viernes, mayo 10, 2013

Pto Argentino. Caturelli

“Archivos de mi viejo arcòn

Leyendo los viejos “Verbos
Por Federico Carlos Scharn y Vidal.

DESPUÉS DE LA BATALLA DE PUERTO ARGENTINO. .Por el Prof. Dr. Alberto Caturelli (Invitado a Cracovia por el  fallecido Papa S. S. Juan Pablo II para; dictar clases de Filosofía, he compartido con él un Retiro y amistad en Luján hace un par de años)
A pesar de las victorias parciales y del gran triunfo aeronaval, la victoria nonos fue dada. La tragedia de Puerto Argentino se ha abatido sobre toda la nación. Dios, en su insondable sabiduría, sabe por qué. Hasta el último argentino está convencido, con o sin guerra, que este proceso comenzó en 1833 no sólo no ha terminado sino que ha recomenzado y que debe seguir rogando por la victoria.
Sin embargo, más allá de las pasiones y pequeñeces de los hombres, de las contradicciones en las que caen cuando el dolor domina, es menester preguntarnos por el significado que tiene, en sí mismo, este acontecimiento. ¿Qué debemos pensar? ¿Qué debemos hacer?
Dos repuestas surgen espontáneamente ya desde la perspectiva de la historia , ya desde el ámbito de la fe.
Veamos la primera: a) Ante todo, la “locura“ del gesto del 2 de abril retomando las Malvinas, inauguró una suerte de revolución contra los grandes bloques que se han repartido el mundo y semejante revolución sigue vigente más que nunca. Para los ojos de la Europa  geográfica (que no la del espíritu) un remoto país del sur de América del Sud, ha osado levantarse contra el reparto de Yalta. Por eso es menester aplastarle. El ejemplo no debía cundir sobre todo sobre sus hermanos iberoamericanos que sufren de análogos despojos territoriales. Gesto está ahí, regado por la sangre de sus jóvenes soldados.
Don Quijote está vivo en el Atlántico Sur. Ha osado enfrentarse con los gigantes (los molinos de viento de la historia ) y, por eso dice a Sancho : “quítate de ahí, y, ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla “.
Y que quede maltrecho, este gesto no es vano y, alrededor de él pueden aunarse las voluntades de aquellos que nada tienen que ver con el  espíritu de Yalta.
b) simultáneamente surgen consecuencias inmediatas y meditas.
Ante todo, el gran conjunto de  naciones ibéricas, que tienen comunidad de lenguas, de historia, de fe y de cultura, convencidas que nada tienen en común con el espíritu secularista de ambos bloques, deben constituir como una gran nación federativa. Mediante, lograr el poder necesario, desde lo económico al militar, para hacer oir y respetar su voz. El gran proyecto bolivariano que se hace idéntico con el pensamiento sanmartiniano es, hoy, más actual que nunca .En consecuencia, es menester ahondar, extender y consolidar la unión iberoamericana.
c) Para los argentinos que tienen una causa justa de guerra desde 1833, ya no hay paz ni puede haberla mientras continúe la violación de un derecho cierto. A pesar del silencio de las armas. La paz, en cuanto es la tranquilidad en el orden, se identifica con el orden justo y, por eso, es redundancia hablar de “ paz justa “. Toda paz auténtica es justa o no es paz y no existirá  paz justa, en caso concreto de Malvinas, mientras no sean restituidas a su legítimo dueño.
d) Por todo lo dicho, a través de la tragedia, del dolor, de la heroicidad, no debemos perder de vista los valores positivos de esta “fiera y desigual batalla”: En el plano mundial, porque existe un país que se ha jugado entero por valores en los cuales el mundo de la Europa geográfica y de la América anglosajona ya no cree; ahora más que nunca, casi ya no existe país que no esté convencido de los derechos argentinos sobre las Islas del Atlántico Sur. En el plano iberoamericano, es la hora de la unión que no llegará como parte de magia, pero que debemos forjar humildemente y tenazmente para ofrecer a la historia universal una nueva salida positiva fundada en el espíritu cristiano En el plano interno, nacional, de la Argentina, superada la profunda crisis que era de prever, será menester asumir esta tremenda responsabilidad histórica, enderezar los rumbos torcidos, reconstruir lo destruido en todos los campos y ser dignos de la vocación histórica, es decir del llamado de Dios a la Argentina cuyo sentido debemos esforzarnos por comprender.
Tengamos fe.
Veamos la segunda perspectiva que nos proporciona una repuesta desde el ámbito de la fe:
A pesar del dolor, desde el dolor y por causa del dolor, comprendemos que jamás es inútil la sangre derramada por la Patria. Ya hemos dicho que el amor a la Patria es una forma de la caridad o del amor a Dios. Y el hombre cristiano sabe por la fe que quien muere por el bien común de la Patria, muere por sus hermanos. En tal sentido participa de la Pasión y Muerte de Cristo. El no tenía pecado y, sin embargo, derramó su sangre por sus amigos, por sus hermanos, por nosotros. De ahí que quien muere por la Patria, participa realmente de la Pasión y Muerte de Cristo; por eso, su sangre, como la del Redentor, cura y limpia ;la sangre del que muere por la Patria es, pues, redentora en virtud de su con-morir con Cristo; es, por eso mismo, penitencial, y no sólo limpia y purifica a quien entrega su vida sino que nos limpia y purifica a todos sus hermanos.
Además, el testimonio de la sangre es el más eficaz, aunque así no lo vean los que están ciegos para estas cosas del espíritu.
En el caso concreto de Malvinas, asombrado Pierre Clostermannn, el gran héroe de la aviación francesa, por el valor de los pilotos argentinos “que fueron a la muerte con el coraje más fantástico y más asombroso“, dice en su carta a los aviadores argentinos: “ La verdad vale únicamente por la sangre derramada y el mundo  cree solamente las causas cuyos testigos se hacen matar por ellas “ (cf.La Prensa, 15.6.82 ).
Todavía queda en el misterio la pregunta que muchos se hacen a si mismos ¿Por qué Dios permite el triunfo de la injusticia ?. No podemos responder a esta pregunta sin pretender temerariamente penetrar en la voluntad de Dios. Adelantemos  únicamente que nosotros somos miopes en nuestro diálogo con Dios. Y ahora confieso que, cuando rogaba fervorosamente por la victoria en mi pequeñez me atrevía  hacerle a Dios una “aclaración“:Soy miope, Señor, no puedo ver más allá de mi nariz; desde mi miopía. Te  ruego por la victoria de esta causa justa. Si tienes dispuesto otros caminos o sea la victoria debe esperar, que sea Tu voluntad y no la mía
Agosto de 1982.