domingo, julio 15, 2012

Qué le pasa a la Presidenta


Hay que conocer y aprovechar las contradicciones 
del Enemigo, y en esto los mitristas con campeones.

Acá hay una serie de señalamientos que Perón hubiera
calificado de "fallas de conducción"


El escenario

Qué le pasa a la Presidenta

Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
El caso Scioli, un gobernador que tambalea en La Plata, es sólo un 
síntoma. Cristina Kirchner es una mujer que ha cambiado profundamente 
en los últimos meses. Siempre fue mandona, pero nunca había llegado a 
los niveles actuales de autoritarismo. Nunca fue amplia ni tolerante, 
pero antes sentía cierta curiosidad por otras realidades, que ahora ha 
perdido. Antes le gustaba desfilar por las pasarelas de la política 
internacional; ahora ha hecho de la Argentina el centro del mundo y 
convirtió al mundo en un despreciable vecindario.

días requieren de un gran concepto de sí misma. Más que la repetición, 
sorprende lo que dice. La Presidenta no les habla a los argentinos, 
sino que apela a sobrentendidos para agraviar o chacotear con el 
mundillo político. El exceso discursivo la empuja también permanentemente 
al error o a la confusión, justo a ella que era una obsesiva 
perfeccionista con sus apariciones públicas.

Pertenece a un universo político con poco sentido republicano, es cierto, 
pero antes solía subrayar su apego a la ley. Ahora usó sus discursos para 
cometer dos delitos: primero anunció que desobedecería a la Justicia si 
ésta le ordenara movilizar la Gendarmería, y luego violó el secreto fiscal 
cuando expuso la situación ante la AFIP de un empresario inmobiliario que 
contó que el control de cambios fulminó su actividad.

Daniel Scioli carece de márgenes políticos cuando el despotismo y la 
discrecionalidad han llegado tan lejos. ¿Cómo enfrentar con palabras amables
a la furia de una persistente balacera? Scioli depende en estas horas de dos
cosas. De él mismo, en primer lugar, si perdurara en su decisión de no 
renunciar. Pero también de la oposición antikirchnerista, porque estaría 
terminado si ésta se uniera al kirchnerismo para tumbarlo en el Parlamento 
de La Plata. Scioli tiene sólo cinco legisladores, si es que al final de 
cuentas fueran cinco y no menos.

Algunos amigos le han aconsejado al gobernador que se rebele ante tanta 
injusticia, aunque la decisión le termine costando la renuncia. Sin recursos, 
con permanentes huelgas, con una inseguridad desenfrenada y con la Justicia 
desautorizando sus decisiones políticas, Scioli debería, sin embargo, nacer 
de nuevo para hacer lo que le piden. Tiene hasta el vicegobernador Gabriel
Mariotto en huelga. Aquella reunión con Cristina Kirchner que contó el 
intendente Darío Díaz Pérez fue una acción destituyente, no sólo un discurso. 

El intendente fue convocado secretamente a Olivos, donde se encontró con un 
grupo selecto de intendentes que escucharon a una Presidenta enardecida con 
Scioli. Nunca imaginé a Cristina hablando de esa manera de un gobernador
confesó otro intendente que también estuvo entre los selectos.

Si da una conferencia de prensa, yo le contesto por cadena nacional, había 
anticipado Cristina antes de que Scioli hablara ante los periodistas el 
sábado pasado. Dicho y hecho. Ni siquiera reparó en las flores que le tiró 
Scioli en su conferencia de prensa. No debía reunirse con los periodistas. 
Punto. Una nueva avalancha desestabilizadora contra Scioli sucedió después.

Scioli resiste, inmóvil como un Buda, y su pacifismo incluye hasta la 
aceptación pública de las críticas que le hace la Presidenta. Corre el riesgo 
de quedar muy solo. El gobernador llamó en estos días a un dirigente opositor 
para pedirle que no lo criticaran. Si vos te enamoraste de los secuestradores, 
yo no tengo por qué denunciar el secuestro, le respondió el opositor.

Si Scioli no ha nacido para rebelarse, otro destino posible es inmolarse en 
un eventual incendio provincial. Ese es el riesgo que la Presidenta actual 
no ve. La provincia de Buenos Aires no es la Capital, ni Córdoba, ni Santa Fe, 
para hablar sólo de los grandes distritos. Buenos Aires es un territorio bajo 
responsabilidad del gobierno nacional desde que mandan los Kirchner. Lo es 
cuando aporta millones de votos, pero lo es también cuando estallan sus 
conflictos. La Presidenta le sacó 1800 millones de pesos, que no se los dio 
a Scioli, al consumo de una economía gravemente entumecida. No es Scioli el 
que no cobró el medio aguinaldo, sino centenares de miles de bonaerenses. 

El péndulo de Scioli oscila entre la improbable rebelión y una eventual 
hoguera. Su horizonte no es bueno, pero el fuego podría cercar también a 
Cristina.

Hugo Moyano es más resuelto que Scioli. La notificó a Cristina de que no contará 
en adelante con su apoyo político y electoral. La Presidenta lo arrinconó a Moyano, 
otro viejo aliado, hasta la sublevación. Con la economía en caída libre y con la 
inflación en franco ascenso, ella prefirió darse el gusto de fraccionar el mapa 
sindical. La aguardan meses de intensos conflictos laborales. No sólo tendrá cinco 
centrales obreras, sino también un problema que preexistía: muchos jerarcas
sindicales no controlan decisivas comisiones internas. En lugar de unificar la 
interlocución, que es lo que la propia Cristina hizo hasta hace poco, eligió 
castigar a Moyano

Lo fragmentó, es verdad, pero quedó expuesta a la sublevación sindical en plazos 
muy breves. ¿Para qué ha hecho eso cuando decidió, al mismo tiempo, la persecución 
implacable de la clase media, sin reparar que gran parte de ella la votó? 

Le prohibió el acceso a los dólares para ahorrar, cuando la inflación 
estraga los pesos, y para la compraventa de inmuebles; también 
le retacea dólares para viajar. Ahora la hostiga también con el consumo de 
servicios públicos en un país que necesita mejorar esos servicios y no 
perseguir al usuario. En un aspecto tiene razón Cristina, si su propósito 
es la revancha: la clase media argentina es naturalmente reacia al despotismo 
político. Es reacia, por lo tanto, al cristinismo actual.

Moyano tuvo en su congreso la mayoría de los delegados, el 54 por ciento. 
Esto es así si se deja de lado a la CGT de Luis Barrionuevo, que no puede 
participar de ningún congreso de la central obrera. Hace muchísimos meses 
que sus gremios no pagan el aporte mensual a la CGT, porque se consideran 
otra CGT. Sea como sea, Moyano no es un muerto político ni mucho menos. 
La Presidenta había ordenado su muerte. Sobrevivió.

Ni la condición volcánica de la provincia de Buenos Aires ni la 
posibilidad de un desmadre social detienen a la Presidenta. Tampoco las 
mínimas reglas de la convivencia internacional. La alusión al ministro de 
Economía español, Luis de Guindos, fue ciertamente ofensiva y agraviante. 

Aprovechó una foto con un cierto parecido de Guindos a Domingo Cavallo 
(parecido que en realidad no tiene) para tratarlo como "el pelado ese". 
No lo nombró a Cavallo ni a Guindos. Sobrentendidos. Encapsulada en el pasado, 
se mofó sólo para divertir a la barra kirchnerista. ¿El problema era con 
Repsol o es, como parece, con España y los españoles?

Cristina Kirchner no era así. Delante de este periodista describió en su 
momento, no sin deleite, sus conversaciones con el rey Juan Carlos, con 
Nicolás Sarkozy o con Angela Merkel. No es una presidenta que se haya 
ufanado antes de faltar el respeto en el exterior o que desconozca las normas 
más elementales de las relaciones entre los gobiernos. Esa vieja curiosidad 
por el mundo se ha desvanecido. Es una Cristina nueva, más radicalizada y 
menos realista, más arbitraria y menos predecible.

o el continente europeo con sus muchos conflictos actuales. Europa está mal,
pero la Argentina no está mejor. Cualquiera que haya caminado por calles 
europeas en los últimos tiempos pudo constatar que en la Argentina se ven 
más pobreza, miseria e inseguridad que allá. Cristina se pelea donde antes 
halagaba porque cree decididamente en lo que dice: ella vive en un paraíso 
que está en medio de un mundo que se cae.

El problema de la Presidenta es que no puede romper, ante sí misma, el hechizo 
de su relato. La aceptación de un solo error significaría la caída de todo el 
relato. Persistir en esa fantasía necesita de cantidades cada vez más grandes 
de cadenas nacionales y de mayores dosis de insoportable autoritarismo..