miércoles, octubre 19, 2016

MENTIRAS TUS MUERTOS

              Para Gladius

MENTIRAS  TUS  MUERTOS
                                   Hugo Esteva

No impresiona fácil abordar “Mentirás tus muertos”, la obra de José D’Angelo (El Tatú Ediciones, Buenos Aires 2015). Se trata de más de 550 páginas con largas listas de nombres y datos, sistemáticamente ordenadas, con apéndices voluminosos y decenas de reproducciones de recortes de diarios y páginas de libros. Impone, inicialmente. Sin embargo, se lee con notable fluidez.
Y esto no sólo porque está escrito con una corrección sintáctica difícil de encontrar en la obra de la mayor parte de los periodistas, como fuera de su condición de oficial retirado del Ejército se titula a D’Angelo en la solapa; sino también porque tiene un atractivo literario que sólo se explica por lo que viene en los genes. Es que, en medio de tanta precisión y tanto dato –la mayor parte proveniente de las publicaciones de los propios terroristas-, el autor es capaz de novelar con veracidad y singular hondura psicológica una parte de estas historias abrumadoramente trágicas. Eso no se aprende; así se nace.
Tal el motivo para que un trabajo como este, que recopila idas y venidas de desaparecidos no tan desaparecidos, no se le caiga a uno de las manos y, al contrario, se lea “de un tirón”.
Ordenado con precisión, el libro ofrece todas las variantes que contiene la grosera irregularidad de los números de la CONADEP en 1984, los todavía más manipulados del Informe de la Secretaría de Derechos Humanos de 2006, y el verdadero disparate propagandístico del Parque de la Memoria-Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, en la Costanera porteña. Al cabo de su consulta, quien quiera escuchar no va a tener más remedio que oír, y hacer silencio ante el cabalmente probado invento de los 30.000 desaparecidos. Allí están datos y más datos, casos y más casos, sobre desaparecidos aparecidos con vida, otros muertos en combates provocados por ellos, otros ejecutados por los propios guerrilleros, otros que se suicidaron, otros que murieron en acciones fuera del país, otros entregados a sus familiares luego de muertos en enfrentamientos, otros enterrados y ocultados por sus secuaces, otros sepultados como NN y nunca reclamados por sus allegados, y hasta otros muertos en accidentes con explosivos manipulados por ellos mismos. Pero todos atribuidos por la cultura imperante a la represión ilegal llevada a cabo por las Fuerzas Armadas argentinas.
Con ser tan importante, no es ese el problema principal que pone de manifiesto la obra de D’Angelo.  Lo verdaderamente grave, a mi juicio, es que el gobierno actual se haya hecho cargo de semejante mentira sin denunciarla y que -mientras cantidad de presos políticos sigue muriendo a causa de mala praxis institucional, crónicamente encarcelados y mal enjuiciados desde los años de Néstor Kirchner por haber obedecido la orden de aniquilar a la guerrilla- las autoridades persistan en permitir que la falsedad sea una “política de Estado”. Frente a lo que denuncia este pormenorizado trabajo, realidad que de ninguna manera puede ni pudo desconocerse, ¿cómo justificar que el Presidente haya acompañado al de EEUU a tirar flores al río desde ese mismo Monumento de la Memoria plagado de falsedades?
El homenaje a cualquier muerto de nuestras guerras civiles debe entenderse, y tiene valor humanitario más allá de ninguna ideología. Pero elegir un sitio de engaño para hacerlo implica, como mínimo, liviandad ante lo que debería ser extremadamente serio. Más aún en medio de delitos cometidos por ambas partes en la guerra.
A diferencia de la altura y el respeto con que D’Angelo describe a quienes formaban parte del bando al que él mismo combatió voluntariamente ante el asalto terrorista al cuartel de La Tablada durante la conspiración de Alfonsín, la actual superficialidad de las autoridades sólo puede ahondar heridas. Heridas nacidas esencialmente de la ignorancia. Una ignorancia que, no hay duda, provoca temor intelectual. Ese temor capaz de paralizar al más valiente.