lunes, agosto 05, 2013

La primavera de la Iglesia

Envío número: 566 - 3 de octubre de 2013  
 
La primavera de la Iglesia
Meditación sobre los tiempos que vivimos
¿Acaso no sienten ustedes la alegría y el gozo propio de una primavera que ha inundado a nuestra Iglesia con fragancias y sonidos  inesperados? Si hasta los que nunca la han querido o conocido lo pueden ver y sentir. Y esto vino a ocurrir justamente en medio de circunstancias de gran preocupación y angustia, como para demostrar que Dios actúa cuando El quiere, cuando menos lo esperamos.
 
Hoy quiero recordar, desde la ayuda de una catequesis de Benedicto XVI, lo que enseñaba San Cipriano en el siglo III sobre la Iglesia:
 
San Cipriano distingue entre Iglesia visible, jerárquica, e Iglesia invisible, mística, pero afirma con fuerza que la Iglesia es una sola, fundada sobre Pedro. No se cansa de repetir que «quien abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está fundada la Iglesia, se engaña si cree que se mantiene en la Iglesia” (Benedicto XVI, miércoles 25 de febrero de 2009).
 
La Iglesia que vemos, hecha de hombres, no debe quitarnos la mirada de la iglesia invisible, mística, plena del Espíritu Santo que la nutre y guía. Muchas veces nos engañamos por los errores de los hombres que hacen a la Iglesia visible, jerárquica en las palabras de San Cipriano. Pero somos todos, laicos y consagrados, los que damos carne y huesos a la Iglesia, y también pecado porque somos pecadores, así como error porque somos falibles. Nunca, nunca, debemos permitir que la humanidad y debilidad de la Iglesia visible nos haga perder de vista a la Iglesia invisible, mística. De la Iglesia, visible e invisible, porque es indivisible, no debemos separarnos jamás aunque nos duelan los errores de los hombres. Al encuentro con el Milagro Eucarístico diario, que ocurre en los altares del mundo entero, nos debemos como bautizados hijos de Dios.
 
De este modo, no debiera sorprendernos que esta primavera se inicie a partir del surgimiento de un nuevo Pontífice, porque todo es parte de los impulsos de la Iglesia mística que subyace a lo visible. Es tan humanamente inexplicable y rápido el proceso que vivimos a partir de la elección del Papa Francisco, que no cabe ver a otro más que al Espíritu Santo detrás de la inspiración que mueve los hilos de la Barca de Pedro. Por supuesto que jamás Dios obra en vano, porque siempre lo hace por encima y mas allá de los hombres y sus intenciones. El Señor decide cuando intervenir y dar un golpe de timón a la Barca, de tal modo que el hombre no pueda alterar los planes que El mismo ha establecido en Su Divina Voluntad.
 
A nosotros corresponde, entonces, el discernir como actuar frente al viento primaveral que renueva y refresca a nuestra Iglesia. No podemos dejar pasar la oportunidad, por supuesto, de sumarnos al impulso y reforzar nuestra contribución como miembros del Cuerpo Místico, desde el lugar al que a cada uno de nosotros nos corresponda.
 
Sabemos que cuando Dios inspira algo, el mundo se mueve acompañando esa inspiración. Pero también sabemos que de inmediato se ponen a actuar las fuerzas del mundo (y sus inspiradores) para contrarrestar y bloquear el avance. Francamente, el actuar del oponente es sutil, pues las más de las veces se va a sumar al festejo primaveral, buscando no lucir descolocado para de ese modo detectar el punto débil donde golpear, si es posible desde dentro, y en cualquier caso desde fuera también.
 
Nosotros, con buenas intenciones en nuestros corazones, debemos redoblar nuestro esfuerzo y alzar nuestras velas para capturar al máximo el viento del Espíritu Santo. Dios, toda Gloria y todo Amor, nos regala Su Gracia para que seamos flores en esta primavera, para que inundemos el mundo con perfumes de sencillez y pureza. María, solícita como siempre, acompañará la Voluntad de su Hijo y hará de sus pequeños hijos un ramillete de trabajadores felices y llenos de entusiasmo.
 
Pero, también sabemos que después de la primavera viene el otoño, y luego el crudo invierno. Por eso no debemos ser holgazanes y derrochar el tiempo, pensando que esta primavera durará para siempre. No es así, porque no hay Luz sin Cruz, y al gozo siguen los dolores, así como a los consuelos siguen las penas. El ciclo de la vida sigue adelante, y la primavera es momento de trabajar y producir, no de tocar la guitarra como la cigarra. No hay tiempo para la holgazanería en el Plan de Dios, porque el trabajo nos mantiene vivos, nos alimenta y da sentido a nuestro existir.
 
¡El trabajo es puerta necesaria a la salvación!
 
Mis amigos, con la venida del nuevo Papa Francisco, se han abierto muchos corazones que están dispuestos a escuchar la Palabra del Maestro, dispuestos a volver a los sacramentos, y atentos a la mano que acaricia. Seamos dignos hermanos que con su actitud invitan a volver a casa, demos abrazos y palabras de consuelo, actuemos con paciencia y vocación de enseñar y perdonar.
 
Señor, Tu que traes a este mundo una brisa de aire fresco que renueva nuestra esperanza, danos las llaves de Tu Casa para que podamos ayudar a limpiarla, decorarla, ponerla hermosa y habitable. Danos Tu Santo Espíritu para que nuestras bocas hablen de lo que Tú quieras. Danos la docilidad de Tu Santísima Madre para que nos dejemos morir a nuestras pasiones y deseos, y seamos dignos hijos de aquella que supo ser Tu Madre en Nazaret de Galilea.
 
Señor, abre nuestros oídos para que solo podamos escuchar Tu Voz de Maestro. Abre nuestros ojos para que solo veamos lo que es digno de ser visto. Hoy, más que nunca, necesitamos ser Uno junto a Ti, que eres Uno en Tu Trinidad. Señor, danos Tu Mano y llévanos con paso seguro, porque queremos ser Iglesia contigo, por siempre y para siempre.