lunes, diciembre 07, 2015

Amenazas sobre el traspaso del mando

Escenario
Un impostor intentó llevarse la banda presidencial del Regimiento de Patricios, que la tiene en custodia.


Cuestión de familia. Cristina recibe la banda presidencial de manos de su hija Florencia. Fue hace cuatro años. (AP)
Cuestión de familia. Cristina recibe la banda presidencial de manos de su hija Florencia. Fue hace cuatro años. (AP)
Esta historia la contó un hombre que estará en la primera línea institucional de la gestión de Mauricio Macri y revela uno de los costados más oscuros que tiene la transición presidencial.
Sucedió el jueves. El jefe de Ceremonial del Gobierno porteño recibió el llamado de un coronel del Regimiento de Patricios. El militar le preguntó si conocía a un señor cuyo apellido pronunció. El funcionario le dijo que sí, que lo conocía, que era el jefe de Seguridad del Gobierno de la Ciudad. El militar le dijo que el hombre que dijo así llamarse había llegado al Regimiento para retirar la banda presidencial, que está allí depositada en custodia. Y que entonces se la iba a entregar. El hombre de Ceremonial, espantado, le avisó que el jefe de Seguridad porteño estaba casualmente en ese momento junto a él y que quien había acudido a la unidad militar era un impostor. La banda presidencial no salió del Regimiento de Patricios y se desconoce qué sucedió con el falso jefe de seguridad. Así, con algo de precaución y mucho de casualidad, la banda presidencial fue preservada por funcionarios de Macri para el acto de traspaso del próximo jueves.
Ese mismo día el maestro orfebre Juan Carlos Pallarols, que trabaja sobre el bastón presidencial que recibirá Macri, había denunciado presiones desde la Casa Rosada para que entregue ese atributo de mando a funcionarios de la administración saliente. “Me dijeron que me iban a mandar la policía si no les daba el bastón a ellos”, declaró. Luego, funcionarios de Ceremonial de la Presidencia se disculparon y responsabilizaron por el episodio al exceso de celo de una empleada. Diríase, excesos en el cumplimiento de la orden recibida.
El falso jefe de Seguridad porteño que quiso escamotear la banda presidencial y la empleada que apretó al orfebre para que entregue el bastón, son piezas de un mismo mecano perverso: el que idearon Cristina y su núcleo de incondicionales para entorpecer de toda manera posible los actos de la transición, símbolo en sí misma de la democracia.
La Secretaría General de la Presidencia está jugando un papel fuerte en estas hostilidades desplegadas sin pudor. Esa dependencia, comandada por el camporista Wado de Pedro, fue la que pateó el tablero del acuerdo razonable que se estaba alcanzando en el Congreso para la ceremonia de jura del nuevo presidente.
Los secretarios parlamentarios del Senado y Diputados, que respondían a las salientes autoridades kirchneristas, habían tomado contacto con la gente del macrismo comisionada por Federico Pinedo y Emilio Monzó, nuevos presidentes de esas Cámaras. La gestión parecía encaminada hasta que los enviados de De Pedro, aduciendo órdenes de Cristina, decidieron arrasar con todo. Jura y transmisión del mando todo junto, en el Congreso y con barras camporistas despidiendo en triunfo a la Jefa. Nada de ir a la Casa Rosada a entregar el poder. De esa decisión soberbia derivan todas las escaramuzas posteriores, que a cuatro días del traspaso de mando todavía tienen un final impredecible.
Este es, en definitiva, el modo de salida que decidió fabricarse Cristina. Hay antecedentes: ella había hecho de su segunda asunción presidencial –en diciembre de 2011– una ceremonia familiar y con atisbos de poder hereditario más propios de una monarquía que de una democracia, cuando su hija Florencia le colocó la banda. Dos meses después, desde Rosario verbalizó su propósito: “Vamos por todo”. Hoy, paradoja del destino, no quiere irse.
La invitación cortante que ayer le hizo Macri a Cristina para que participe del acto de imposición de bastón y banda en la Casa Rosada, devuelve las cosas a su lugar natural. Hay un presidente que llega y otro que se va. Pero ese gesto fuerte no alcanza todavía para disipar la tensión.
Faltando tan poco tiempo y con tanta discordia sembrada, los organizadores de las ceremonias del cambio de mando se desvelan frente a las amenazas a la seguridad que habrá ese día en las calles, con la posibilidad de grupos enfrentados. Macri ya llamó a los ciudadanos a celebrar el traspaso democrático “en las plazas de todo el país”. Pero eso no borra la preocupación sobre las dos grandes plazas: la de Mayo y la de Los Dos Congresos.
En el gabinete de Macri temen que la jornada termine en incidentes. Les causa particular alarma la decisión de Cristina de convocar a un acto de despedida la noche anterior, el miércoles 9 a las siete de la tarde, donde se habrá de inaugurar un busto de Néstor Kirchner en la Casa Rosada. Les preocupa que grupos de militantes intenten permanecer dentro del edificio o hacer una vigilia en la Plaza de Mayo. Eso atentaría contra la necesidad de tener despejado el lugar la noche anterior, para montar el delicado operativo de seguridad que deberá resguardar al nuevo presidente, su gabinete y las cuarenta delegaciones extranjeras que llegarán para la ceremonia. Ese dispositivo incluye, entre otras cuestiones, el establecimiento de un corredor seguro para las autoridades, el despliegue de la Brigada de Explosivos y la colocación de tiradores estratégicos en los puntos elevados alrededor del trayecto.
Los macristas dicen que ya detectaron que la violenta organización Tupac Amaru, de Milagro Sala, fletó 50 micros para plantar activistas en Plaza de Mayo. Y que los sectores duros del kirchnerismo están preparando una movilización similar desde barrios del Conurbano. “No queremos enfrentamientos que puedan terminar mal, pero no nos vamos a resignar a asumir sin gente apoyándonos. El kirchnerismo busca ponernos en una situación de debilidad”, explicó anoche una pieza clave del macrismo en esta angustiosa pulseada.
La disputa por las invitaciones al Congreso es parte de este escenario. El kirchnerismo quiere meter 300 activistas propios en los palcos. El antecedente directo es el copamiento que impusieron en las últimas aperturas de sesiones parlamentarias, cuando habló la Presidenta que ahora se va. Esta vez lo pidieron bajo un formato excéntrico: “Dos invitados por diputado”. Los macristas contestaron que ese reparto de invitaciones corresponde a la asunción de los nuevos diputados, cosa que sucedió el viernes. El día 10 el que asume es el nuevo Presidente, recordaron. Y es él quien decide a quiénes invitar a la jura, más allá del convite protocolar a la mandataria saliente y todo su gabinete.
Los representantes de Macri advirtieron a los de Cristina que darán de baja todas las invitaciones que ellos pudieran repartir. Y que lo harán en el primer minuto del día 10, cuando asuman el control efectivo del Congreso. Claro que eso trasladaría la intranquilidad a las puertas del palacio legislativo, cuando se deba determinar quiénes entran y quiénes no. Siempre y cuando no exista, al final, una negociación que pueda ponerle racionalidad a tanto disparate.
El nuevo gobierno tomará el mando de la Policía Federal en el primer minuto del jueves 10. También el de las fuerzas de seguridad. Fuentes del gabinete macrista aseguran que policías y gendarmes “ya están encuadrados” con las nuevas autoridades. Pero aseguran que es muy distinta la posición de la Casa Militar, el organismo que se encarga de la custodia presidencial y que “está jugando para el kirchnerismo”. La incógnita sigue abierta, la preocupación también.
De hecho, esta traumática transmisión del mando significa el primer desafío del nuevo gobierno en materia de inteligencia y seguridad. Son áreas en las que la poca experiencia acumulada por el macrismo llevó a pensar, con cierto criterio lineal, en dificultades mayúsculas para afrontarlo. Quizás alertados por esa fragilidad potencial, o por la magnitud del problema que podrían tener delante, desde el nuevo gobierno se encaró una intensa y muy amplia tarea de consulta, que incluyó hasta figuras muy notorias durante el ciclo del kirchnerismo en el poder.
El propio Macri, la gobernadora bonaerense electa María Eugenia Vidal y la designada ministra de Seguridad Patricia Bullrich fueron protagonistas de algunos de esos contactos ultra reservados. En algunos casos los consultados fueron civiles. La información que recibieron se refirió a cuestiones de coyuntura y también a políticas estructurales. Se recomendaron posibles funcionarios y se objetaron fuertemente a otros.
También se escuchó a dirigentes del radicalismo, aliado clave en la triunfante coalición Cambiemos, que mantienen influencia en esas dependencias tan sensibles. Y a hombres del peronismo que acumulan experiencia similar, aunque transiten desde hace tiempo las zonas menos iluminadas de la escena política.
Macri, Vidal y Bullrich reunieron esas informaciones con las que acercaron sus propios equipos y las tendrán en cuenta, o no, a la hora de tomar decisiones sobre políticas a desarrollar e integración de las primeras planas policiales, de las fuerzas de seguridad e incluso de organismos de inteligencia. También podrían ser útiles esos datos para proceder a la eventual limpieza y remoción de personal sembrado por el kirchnerismo en oficinas estratégicas del Estado.