lunes, junio 26, 2017

Dos historias para conocer La Salada: la extraña muerte de su fundador y la primera coima de Jorge Castillo

Jorge Castillo fue detenido ayer por la Policía. Se resistió a los tiros.
Jorge Castillo fue detenido ayer por la Policía. Se resistió a los tiros.
En esta nota, un resumen de dos capítulos que sirven para graficar cómo se construyó el millonario botín con el que los investigadores se encontraron en las oficinas y en la casa de Castillo. El primero gira en torno a la extraña muerte de Gonzalo Rojas, uno de los fundadores del predio. El segundo repasa cómo consiguió Castillo la habilitación municipal para que su feria funcionara todos los días pese al rechazo de los otros dos grandes jugadores con los cuales se repartió el poder en la gigantesca feria.
La Salada, de Ediciones B. El libro de Nacho Girón
La Salada, de Ediciones B. El libro de Nacho Girón
Cuando René Gonzalo Rojas Paz sintió los cordones cerrándose de manera infalible alrededor del cuello que alguna vez había sido robusto, hubo un profundo alivio y un profundo dolor. Dolor, porque el boliviano pionero y líder natural, fundador de las ferias que se instalaron en la zona conocida como La Salada, moría de la manera menos esperada: ahorcado en una celda individual minúscula en el corazón de la cárcel de Ezeiza. Alivio, porque los tormentos que venía sufriendo en las últimas semanas habían superado el límite de la crueldad: además de las denuncias por golpes, reducción a servidumbre, quemaduras, consumo forzado de distinta clase de pastillas y hasta intentos de violación, se sumaba el hecho de que su psiquis se había partido en varios pedazos.
El agente gritó el apellido "Rojas" son mirar la pequeña puerta con visor transparente. Repitió el llamado, pero no obtuvo respuesta. Entonces, entró. El administrador de Urkupiña estaba sentado en el suelo, con las piernas estiradas, la espalda apoyada sobre la pared lateral derecha y la cabeza caída hacia adelante. De la parte inferior de una repisa empotrada nacía el nudo de dos cordones de tela blanca que terminaban en el cogote del detenido. Gonzalo ya no respiraba.