristas contra gobiernos democráticos con el expreso fin de derrocarlos (Argentina es una muestra cabal de ello). La lucha armada, a la sazón, configuraba el método por excelencia de acceso al poder.

No obstante, a raíz de los nuevos lineamientos del Foro de Sao Paulo, hoy el panorama cambió. El uso de la violencia para acabar desde afuera con el sistema (que salvo reducidas excepciones fracasó en toda la región) fue reemplazada por el uso de las instituciones del mismo sistema para carcomerlo desde adentro. Disfrazarse de demócrata es el único requisito en este sentido, y sobre tales bases descansa la estrategia izquierdista contemporánea.

Así las cosas, una vez alcanzado el poder mediante formas legítimas, se procede a desbaratar el sistema político por el cual el marxista accedió a su mandato. Para ello se comienza reformando (más precisamente deformando) a las Fuerzas Armadas y persiguiendo a los componentes castrenses que podrían causar dolor de cabeza en las próximas fases del proyecto de descomposición. En Venezuela, la inyección ideológica y el adoctrinamiento al sector militar fue una de las formas, mientras que en nuestro país la persecución jurídica contra quienes combatieron al terrorismo en los `70, sumado a la debilitación de la institución a través de
políticas deliberadamente desfavorables impulsadas por el Ministerio de Defensa, fueron los caminos escogidos.

Acto seguido, será dable enfrentar y neutralizar otros sectores de la sociedad que podrían eventualmente reaccionar contra las políticas antidemocráticas que se proseguirán. Ejemplo de ello es la Iglesia Católica (en Argentina sobran muestras) y partidos opositores (verbigracia, la llamada “masacre de Pando” en Bolivia, perpetrada por Evo Morales a los fines de encarcelar oponentes políticos). Con esta situación controlada, el izquierdista centra sus esfuerzos en destruir las formas republicanas de gobierno y controlar a la postre el Poder Judicial. Así lo hizo por ejemplo el kirchnerismo en sus primeros tiempos al derrocar jueces de la Corte Suprema de Justicia que no le eran funcionales, y sustituirlos por subordinados inmediatos. Para ello no
precisó de ningún grupo armado, sino que fue tan fácil como abusar de “cadena nacional” y amenazar a los magistrados con iniciarles “juicio político” desde el Congreso (que ya estaba bajo su dominio).

Efectuados los movimientos antedichos, y dependiendo de la coyuntura política interna, los izquierdistas escogen el momento indicado para poner en marcha sus planes de perpetuarse en el mando, destruyendo el sistema democrático entendido ya no como una simple forma de acceso al poder, sino como la rotación y renovación periódica de personas, proyectos políticos e ideas, en un marco de libertad y equilibrio de los poderes públicos. Sucede que la izquierda concibe a la democracia no como un sistema de gobierno, sino como una mera táctica para imponer el autoritarismo.

Pero como la libertad suele tornarse en seria complicación para la concreción del proyecto izquierdista, es necesario también coartarla. De este modo, la libertad económica es puesta en jaque a través de un creciente y asfixiante intervencionismo, al tiempo que el control de los medios de comunicación se constituye en el objetivo más codiciado del mandón de turno.

En efecto, el mandamás desata una guerra contra todo el periodismo que no es adicto a sus caprichos, primero practicando la censura de manera más o menos embozada, para luego arrasar con toda la prensa independiente expropiándola para sí mismo (tal como ocurrió en Venezuela y está ocurriendo en Argentina). No se trata sólo de acallar voces contrarias, sino también de imponer artificialmente voces favorables. Se trata, en rigor, de que la sociedad no tenga la libertad de informarse sino únicamente con el discurso oficial. Adoctrinamiento puro, en otras palabras, que contribuye a la eternización en el poder del izquierdista en cuestión.

En esta instancia, la democracia se encuentra totalmente colapsada, ya no como derivación de un golpe de Estado o una revolución armada tal como ocurría en el siglo pasado, sino como efecto de sus propias debilidades aprovechadas y explotadas por el llamado “socialismo del Siglo XXI”.

Estos pasos se han seguido, al menos parcialmente, en todos los países de la región que mantienen estrechas relaciones con el Foro de Sao Paulo, entre los que se encuentra la Argentina. Se equivocan, pues, quienes continúan sosteniendo que estamos corriendo el riesgo de parecernos a Hugo Chávez. En rigor de verdad, estamos siguiendo de manera sistemática sus pasos a pie juntillas, encaminándonos inexorablemente a imitar el modelo dictatorial revestido de demócrata que impera en Venezuela.

El error de nuestras sociedades, acaso, fue el de consumir el nuevo disfraz democrático que vendieron aquellos que siempre odiaron y combatieron a la democracia y la libertad.

(*) El autor tiene 21 años, es estudiante universitario, columnista de diversos medios y autor de numerosos trabajos de investigación sobre los años `70. Recientemente cursó estudios de terrorismo y contrainsurgencia en el exterior. Actualmente se encuentra culminando su primer libro sobre la materia.