jueves, septiembre 26, 2013

VIGENCIA DEL BUEN SAMARITANO

LA REVISTA DEL FORO
                                           NOTICIAS - ESPECIAL
                                                    
                                  viernes, 20 de septiembre de 2013

DECLARACIÓN DEL INSTITUTO DE FILOSOFÍA PRÁCTICA ACERCA DE LA VIGENCIA DEL BUEN SAMARITANO
   

DECLARACIÓN DEL INSTITUTO DE FILOSOFÍA PRÁCTICA
ACERCA DE LA VIGENCIA DEL BUEN SAMARITANO

El signo de los tiempos es la violencia. “la violencia revela el mundo de los pobres, ella es el grito de una terrible sed de justicia. Para responder a ese ‘grito’ es preciso otra cosa que la caridad evangélica. La parábola del ‘Buen Samaritano’ es el estado artesanal de la caridad. El Evangelio debe hoy tomar cuerpo en un gran proyecto político”
Père Jean Cardonnel


 I.-

Como enseña Aristóteles, para argumentar en los tres géneros de discursos (deliberativo, forense, epidíctico), es útil servirse como ejemplos de hechos históricos (sucedidos), o de inventos (parábolas y fábulas). Cristo nos deja permanentes enseñanzas en la Parábola del Buen Samaritano. El tema es la projimidad, pues responde a la pregunta de un legista: ¿quién es mi prójimo? El relato es muy sencillo: bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y fue asaltado por unos bandidos que le robaron todo lo que tenía y lo dejaron medio muerto a la vera del camino. Pasaron por allí dos personajes religiosos que iban al templo, un sacerdote, y un levita, y siguieron de largo. Después pasó un samaritano, quien al verlo se conmovió, bajó de su cabalgadura y se ocupó de la víctima tratando sus heridas con vino y aceite. Después, cargó al herido sobre su caballo y lo condujo a un albergue, donde lo atendió, pero como debía seguir su camino, lo encomendó al posadero y le dejó un dinero, prometiéndole pagar a su retorno lo que gastase de más (Lucas, 10, 29/36).
Sólo un mentecato como el P. Cardonnel, discípulo del mucho más conocido fray M. D. Chenu O.P., puede acusar a la Parábola de obsoleta, obsolescencia que se extiende hasta a la caridad con el prójimo individual.

II.-

Examinemos el texto: al costado del hombre herido pasan de largo dos hombres religiosos, ocupados del culto. Hombres egoístas, que dan un rodeo y no se detienen para auxiliarlo. Por eso, se dice que “todos los santos son religiosos pero que no todos los religiosos son santos”; es el caso de estos y de tantos otros. Al ocuparse del culto sin misericordia, sin caridad, vacían al mismo culto de su espíritu. Ya el profeta Oseas había señalado: “Quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos” (6, 6).

Luego Cristo hace aparecer en escena a un samaritano, un hereje, un disidente, despreciado por los judíos, quien auxilia al herido, presumiblemente judío, pues al contemplar su estado deplorable, advierte que tiene necesidad de él, pues, más allá de quien sea, se ha transformado en su prójimo.

Y le pregunta al legista ¿quién de los tres fue prójimo de la víctima? Responde éste sin pronunciar la mala palabra samaritano: “El que practicó la misericordia con él” (Lucas, 10, 37).

Este castigo en el orden del espíritu a los doctores de la ley, a los fariseos, a los sacerdotes y levitas, es mucho más grave que los azotes a los mercaderes del templo. El paradigma del samaritano parecería hasta algo cruel, reñido con la afabilidad; pero era necesario para aplastar la soberbia de los dirigentes judíos, de los cuales hoy, muchos rabinos, son fieles continuadores.

III.-

Saint-Exupéry también tiene su buen samaritano; se llama “beduino de Libia”. Después del accidente, que acaba con su travesía aérea París-Saigón, caminan con su mecánico sin rumbo días y noches por el desierto, y a punto de morir de sed, un beduino los encuentra, y no da un rodeo para seguir de largo, como los religiosos judíos, sino que se acerca a ellos.

El escritor relata el encuentro: “El árabe nos ha mirado sencillamente. Ha colocado sus manos sobre nuestros hombros y le hemos obedecido. Nos hemos tendido. Ya no existen ni razas, ni idiomas, ni fronteras… Sólo existe este nómade pobre que ha colocado sobre nuestros hombros sus manos de arcángel… bebemos con la cabeza en el balde como terneros”.

Después viene un maravilloso canto al agua, para luego dirigirse al samaritano de las arenas: “Respecto a ti que nos salvas, beduino de Libia, tú te borrarás, sin embargo, para siempre de mi memoria. No me acordaré nunca más de tu rostro. Tú eres el Hombre y apareces con el rostro de todos los hombres a la vez. Nos miraste de hito en hito y en seguida nos reconociste. Tú eres el hermano bienamado… Te reconoceré en todos los hombres… Te me apareces bañado de nobleza y de bondad, gran señor que posees el poder de dar de beber. Todos mis amigos, todos mis enemigos, caminan en ti hacia mí. Y ya no tengo un solo enemigo en el mundo” (Terre des hommes, VII).

IV.-

También nosotros en pleno verano, tuvimos la experiencia del buen samaritano. Era un día tórrido y entre San Miguel del Monte Gárgano y Las Flores, se descompuso el auto en la Ruta 3, camino al campo al cual llevábamos hijos chicos y algún amigo de ellos.

Hace tiempo, pero ya comenzaba la inseguridad en los caminos. Estuvimos como tres horas al rayo del sol pidiendo ayuda. Es posible que en ese tiempo habrá pasado algún sacerdote, que nos bendijera desde su vehículo con aire acondicionado; incluso tal vez pasó algún laico consagrado, que tampoco se detuvo; estarían apurados para llegar con puntualidad a alguna reunión de pastoral social o a alguna convivencia.

Hasta que ¡por fin! se detuvo un auto último modelo. Un samaritano, un psiquiatra que se dirigía a Rauch y que por su apellido era judío, nos llevó al taller mecánico más próximo, mientras los chicos esperaban en el auto. Gozábamos del aire acondicionado y el médico, nos confesó: “Mire, señor, paré porque me conmovieron las criaturas, veía la angustia en sus ojos. Nuestra convivencia está arruinada y no se puede levantar a cualquiera”.

V.-

Pero ahora viene lo importante que queremos compartir con socios y amigos. Algo a la vez heroico, trágico, siniestro y ejemplar que sucedió en Bergamo, Italia, hace pocos días, aquí silenciado por los diarios, las revistas y la TV, que sólo muestran las basuras que habitan las almas de sus dueños y periodistas.

En primer lugar, lo heroico. Un hombre casi muerto, un indio, yacía tendido en la calle; una joven médica, Eleonora Cantamessa, quien pasa al lado en auto, lo ve, no se hace la distraída, y baja para asistir al herido.

En segundo lugar, lo trágico: un auto ocupado por cuatro compatriotas del herido, y del cual habían partido las primeras agresiones, avanza y mata a la médica y a su asistido.

En tercer lugar, lo siniestro. El conductor del auto es hermano del malherido. La historia de Caín y Abel se repite una vez más.

En cuarto lugar, lo ejemplar, lo paradigmático: la reacción de la madre de la muerta, con la cual se solidariza el resto de la familia.

Iremos por partes. Como reflexión general respecto al caso, que también sirve para los argentinos, afirma la escritora Susana Tamaro: “Destruida la familia y marginada la Iglesia, restan impotentes las fuerzas del orden y no queda otra cosa que la ley de la selva” (Se il Bersaglio Diventa il Buon Samaritano, Corriere della Sera, Milán, 10/9/2013).

Respecto a la cuestión, destacamos en primer lugar, la respuesta de la madre de la médica, Mariella Armati, mujer de fe robusta, a la requisitoria periodística, que Fabio Finazzi califica con razón, de “estúpida e impiadosa”: ¿perdona al asesino? No me siento para hablar de perdón. El perdón espera al Padre Eterno”.

Pero la madre fue más allá y se constituyó en continuadora del legado de su hija muerta: “Nos han dicho que el indio socorrido por Eleonora tenía cuatro hijos. No puedo no pensar en estos cuatro chicos Tal vez tengan necesidad de ayuda. Queremos ayudarlos, incluso económicamente” (Dalla Mamma della Samaritana un aiuto che vale più del perdono, Corriere della Sera, Milán, 12/9/2013).
Generalmente son los hijos fieles quienes siguen el legado de sus padres. Pero aquí son los padres quienes continúan la obra de la hija muerta.

Ya Saint-Exupéry había advertido la misteriosa permanencia de los muertos: “Conocí hijos que me decían: ‘Mi padre murió sin terminar de construir el ala izquierda de su morada. Yo la construyo. Sin terminar de plantar sus árboles. Yo los planto. Mi padre, al morir, me legó el cuidado de proseguir más lejos su obra. La prosigo. O de permanecer fiel a su rey. Yo soy fiel’. Y en esas casas no sentí que el padre estuviese muerto” (Citadelle, CCXIX).

Esa madre modelo tiene el valor de escribir una carta maravillosa en recuerdo de la hija ausente: “para ella la medicina no era un trabajo, sino una misión. Me lo hace pensar y más me convenzo que para ella Dios había hecho un proyecto preciso que ella ha aceptado y que ha llevado adelante cumpliéndolo hasta el sacrificio de la vida. Su enorme sensibilidad la inclinaba naturalmente hacia los más humildes. Vivía la caridad… Ha muerto mientras yo en casa, como todas las tardes, rezaba el rosario… Quiero llevar adelante la misión y el sacrificio de Eleonora, para hacer llegar a todos su ‘mensaje’, la herencia que nos deja. Pienso todavía en los cuatro chicos huérfanos. La justicia debe seguir su curso. Creo, en vez, que la Divina ya ha proveído con su misericordia”.

Existe una imagen que me quedará en la memoria. La imagen de ayer a la noche cuando tres indios, quienes como los reyes magos, subieron por la escalera de nuestra casa antes de la vigilia fúnebre. Llevaban un cirio encendido. Bañados por la lluvia, turbados, habían preparado un discurso pidiendo perdón para explicar que había indios buenos y malos. Los abracé interrumpiendo el discurso, diciéndoles que no había necesidad, que mi hija había bajado del auto no sólo por deber sino sobre todo por amor”.

Aboga por los marinos italianos presos en la India con la esperanza de que alguien, en ese lejano país, lea la historia de su hija y reflexione. Aparece aquí, el espíritu de solidaridad patriótica, “el recuerdo de los familiares de nuestros queridos marinos que en sus casas lloran a la espera de su retorno”.

Concluye la carta: “Gracias Eleonora. Casualmente elegí para vos ese nombre. Luego, el ginecólogo que te ha ayudado a venir al mundo, quien había trabajado en Medio Oriente, me ha explicado su significado: deriva del hebreo, ‘el’, ‘nur’. Luz de Dios” (Corriere della Sera, Milán, 13/9/2013).

VI.-

Hace años y con relación al periodismo “una de las clases menos cultas de la sociedad”, escribía José Ortega y Gasset: “Cuanto más importancia sustantiva y perdurante tengan una cosa o una persona, menos hablarán de ella los periódicos, y en cambio, destacarán en sus páginas lo que agota su esencia por ser un suceso y dar lugar a una noticia” (Misión de la Universidad, en Obras Completas, Revista de Occidente, Madrid, T. IV, p. 352).

Este periodismo superficial, pero además basura, reina entre nosotros. Una prueba es la carta de lectores, publicada por Luis Lefèvre, en La Nación, del 8/8/2013, en la cual se refiere a un programa de televisión conducido por Samuel “Chiche” Gelblung, quien dirigía un panel que analizaba la agonía de Ángeles Rawson, otra víctima de la “masacre por goteo”, señalada por Diana Cohen Agrest, con aportes de la última autopsia. En el mismo, el conductor, pérfido y canalla, sin el menor respeto por el dolor ajeno, sin importarle la seriedad del asunto, hizo un chiste sobre el tema, festejado a carcajadas por los panelistas. “Gelblung agregó otros comentarios en pos de obtener más risas, lo que logró, y fue festejado ruidosamente… los episodios hilarantes se reiteraron por lo menos en dos ocasiones. Y no sé si hubo más porque cambié de canal asqueado”. Compartimos el asco.

Al matutino La Nación, que dedicó hace muy poco tres páginas de su revista dominical al matrimonio “dink”, monumento al egoísmo de a dos, junto a su socio Clarín y a toda la televisión de uno y otro bando, y a la mayoría de las revistas y radios, les molesta todo lo que aquí brilla, todo lo que es ejemplar y transmite paz y admiración: el amor auténtico, la caridad, el heroísmo, la solidaridad, la responsabilidad. Es por ello que es incapaz de dedicar diez renglones a esta maravillosa historia de amor.

Vaya pues hoy nuestro homenaje a esta médica hipocrática, cristiana ejemplar, a su madre, a toda su familia, extensivo a todos los mártires que en estos días ofrecen su vida por Cristo en Siria, en Irak, en Egipto, en Sudán, en Pakistán y en tantos otros lugares del mundo ante muchos silencios incomprensibles.

Buenos Aires, septiembre 19 de 2013.


                            Juan Vergara del Carril                         Bernardino Montejano
                                                Secretario                                               Presidente