sábado, febrero 10, 2018

Queridos familiares y amigos:
Acabo de reembarcarme después de haber bajado de este multitudinario crucero en las Malvinas, en medio de un embrollo de sentimientos. Pero prefiero transmitir esto ya, sin dejarme atrapar por ningún razonamiento ulterior que lo reduzca.
Las Malvinas ocupadas por los kelpers son un mundo absolutamente distinto del nuestro (¡qué novedad), sólo asimilable por la geografía. Muy similar a la del continente a esta altura de la Patagonia pero, hasta donde recuerdo, más linda porque tiene más agua, sea de entradas del mar, sea de riachos y cursos que hacen más pintorescas las lomadas y los pequeños cerros pedregosos. No hay árboles, salvo unos pocos no nativos plantados alrededor de las escasas construcciones tipo granja.
Apenas llegados fuimos al cementerio de Darwin en una camioneta que manejaba un ingeniero civil cuarentón, un poco básico pero agradable y absolutamente natural. Es la séptima generación de su familia en las islas y trabaja en obras públicas tipo caminos, a la vez que se hace tiempo para estas changas con turistas. Estudió en Escocia y en el Sur de Inglaterra. Tenía 7 años cuando el "conflict" y a su padre lo internaron preventivamente como prisionero en la otra isla, pero dice que lo trataron bien. No me impresionó para nada resentido.
El Cementerio pone los pelos de punta, cada cruz con un rosario blanco y otro celeste enredados, más estampitas y mensajes que deja la gente, y la protección de una imagen de la Virgen de Luján. Muchas visitas, muchas emocionadas. Nuestro chofer dijo que el de hoy era un número poco común. Por suerte encontramos la tumba de Alejandro Dachary, hijo de un muy buen profesor concordiense a quien conocí y aprecié, y hermano de un gran amigo de mis chicos, que es marino. Él era artillero militar y murió cuando un misil entró por la boca del cañón con el que estaba tirando. Además, los nombres de Estévez y de Giacchino, junto al de muchos "soldados argentinos sólo conocidos por Dios". Ahí está todo eso, obligándonos a volver.
Me acordé de todos los amigos, especialmente de los camaradas muertos. Me acordé también de todos los traidores y de todos los que no supieron estar a la altura. Me acordé también de toda esa basura política que no existía y apareció para sacar provecho de las cenizas de la patria. Todos esos desmalvinizadores civiles y militares. Y me acordé del coro de imbéciles que sigue creyendo que aquello fue fruto de una locura, cuando lo fue  de cierta credulidad pero de enorme traición nacional e internacional.
Y eso sigue. Ayer, como preparando la visita, un gallego que habitualmente habla de geografía y del clima por los altoparlantes de este barco largó una suerte de conferencia donde se dio el lujo de contar la historia de las islas sin la menor referencia al gobierno de Vernet, casi como si los ingleses de 1845 hubieran llegado pacíficamente al desierto (quizás tenga la suerte de encontrármelo en un pasillo de este edificio flotante). Ni hablar de los argentinos que siguen perorando sobre la borrachera de Galtieri o sobre la imprudencia de haber desafiado a la OTAN, ignorando todo y especialmente la trampa de la que fuimos objeto.
Cae ahora el sol y el perfil de las islas se pone magnífico. Llama a que la nación vuelva. Pero para eso tendrá antes que ser reconquistada desde dentro. Sólo entonces será capaz de hacer entender a los mejores habitantes locales, a quienes Inglaterra somete a singular austeridad sobre todo intelectual, que la Argentina puede ofrecerles la generosidad que probablemente en 1982 no supo siquiera insinuar. Porque así como me consta que no se supo organizar una adecuada atención médica, con la cual muy probablemente Giacchino no hubiera figurado en la lista de muertos aunque pudiera perder una pierna, así tampoco me parece que se planeó cómo hacer entender a los kelpers que la cosa no era contra ellos sino a favor de la verdad histórica mantenida viva desde la época de Rosas.
Claro que no sería justo ignorar los derechos individuales de quienes llevan aquí más generaciones que el promedio de los argentinos de hoy (sería una bestialidad semejante a la de los argelinos con los franceses afincados desde más de un siglo y medio allí, cuya persecución ha hecho desaparecer a Argelia misma: otra traición de De Gaulle). Pero tampoco lo sería seguir la postura de quienes, a metros del puerto y por medio de carteles manuscritos pegados a unas ventanas, exigen a los argentinos -entre otras cosas- "pedir disculpas por la invasión" y "desistir de los reclamos de soberanía" como condiciones para la paz.
A pesar de la amargura que he sentido hoy de a ratos, estoy contento de haber llegado a las Malvinas. No ha hecho sino reforzar nuestra convicción de siempre (y vuelvo a recordar a nuestros mejores amigos y parientes). Pero ahora con una tranquilidad de conciencia singular: esto será nuestro cuando volvamos a ponernos a la altura, aunque seguramente no lo verá nuestra generación. Es el honor de nuestra patria y la clave estética de nuestra supervivencia como nación independiente.
Abrazo:
Hugo Esteva