jueves, mayo 02, 2013

Cadaqués, Figueres y Portlligat son tres de los enclaves imprescindibles para entender la obra del artista y su relación con el Empordà

Figueres, Púbol y la dupla Portlligat-Cadaqués. He aquí el triángulo daliniano, los tres puntos cardinales de un paisaje emocional que Salvador Dalí deslizó en muchas de sus obras, haciendo referencias constantes al paisaje de su tierra y a la luz que baña la Costa Brava. He aquí, pues, el Empordà como inagotable fuente de inspiración para un artista que, pese a sus excursiones y estancias en ciudades como París o Nueva York, nunca dejó de mirar a sus orígenes y a esa ciudad en la que nació en 1909.
El propio artista reconocía lo idóneo de que uno de los grandes museos dedicados al artista, el Teatre-Museu de Figueres, esté instalado precisamente en su ciudad de nacimiento. "¿Dónde, si no en mi ciudad, ha de perdurar lo más extravagante y sólido de mi obra? El teatro municipal, lo que quedó de él, me pareció muy adecuado por tres razones: la primera, porque soy un pintor eminentemente teatral; la segunda, porque el teatro está situado justo delante de la iglesia en que fui bautizado; y la tercera, porque fue precisamente en la sala del vestíbulo del teatro donde expuse mi primera muestra de pintura", recordaba Dalí.
Los paisajes emocionales de Dalí
Vista de Portlligat
Así, fiel a sus orígenes y cautivado por el espectáculo natural que le rodeaba, Dalí nunca dejó de pasear su mirada por la costa de Portlligat, donde vivió junto a su compañera Gala, el blanco deslumbrante de Cadaqués o un Cap de Creus que, como recordaba el también pintor Antoni Pixot, podía mantenerle entretenido durante horas contemplando los juegos de luces y sombras que se producían en las rocas, rebatiendo así la idea de que los paisajes de sus cuadros eran escenarios imaginarios.
En realidad, buena parte de su obra se nutre de reinterpretaciones de su paisaje de infancia y juventud, ya sea el perfil costero de Portlligat en "La persistencia de la memoria", el Cap de Creus que inspiró "El gran masturbador", su "Muchacha en la ventana" con vistas a Cadaqués, los no pocos óleos que dedicó en sus comienzos a población gerundense o esas nubes tan características del otoño ampurdanés.
No deja de ser simbólico que a la hora de conmemorar el centenario de su nacimiento, en 2004, se escogiese como emblema un dibujo del propio Dalí, recreado por Antoni Pixot, en el que la línea del horizonte ampurdanés atravesaba un ojo. Una bonita manera de ilustrar que la mirada de Dalí, el ojo de su universo, estuvo siempre bien fijada en esos paisajes barridos por la tramontana.
Otro de los puntos clave de la geografía emocional y vital de Dalí hay que buscarlo en el pueblo medieval de Púbol, donde el excéntrico pintor catalán ofreció a su amada Gala un castillo que se convirtió en su hogar. El castillo, actualmente reconvertido en museo, respondía a la promesa que un día le hizo Dalí a Gala: convertirla en reina de un auténtico castillo del siglo XI.
Embajador universal del Empordà, Dalí no se contentó con llevar sus paisajes a todos los rincones del planeta y como suele decirse, sigue reinando después de muerto. De hecho, según un estudio de la Fundación Gala-Salvador Dalí, el rastro del pintor catalán en el Teatre-Museo de Figueres, la Casa-Museo de Portlligat y la Casa-Museo Castell Gala Dalí de Púbol aportó al Empordà en 2011 cerca de 123 millones de euros.
Una cifra que pone en valor lo estrecho de una relación que podrá contemplarse de primera mano en el Centro de Arte Reina Sofía gracias a obras como “El espectro del sex-appeal”, óleo de 1934 en el que se puede ver el Cap de Creus o “La persistencia de la memoria” y su silueta de Portligat, por citar solo de sus lienzos más conocidos.