domingo, diciembre 22, 2013

Dos siglos construyendo una misma nación en libertad 

Desde la Guerra de Independencia hasta hoy, no hay ningún momento relevante de nuestra historia moderna en el que España y Cataluña puedan entenderse a solas.

Dos siglos construyendo una misma nación en libertad
Artur mas y sus socios en el desafío ilegal
Si no es un acto premeditado, estamos ante una de esas coincidencias que dan al azar el aspecto de la planificación. El mismo día en que se inaugura el bochornoso simposio «España contra Cataluña», el presidente de la Generalitat hace pública la pregunta tramposa que deberían responder los ciudadanos de la comunidad en el más que improbable caso de que se produzca la consulta. Como la decisión de falsificar la historia no flaquea, la fecha elegida para la consulta es el 9 de noviembre. El 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín. Preso de la inflamación estética de sus ilusiones, el nacionalismo catalán insulta un cautiverio real para fabricar una liberación imaginaria. Sólo falta que, en su intrépido afán de emular a los protagonistas de la historia, el secundario Artur Mas malogre el gesto de Kennedy para soltar, ante los ojos incrédulos del mundo: «Yo soy berlinés».
No hacía falta llegar a esto para corroborar la escasa calidad democrática que ofrecen las andanzas del nacionalismo. Basta con ver la presentación misma del simposio, cuyos organizadores han respondido a las críticas generalizadas con la vehemencia del timador y con la desvergüenza del ignorante. Según ellos, no sólo estamos ante reflexiones «irrefutables», sino también ante la más desdichada de las versiones de la prueba del nueve: si los españoles -sean catalanes o no- callan, es porque aceptan la certeza de lo que se dice. Si se quejan, demuestran con ello su condición opresora, su intolerancia, su irremediable incapacidad de diálogo. En el proceloso diccionario del secesionismo, la legítima defensa de los españoles siempre se ha traducido como agresión. En la encolerizada mística del integrismo nacionalista, el rechazo de la mitología siempre se ha considerado un sacrilegio. Al servicio de esa obsesión, en beneficio de esa causa, el rostro complejo de la historia de España se desvanece en los rasgos elementales de una caricatura.
Muy desorientados deben de estar los senderos de gloria que llevan a esta farsa patriótica. Muy turbia debe de ser el agua de los estanques en los que el narcisismo nacionalista contempla su reflejo. Un relato en el que España es sólo una espantosa circunstancia por la que pasa Cataluña, un cuento en el que España es sólo la temporada en el infierno que han de purgar los catalanes, poco tiene que ver con el rigor de nuestro pasado. Y poco tiene que ver, en especial, con lo que Cataluña puede aprender de la historia de los dos últimos siglos. Cataluña ha caminado en ella no junto a España, sino en España misma.
Por su deseo de hacer de todos españoles ciudadanos con derechos, los catalanes participaron en las Cortes de Cádiz, lucharon por la independencia de una misma patria, combatieron contra el absolutismo, se esforzaron en construir un sistema parlamentario que pusiera los fundamentos de una nación libre. Como españoles, los catalanes se beneficiaron del impulso de un mercado protegido de la competencia foránea, disfrutaron de la fortuna de las colonias, construyeron una sociedad industrial, expandieron los valores de una burguesía moderna y con Laureano Figuerola inventaron la peseta para simplificar las transacciones comerciales. También como españoles, los catalanes sufrieron las consecuencias devastadoras del desastre del 98, y meditaron con sus compatriotas sobre la necesidad de una regeneración nacional que devolviera el pulso a la España sumida en el desconcierto y la desmoralización. Como españoles, los catalanes plantearon la modernización de las estructuras políticas, el cultivo de la diversidad cultural y la autonomía administrativa. Los trabajadores de Cataluña, como obreros españoles que eran, levantaron los formidables edificios del sindicalismo socialista, del movimiento libertario y del asociacionismo católico. Y, como español, el pueblo catalán se hundió en el enloquecido abismo de una guerra civil que amenazó con aniquilar para siempre nuestro sentido de la civilización.
Como otros muchos españoles, muchos catalanes emprendieron el camino de la reconciliación, cuando la niebla de la tragedia fue desvaneciéndose. En Cataluña también volvió a construirse una idea de España que superara para siempre las causas de la catástrofe.
Los jóvenes de Cataluña vibraron con los versos de Celaya proclamando a todo pulmón que España estaba en marcha y afirmando el derecho a vivir en una nación libre. La Cataluña de la Transición protagonizó los acuerdos fundacionales de la democracia, y la Generalitat del presidente Tarradellas se alzó como símbolo del compromiso de Cataluña en la construcción de una España constitucional. No hay circunstancia de nuestra historia moderna en la que España y Cataluña puedan entenderse a solas. En cada episodio de nuestro pasado arraiga una apremiante y honesta voluntad de seguir por el camino que inspira nuestra historia. Cataluña en España, fabricando el mismo destino de una sola nación en libertad.