jueves, diciembre 01, 2016

Cristóbal de Mondragón El viejo coronel de los Tercios de Flandes que atravesaba ríos helados para arrasar herejes

No deja de ser paradigmático que el hombre que se hizo famoso por saltar al agua helada en Mühlberg se especializara, precisamente, en luchar después en los terrenos más cenagosos de los Países Bajos




en Videos






En su disputa con los príncipes luteranos, constituidos en la Liga Esmalcalda, Carlos V confió el control de sus ejércitos al Duque de Alba, que, siguiendo su habitual modus operandis, desgastó a la fuerza enemiga y sacó el máximo partido a la desunión entre las filas protestantes. Cuando el 24 de abril de 1547, se presentó al fin la ocasión de aniquilar a la fuerza enemiga el duque no rehuyó la batalla a pesar de que un río separaba ambos ejércitos. Diez soldados, entre los que se encontraba Cristóbal de Mondragón, cruzaron a nado y en completo silencio el helado río Elba. Después de matar a los exploradores, tomaron las barcas necesarias para garantizar el paso de todas las tropas. La bravata terminó con el ejército luterano huyendo en desbandada.
El Emperador recompensó a cada uno de aquellos diez soldados resistentes al agua helada con una vestimenta de terciopelo grana guarnecida de oro y plata, y cien ducados. Además, Carlos V designó a Mondragón «el mejor soldado del mejor tercio de la infantería española» y lo nombró alférez allí mismo. Empezaba aquí la leyenda de uno de esos patriarcas de los Tercios que murió con las botas puestas y ni un escalofrío a la vista.

El humilde fruto de dos hidalgos vascos

Nacido en Medina del Campo, Mondragón procedía de una humilde familia de hidalgos vascos y se vio obligado, por ello, a escalar desde soldado raso hasta coronel. Así era conocido entre sus hombres, el justo y sabio coronel: El Viejo. En 1532, con 18 años, se alistó en el ejército, combatiendo en Italia, y pronto demostró ser un experto en operaciones anfibias y en heroicidades varias. Un año después de la batalla de Mühlberg, ya era capitán de una compañía de caballería ligera en Italia.

Carlos V en Mühlberg
Carlos V en Mühlberg
Su gélida trayectoria militar le llevó de Italia a Alemania, y de allí a Francia cuando, ya en tiempos de Felipe II, estalló la guerra contra los galos. A las puertas del desastre francés tras la batalla de San Quintín, el Duque de Guisa contraatacó conquistando Calais, la última posesión inglesa importante en el norte de Francia. Solo siete días después de iniciarse el asedio, las tropas inglesas se rindieron y entregaron la ciudad a Guisa. Inglaterra y España vieron aquello como una grave derrota.
La facilidad con la que se rindió la población, no en vano, ha hecho sospechar tradicionalmente a los historiadores que los defensores habían pactado entregar la ciudad con el único pretexto de desprestigiar a la Reina María Tudor, que estaba casada con Felipe II y aliada con España. Cristóbal de Mondragón junto a otros españoles que guarnecían Calais cayeron prisioneros, siendo que tuvo que saltar desde una torre hasta el foso para escapar y volver con los suyos. En determinación era raro que le ganara alguien.
En abril de 1559, el castellano fue nombrado gobernador de Damvillers en el Ducado de Luxemburgo, la provincia más fiel a España, y más tarde coronel de valones de los Tercios de España. Durante la rebelión contra Felipe II encabezada por Guillermo de Orange, Mondragón tuvo que defender las villas de Lieja y Deventer, atacadas por los mendigos del mar, nombre con el que se conocía a los piratas holandeses. La incapacidad de contar con una flota española desplegada en el mar del Norte hizo que Mondragón y otros oficiales de secano tuvieran que afilar su ingenio y levantar flotillas destartaladas.
Si bien en Alemania no había dudado en calarse hasta los huesos, tampoco lo haría en Holanda, donde avanzó con el agua hasta el cuello por terreno cenagoso
Tras una breve estancia en España, donde custodió a la nueva reina Anna de Austria, hubo de marchar a prisa a Flandes. Las cosas se descontrolaron allí a partir de 1570. La inesperada llegada de una flotilla de barcos piratas a varias ciudades de Holanda y Zelanda reanudó la rebelión cuando parecía que Felipe II iba a terminar al fin con el incendio. El Duque de Alba encargaría al oficial de orígenes vascos la misión de defender las plazas norteñas frente al ataque masivo rebelde.
Junto al maestre de campo Sancho Dávila, Mondragón protegió la ciudadela de Amberes y las poblaciones cercanas. Como explica Fernando Martínez Laínez en «El ocaso de los héroes I: Aceros rotos», desde esta posición organizó una flotilla que navegó el Escalda y fue asaltando uno a uno diques enemigos. Si bien en Alemania no había dudado en calarse hasta los huesos, y en Francia en saltar desde una torre; tampoco lo haría en Holanda a la hora de avanzar con el agua hasta el cuello por terrenos cenagosos y encabezar numerosas encamisadas.
En el otoño de 1572, Guillermo de Orange puso sitio a Goes, en la provincia de Zelanda, con 8.000 hombres y una flota de 50 navíos. Dávila y Mondragón intentaron sin éxito socorrer también esta plaza, hasta que ya desesperados buscaron un plan alternativo. Así decidieron vadear el río en la bajamar a pesar de las fortísimas corrientes. Cristóbal de Mondragón y tres mil valientes, «descalzos y remangados», vadearon los quince kilómetros de mar toreando como pudieron las corrientes y el agua helado. Simultáneamente a una furiosa salida de los defensores, los españoles sorprendieron desde el mar a los rebeldes en su campamento. La cifra de muertos entre las filas de Orange fueron tan elevadas como para convertir el asedio en una catástrofe.

Las tropas españolas dirigidas por Mondragón cruzando Zijpe, un municipio neerlandés
Las tropas españolas dirigidas por Mondragón cruzando Zijpe, un municipio neerlandés
La situación española en Holanda y Zelanda era en todo momento precaria y ondulante. Asediado en Middelburg, capital de Zelanda convertida en la última fortaleza de los católicos de la zona, Mondragón fue víctima de un cerco desesperado, en el que las enfermedades y la falta de suministros obligaron a los españoles a rendir esta plaza. Se contentó el orgullo del oficial castellano con que la capitulación fue en términos muy beneficiosos para los españoles: mantuvieron las banderas, las armas y se respetó la vida de los sacerdotes, funcionarios y religiosos que quisieron acompañar a los soldados hacia el sur.

En el epicentro del Saqueo de Amberes

Luis de Requesens, sustituto del intransigente Duque de Alba, autorizó la rendición de Middelburg porque consideraba que cabía dar un paso atrás antes de dar cinco hacia delante. El nuevo gobernador tenía un plan para recuperar Zelanda. Y este empezaba derrotando a Luis de Nassau en Mock, en el año 1574, donde Dávila dirigió la batalla y el regimiento de valones de Mondragón cargó contra las trincheras enemigas. Los rebeldes emprendieron finalmente la retirada, dejando aquella jornada más de 3.000 cadáveres entre los que estaban los de los tres jefes de su ejército.
Pero Requesens no pudo siquiera saborear los frutos de la victoria. Cuando las tropas españolas al mando del coronel Cristóbal de Mondragón –con el agua al cuello y soportando los disparos de los soldados y marinos holandeses– avanzaban de nuevo hacia Zelanda, se extendió un motín generalizado entre los ejércitos hispánicos por el retraso en las pagas de la soldada. El Rey enviaba más dinero que en el periodo de Fernando Álvarez de Toledo como gobernador (en 1574, más del doble que en los dos años anteriores), pero los gastos del Ejército, que en esas fechas contaba con 86.000 hombres, superaban con creces las posibilidades económicas de la hacienda real.
El 1 de septiembre de 1575, Felipe II declaró la suspensión de pagos de los intereses de la deuda pública de Castilla y la financiación del Ejército de Flandes quedó en punto muerto. Sin fondos, sin tropas y cercado por el enemigo, Luis de Requesens trató de cerrar un pacto con las provincias católicas durante el tiempo que su salud se lo permitió. Enfermizo desde que era un niño, el catalán falleció en Bruselas el 5 de marzo de 1576, a causa posiblemente de la peste, dejando por primera vez inacabada una tarea que le había encomendado su Rey y amigo Felipe II. La rapidez con la que se propagó la enfermedad imposibilitó que el Comendador de Castilla pudiera dejar orden de su sucesión. Fue el conde de Mansfeld quien se hizo cargo temporalmente del mando del disperso ejército de 86.000 hombres, que llevaban más de dos años y medio sin cobrar.

Grabado de Cristóbal de Mondragón y Luis de Requesens
Grabado de Cristóbal de Mondragón y Luis de Requesens
Mondragón, junto a otros veteranos capitanes como Julián Romero, Dávila, Bernardino de Mendoza y Hernando de Toledo, trataron sin éxito de convencer a los amotinados para permanecer unidos ante el enemigo común: los rebeldes, que aprovecharon las disensiones para medrar terreno. Temiendo precisamente que pudiera caer Amberes, Dávila mandó proveer a la ciudadela con 400 soldados y provisiones para un largo asedio. Además, los españoles pidieron auxilio a sus compatriotas, amotinados incluidos, lo que devino en un saqueo de Amberes de dimensiones bíblicas. El saqueo empujó definitivamente a los Estados Generales de Flandes a unirse a Holanda y Zelanda para concertar una tregua entre católicos y protestantes, la Pacificación de Gante.
Mondragón, junto a otros veteranos capitanes trataron sin éxito de convencer a los amotinados para permanecer unidos ante el enemigo común
En 1578, Don Juan de Austria tomó posesión del cargo de gobernador, con dos años de retraso y todo el país, salvo Luxemburgo, sumido en el caos. Y a Mondragón este caos le sorprendió en el cargo de gobernador de Gante, tierra natal del Emperador Carlos, que se sublevó con la familia del castellano refugiada en la ciudadela de esta población, también conocida como el Castillo de los españoles.
Su esposa fue capturada y paseada, entre insultos, por varias ciudades rebeldes. También Mondragón fue apresado al salir de Zierkizee con una escasa escolta. No fue hasta el regreso de los Tercios de Flandes, reclamados por un desesperado Don Juan, que Mondragón se vio libre y a cargo de una compañía otra vez. Tomó en estas fechas Limburgo y el castillo de Dalhem. Además, en junio de 1579, Maastricht fue conquistada por las tropas de Alejandro Farnesio (sustituto, a su vez, de Don Juan) después de cuatro meses de asedio en los que tuvo una importante participación el coronel Mondragón.
Los gobernadores y los generales no dejaban de ir y venir, no así los fieles y rocosos oficiales de los Tercios españoles. Ellos se adaptaban como nadie a las turbulencias y a los cambios. En el tiempo en el que Farnesio fue gobernador, el prestigio del viejo coronel no dejó de crecer y se incorporó al Consejo de gobierno de los Países Bajos. En una visita de cortesía a la Corte madrileña, causó gran impresión a Felipe II y pudo trasladar con paciencia sus recomendaciones.
En 1582 fue nombrado maestre de campo del Tercio Viejo, que con el tiempo llevaría su nombre, Tercio de Mondragón. Al frente de esta unidad legendaria luchó en una batalla contra el ejército del duque de Alençon, hermano del Rey de Francia y candidato a reinar en los Países Bajos; resistió en Ninove un durísimo asedio y tomó el castillo de Linquerque a pesar del frío y de las condiciones extremas. O precisamente gracias al frío. El río Escalda quedó helado permitiendo a los españoles asaltar la fortaleza por rutas alternativas. Como se ha visto: Mondragón tenía alguna clase de pacto con el demonio invierno.

Sin recompensa a tantos servicios

Después de participar en el legendario asedio de Amberes, Mondragón quedó designado castellano de esta estratégica ciudad. Desde aquí siguió con su táctica de ataques preventivos en todo el área próximo. Además, hubo de enfrentarse a varios conatos de rebelión a cargo de los protestantes locales, a los que se les había puesto un plazo de cuatro años para liquidar sus bienes y abandonar la ciudad. En esas fechas le hubiera también tocado participar en la Armada Invencible y en la invasión a Inglaterra, si es que los Tercios de Alejandro Farnesio hubieran contactado con la flota de Medina Sidonia.
Felipe II no dejaba pasar ni una ocasión de lanzar a sus tropas a nuevos conflictos. De Inglaterra a Francia... Cuando Farnesio se vio implicado por Felipe II en las guerras de religión francesas, el oficial de orígenes vascos se encargó de cubrir la retaguardia española ante la ofensiva de los holandeses, que no querían desaprovechar la ausencia del comandante rival. Sus avances fueron escasos gracias al oficio de Mondragón.
Casi octogenario, el viejo coronel fue nombrado capitán general y maestre de campo general del ejército de Flandes a la muerte de Farnesio en Francia. En ese tiempo obtuvo la que puede que sea su victoria más prestigiosa, frente a Mauricio de Nassau a orillas del río Lippe. Allí, el escaso ejército de Cristóbal de Mondragón se enfrenta a las numerosas tropas de Mauricio de Nassau en una guerra de trincheras que duró meses. Tras una fallida emboscada, el ejército de Mondragón destrozó a los holandeses y causó la muerte del Conde Felipe de Nassau (primo de Mauricio).
Pero aquellos meses de barro y humedad no pasaron sin consecuencias para la castigada salud de Mondragón. En diciembre de 1595, se retiró al Castillo de Amberes, donde murió el 4 de enero de 1596, después de sesenta y cuatro años de heroico servicio en los Tercios.
«Entre los soldados no miramos la sangre, sino al soldado que más adelanta»
Entre las pocas espinas clavadas en su imponente hoja de servicios, estaba su frustración por no haber logrado ningún título de nobleza o acaso el hábito de alguna orden militar. Si bien Felipe II le concedió el hábito de Santiago, las pruebas de limpieza de Sangre realizadas por la Orden hallaron que un pariente de su abuela materna había sido quemado por judaizante un siglo atrás. Una minucia que, de hecho, no impidió a sus nietos obtener el hábito décadas después; pero que en tiempos del Rey Prudente resultó algo infranqueable.
En esta Corte los requisitos eran extremos y, como descubrió el militar castellano, «personas graves me desengañaron». Es por eso que volvió a Flandes a seguir guerreando y no volvió a enfrascarse en más politiqueos: «Entre los soldados no miramos la sangre, sino al soldado que más adelanta», diría el propio Mondragón.
La espada del viejo coronel fue colocada como pararrayos en la torre de la iglesia mayor de la ciudad de Luxemburgo, a modo de recuerdo por la defensa que Mondragón hizo del catolicismo en este territorio.