sábado, agosto 27, 2011

CAMALEONES
 
Días pasados nos visitó en nuestra ciudad Orlando Barone, alcahuete a sueldo del gobierno en la TV Pública, es decir, pagado, y muy bien, con el dinero de todos los contribuyentes. El “Chupador”, como lo bautizara Lanata, fue empleado del Multimedios que hoy defenestra durante el último gobierno militar; de allí que el gordo, al recordarle su pasado, le dijera a su acomodaticio colega “toda la dictadura chupando, Barone”. En una entrevista con un diario local, se menciona que el canoso comunicador realizó una profunda autocrítica al decir que “me avergüenza gran parte de mi curriculum, me quedaría sólo con lo último”, refiriéndose posiblemente a su participación en el programa radial de Víctor Hugo Morales y en el programa televisivo 678; y “ahora que tengo 74 soy más revolucionario que cuando tenía 17, que era un boludo”.
Mire usted, a la vejez viruela viene este miserable a descubrir su costado revolucionario, justo ahora, que es tan fácil declararse “progresista”, “garantista”, “derecho-humanista” y otras yerbas por el estilo. La verdad es que boludo no fuiste nunca, de esto podés estar seguro; tu curriculum marca que fuiste siempre un piola bárbaro, un típico veleta que vivió acomodado según la dirección de los vientos. No nos sorprende que este personaje –defensor del proxeneta Zaffaroni y de la experta en la desaparición de dineros públicos Hebe de Bonafini– sea alabado por la prensa “progre” concordiense. Sí molesta que lo haga un plumífero –sedicente “católico”– habitual del vespertino local.
 
Y ya que de panqueques hablamos, no vienen mal unas perlas de otro de los íconos actuales del llamado “periodismo militante”, que en realidad debería denominarse “periodismo mercenario”. La referencia es para Víctor Hugo Morales, a quien también tuviéramos de visita en nuestra ciudad hace no mucho, dando una conferencia con entrada libre y gratuita al momento de traspasar la puerta del teatro, pero que seguramente fue bien remunerada con dineros públicos, por supuesto, dada la desmedida afición por la plata del personaje en cuestión. Al decir del periodista Diego Bonadeo, su vuelco fenomenal, pasando de crítico del gobierno a oficialista incondicional, obedecería a varias miles de razones. A buen entendedor…
Presentado por los medios oficialistas como paradigma de la ética y de la lucha contra los poderosos, su pasado y su estilo de vida ponen de manifiesto sus contradicciones y su hipocresía.
¿Cómo vivió sus días en los años del gobierno militar en el vecino país? ¿Acaso fue censurado, perseguido o encarcelado? Nada de eso, más bien todo lo contrario, como nos lo hace saber el periodista Leonardo Haberkorn –con quien mantenemos nuestras reservas en materia de opiniones políticas– en su blog El Informante, de donde extractamos los entrecomillados. “Víctor Hugo irrumpió con fuerza en los medios uruguayos entre 1974 y 1975, cuando murió Carlos Solé… Trabajaba en un grupo económico poderoso, tanto como el Clarín de hoy. Relataba en radio Oriental, aparecía en Telenoche 4, el noticiero más visto del país, y a medianoche conducía Hora 25, otra vez en Oriental. Canal 4 y radio Oriental eran de la familia dueña de radio Montecarlo, la más escuchada. A su vez, comenzó a escribir en Mundocolor, un vespertino de los mismos propietarios que el diario El País y Canal 12. Tenía un pie en cada uno de los dos mayores conglomerados de medios del Uruguay”.
En una época en que determinadas críticas y opiniones eran censuradas, “…Víctor Hugo encontró una mina de oro: en un país donde informar era leer comunicados militares, descubrió que no había nada que impidiera informar y opinar sobre los avatares internos de la Asociación Uruguaya de Fútbol, sobre lo que hacían, decían y votaban los dirigentes de sus clubes. A ellos se los podía criticar, incluso con la mayor dureza: nadie lo había prohibido”. Otros de sus blancos predilectos fueron el ídolo y goleador de Peñarol, Fernando Morena, y el presidente de dicho club, Washington Cataldi, a quienes criticaba con ensañamiento. Al primero lo responsabilizaba de los fracasos de la selección uruguaya, mientras que Cataldi –diputado del parlamento disuelto en 1973– representaba, según Víctor Hugo, toda la corrupción del fútbol uruguayo.
“Esa era la trampa de la propuesta de Víctor Hugo, tan funcional a los intereses de la dictadura. Mientras en el Uruguay pasaban cosas terribles, él construyó un mundo paralelo, donde habitaban unos tipos siniestros y mafiosos, que no tenían nada que ver con el régimen. Eso era exactamente lo que la dictadura necesitaba”.
Hasta que en julio de 1978, los dirigentes de la AUF, cansados de sus críticas sistemáticas, “decidieron quitarle a Víctor Hugo la autorización para relatar durante un mes y medio”.
“Dado que VHM era el periodista más popular del país, la decisión de suspender su derecho a relatar provocó un escándalo. En forma insólita, en un país donde había miles de presos y destituidos por razones políticas y nadie decía nada, de golpe volvió a hablarse de libertad de trabajo”. Y salieron en su defensa personajes como el ex presidente de facto Alberto Demicheli y el general Julio César Rapela, entonces jefe del ESMACO, el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas. Este último “le aseguró que la decisión de la AUF no tenía nada que ver con el gobierno o el poder militar. Por el contrario, el gobierno estaba preocupado por sus consecuencias”.
Finalmente, el 19 de julio de 1978 el presidente de facto Aparicio Méndez revocó la decisión de la AUF y lo autorizó a volver a relatar”.
“Ante esta decisión, Víctor Hugo –según escribió el 20 de julio en Mundocolor– sintió vergüenza, pero no por haber tenido que ser amparado por un gobierno que violaba todos los derechos que él mismo invocaba, sino por haber distraído a nuestros gobernantes en un tema infinitamente menor al que les ocupa día a día”.
En 1981 recaló en nuestro país, pero no precisamente como exiliado político, sino con el objetivo de lograr lo que según sus propias palabras lo obsesiona: “hacer diferencia económica”. Lo que sigue después ya es más conocido.
Ayer protegido por un gobierno de facto, hoy panegirista del criminal montonero Rodolfo Walsh, calificarlo de incongruente es poco. ¿Cómo se entiende su afán de lucro en alguien que se declara admirador de la tiranía cubana y del Che Guevara? ¿Cómo es que este individuo que se caracteriza por su sistemática prédica anti-capitalista se da el lujo, entre otros placeres, de asistir asiduamente a espectáculos en Estados Unidos y en Europa? ¿Podría darse esos gustitos burgueses viviendo en su admirada Cuba? En definitiva, lo que queda claro es que el oriental oriundo de Cardona es un sujeto al que le gusta la buena vida, un bon vivant, que ha ganado mucho dinero en su profesión, beneficiándose del sistema al que critica, que permite, con su irrestricta libertad económica, que algunos pocos privilegiados como él vivan en la opulencia, mientras de la boca para afuera dicen preocuparse por las injusticias sociales.
 
Lorenzo Guidobono