jueves, marzo 14, 2013

El terror que infundió Stalin acabó con él


El terror que infundió Stalin acabó con él

Día 05/03/2013 - 11.03h

El dictador agonizó durante horas sin que sus más próximos se atrevieran a atenderle. Los médicos del Kremlin estaban encarcelados y los que al final acudieron le trataron con temor

El 5 de marzo de 1953, «a las 21,50 horas (hora española: 19,50), dando síntomas de creciente insuficiencia cardiovascular y respiratorias, J.V. Stalin falleció», rezaba el dictamen transmitido por Radio Moscú. Habían pasado cuatro largos días desde que encontraran al dictador ruso de 73 años tendido sobre la alfombra de sus habitaciones en la «dacha» (casa de campo) de Kuntzevo, cercana a Moscú. Había sufrido una hemorragia cerebral, pero nadie le atendió durante horas por el terror que le infundía y aún después ni los médicos se atrevieron a tratarlo para que no les culparan de su muerte.
El 28 de febrero había invitado al ministro de asuntos interiores Lavrentiy Beria y a los futuros primeros ministros Georgy Malenkov,Nikolai Bulganiny Nikita Kruscheva una de sus habituales sesiones cinematográficas cuyas listas de invitados indicaban el favor del tirano soviético. La cena que siguió a la proyección de la película se alargó hasta que a las cuatro de la madrugada Stalin se retiró a sus aposentos.
Los guardias no advirtieron ningún movimiento en el estudio y las habitaciones de Stalin durante horas. Hacia las seis y media de la tarde se encendieron las luces, pero nada más. La preocupación de su guardia personal fue en aumento mientras discutían entre ellos si alguno debía ir a ver a Stalin. Con el pretexto de entregarle el correo, el comandante delegado de la «dacha», P.Lozgachev, entró finalmente y encontró a Stalin tendido en el suelo. «¿Qué pasa, Camarada Stalin? En respuesta oí un sonido incoherente», relató después este empleado que llamó con urgencia a otros guardias. Entre todos lo tendieron en un sofá y lo arroparon. «Debía de haber estado tirado allí, desamparado, desde las 7 ó las 8 p.m.», reveló después Lozgachev quien se quedó junto a Stalin hasta que a las tres de la mañana oyó un coche que se acercaba. «Me sentí mejor, creí que al fin habían llegado los médicos y podría dejar a Stalin en sus manos. Pero me equivocaba: eran Beria y Malenkov».
Beria aseguró entonces que Stalin dormía y ordenó que dejaran de molestarle, según los testimonios que recogió Vladimir Soloviov. El historiador ruso reflexionaba en 1993 en ABC: «Ninguno de los allegados a Stalin quería salvarlo. Todos querían que muriera. ¿Miedo? ¿Paranoia? ¿O no era más que la apreciación sensata y equilibrada de la situación? ¿Simple instinto de supervivencia?».
No han faltado desde entonces teorías que implican a Beria, el jefe de los servicios de seguridad, en un complot para provocar su muerte. Unas sostienen que no envió ayuda inmediatamente de forma intencionada. Según el historiador ruso Vladimir P. Naumov y Johathan Brent (Universidad de Yale), Stalin habría sido envenenado con warfarina, un matarratas que le habría provocado la apoplejía. Kruschev afirmó en sus memorias que Beria llegó a alardear de haberlo matado diciendo: «¡Yo lo maté! Los salvé a todos ustedes». Al parecer, éste temía ser eliminado en una de las purgas de Stalin.
Hasta el día siguiente no llegaron los médicos. «Estaban enormemente nerviosos. Sus manos temblaban muchísimo, no podían quitarle la camisa al paciente y tuvieron que cortarla con tijeras. Luego de echar un vistazo, diagnosticaron una hemorragia interna. Empezaron a tratarlo: una dosis de alcanfor, lixiviaciones, oxígeno. Ni pensar en tratamiento quirúrgico. ¿Qué cirujano habría cargado con semejante responsabilidad cuando Beria no dejaba de hacer preguntas como: «¿Garantiza que el camarada Stalin vivirá?», se preguntaba Lozgachev.
Ninguno de los doctores conocía a Stalin. Era la primera vez que lo examinaban y no era de extrañar su temor. «Todos los médicos del Kremlin estaban tras las rejas para entonces», relataba Soloviov. El tirano ruso los había mandado arrestar con la sospecha de que participaban en una conspiración sionista. En los últimos años la paranoia del mandatario soviético se había disparado.
Vasily, el hijo de Stalin que «como de costumbre estaba achispado», según el historiador ruso, al enterarse del tiempo que se había tardado en atender a su padre gritó: «¡Ustedes mataron a mi padre, hijos de puta!»
Antes de que Stalin falleciera, sus sucesores ya se repartieron los puestos que ocupaba el dictador. Su hija, Svetlana Alliluyeva que se cambiaría el nombre por el de Lana Peters y años después huiría de la URSS, censuró el comportamiento de Beria. «¿Cuáles eran sus pasiones? La ambición, la crueldad y el poder, el poder el poder...», señalaba al recordar cómo escupía para luego mostrarse como el más leal y más atento en los momentos en que Stalin recobraba la consciencia.
Casi al final, el tirano abrió los ojos. «Era una mirada horrible, llena de locura de cólera tal vez o de pavor ante la muerte», relató Svetlana Alliluyeva. «Aquella mirada se posó en todos durante una fracción de segundo. y entonces levantó su mano izquierda, que aún podía mover, y no sé si señaló vagamente por encima de nosotros o nos amenazó a todos. El gesto era incomprensible pero amenazador, y no sé a quién o a qué se dirigía. Un momento después su alma, con un esfuerzo final, se libró de su cuerpo». Para Kruschev, Stalin señaló un cuadro con una niña que alimentaba a un corderito refiriéndose a él mismo, que en esos momentos era alimentado con una cuchara «como ese corderito».
El cuerpo del dictador, en cuyas purgas murieron unos 10 millones de personas, fue embalsamado y colocado en el mausoleo de Lenin hasta que en 1961 fue retirado a instancias de Kruschev y enterrado junto a la muralla del Kremlin.